Joseba Garmendia
Profesor de la UPV-EHU

Economía de hibernación

Sólo en el caso de que fuera necesario paralizar de nuevo la actividad presencial no esencial, la lógica alternativa a estudiar (para ver si es eficaz, más eficiente, menos costosa y más sostenible en el tiempo) es hibernar parte del aparato productivo, minimizarlo, atenuar el flujo y continuar con normalidad en el sector esencial y/o no presencial.

Tendemos a normalizar situaciones anómalas que perduran en el tiempo como mecanismo de autodefensa. Hace cuatro semanas habían fallecido 96 personas en Euskal Herria a causa del coronavirus, hace dos 650 y ayer eran 1.376. Una duda razonable es si la normalización conduce a minusvalorar la extensión y el riesgo de esta pandemia.

Minusvalorar el riesgo significa alargar esta situación, aumentar el coste económico y la pérdida de vidas humanas. Parece que hemos pasado el pico de contagios y de muertes diarias. Los datos de hospitalizaciones así lo indican. Pero dentro de dos semanas veremos el efecto de la vuelta al empleo de cientos de miles de trabajadores a partir del pasado martes.

Hay otros datos que provocan inseguridad. La tasa de mortalidad sobre el número de personas contagiadas detectadas en los test, ha ido creciendo constantemente y sobre todo en abril. Hace un mes la tasa era de 3,25; ayer era 8,14. Según reputados estudios internacionales (Anderson et al., 2020), la tasa de letalidad sobre contagiados (detectados y no detectados) se sitúa entre 0,66 y 1,38%.

Es muy posible que se hayan subestimado los casos reales de contagiados. Ayer había 16.901 casos detectados. Si aplicáramos una tasa de letalidad del 1 %, los casos reales se situarían en 137.574 personas contagiadas. Si consideramos que el número de fallecidos debe relacionarse con el número de personas contagiadas de hace 14-18 días, las cifras ascenderían a 208.000-269.000 contagiados. Es obvio que la gran mayoría serían asintomáticos o con síntomas leves, y probablemente inmunizadas, pero con estas cifras el nivel de cautela debe ser mayor.

Con todo esto se quiere sugerir que la situación es más compleja de lo que parece, y que será casi imposible erradicar esta enfermedad hasta que se universalice una vacuna. Tanto que diferentes estudios (Ferguson et. al en Imperial College, Kissler et al. en la revista Science) trabajan con la hipótesis de que sufriremos diferentes oleadas de infección que podrían durar hasta 2022 o 2023. Parece prudente prepararse para este tipo de contingencias.

Lo ideal es disponer de un sistema de testeo masivo, un sistema de rastreo rápido de contactos de contagios detectados, unos medios de prevención adecuados y suficientes, un protocolo de identificación y contención rápida de focos, un sistema de protección de colectivos más vulnerables, y un sistema de salud con medios. De esta manera se podría sustituir las medidas generalistas de confinamiento, por otras más específicas, y evitar la paralización de actividades económicas.

No obstante, si estuviéramos abocados a regresar a confinamientos y cierres de actividades económicas presenciales no esenciales (alrededor del 64 % de la actividad económica), tal vez habría que analizar un enfoque diferente de actuación o un nuevo modelo de economía de la hibernación.

El enfoque implementado hasta ahora considera que estamos ante una crisis médica transitoria que ha afectado de manera simultánea a la mayoría de países industrializados. Su transmisión a la economía se produce por diferentes vías: el cierre de actividades económicas y sociales genera una reducción y posposición de las compras por parte de las familias y un aumento del ahorro en una muchas de ellas; se produce una reducción del comercio exterior; se interrumpen cadenas de suministro; se incrementa la paralizaciones de empresas; hay reducción y pérdida de salarios; la falta de ingresos genera problemas de liquidez para hacer frente a deudas, y en algunos casos riesgo de quiebra en familias y empresas; y se pueden generar efectos de retroalimentación por desaparición de capital humano y tejido productivo. Las medidas tomadas están orientadas a inyectar liquidez en el flujo circular de la renta, asegurando que las familias puedan hacer frente a sus gastos corrientes básicos, las relaciones contractuales se mantengan y minimicen los despidos (ERTEs, permiso retribuido recuperable); a proteger a colectivos más vulnerables (posibles rentas mínimas); a proveer financiación a las empresas; a diseñar de instrumentos para dificultades de solvencia en empresas, y otras medidas menores.

No obstante, si esta situación de paralización obligatoria se reitera en el tiempo, tal vez sea necesario modificar el enfoque. Una propuesta a analizar podría ser la siguiente: para todas aquellas empresas y familias afectadas (64 % de actividad) se congela el cómputo del tiempo, es decir, los plazos de pagos de hipotecas, créditos, alquileres, facturas de mercancías no esenciales se retrasan lo que dure la situación extraordinaria. Estas empresas no cobran, pero tampoco pagan. Además, ante ausencia de producción y de generación de valor no se remuneran salarios, ni dividendos durante este periodo. La administración pública ofrece una renta suficiente para suministros y adquirir la cesta básica media de estos días para cada unidad familiar (entre 600 y 800 € para la primera persona, y cuantías inferiores para las restantes por economías de escala) de manera automática para todos aquellos que no dispongan de ahorros sustanciales (supongamos 6.000 €). Las potenciales dificultades de liquidez se trasladan al sistema bancario y los organismos públicos velarán porque no se produzca un deterioro irreparable de los balances bancarios. La administración ayudará, si fuera imprescindible, en los pagos pendientes que tenga el sector paralizado con los agentes del sector en activo o de fuera del país. Se limitarán las distorsiones que los mercados financieros puedan generar, mediante suspensión de determinadas operaciones. Por último, mediante los impuestos directos (IRPF, Impuesto de Sociedades, Patrimonio…) se corregirán las inequidades incurridas en la implementación de estas medidas y se incrementará la progresividad fiscal para una asunción más equitativa y justa de la sobrecarga generada por esta situación extraordinaria.

Sólo en el caso de que fuera necesario paralizar de nuevo la actividad presencial no esencial, la lógica alternativa a estudiar (para ver si es eficaz, más eficiente, menos costosa y más sostenible en el tiempo) es hibernar parte del aparato productivo, minimizarlo, atenuar el flujo y continuar con normalidad en el sector esencial y/o no presencial. En lugar de inyectar recursos para simular normalidad en una situación excepcional, paralizar el tiempo. En invierno los osos disminuyen su flujo sanguíneo y su metabolismo echando mano de las reservas de grasas, y los árboles drenan sus líquidos para que las heladas no dañen sus tejidos internos. A diferencia de estos seres, los humanos podemos aprovechar la hibernación para pensar y hacer cosas que, aunque beneficiosas para nosotros o las empresas, no las hemos podido realizar por falta de tiempo, algo que en la vida o en las micro y pequeñas empresas ocurre a menudo.

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