Kiko Moraiz
Economista

El Brexit y el plan de May

El plan está redactado con mucha ambigüedad y contradicciones, y me atrevo a decir, que esta vez lleva la rúbrica del alto funcionariado británico.

El viernes 6 de julio Theresa May dio el chupinazo al conseguir que su Gabinete, reunido en su retiro oficial de Chequers, aceptara un plan para negociar un acuerdo que permitiría la permanencia del Reino Unido en la unión aduanera, una variante del conocido como «soft-brexit». Pero esto supone una clara pérdida de soberanía que para muchos es inaceptable. La reacción de los duros del Partido Conservador (brexiters) no se dejó esperar. El domingo por la noche dimitió David Davis, ministro para el Brexit, y a las pocas horas le siguió la dimisión de Boris Johnson, ministro de Exteriores.  

Muchos artículos has destacado la inestabilidad del Gobierno de May como resultado de los últimos acontecimientos. Las dimisiones siempre son más noticia, sobre todo para los medios sensacionalistas. Sin embargo, el plan de May –que todavía no sabemos si dará resultado–, refleja la existencia de una estrategia compleja diseñada para librarse de los brexiters.

El último movimiento estratégico de May fue la convocatoria de elecciones, una maniobra que le salió mal y que trataba de afianzar su liderazgo en el partido. Ha tenido que pasar muchos meses a la deriva para retomar el rumbo. El plan está redactado con mucha ambigüedad y contradicciones, y me atrevo a decir que esta vez lleva la rúbrica del alto funcionariado británico.

May necesita rehacer el liderazgo que perdió tras las elecciones. Las dimisiones de Davis y Johnson eran necesarias en este proceso, así que no deberíamos calificarlas como crisis. May ha tenido que esperar a que la fruta estuviera madura para caer del árbol y al final ha caído. A Johnson le ha dado rienda suelta y él mismo ha cavado su tumba. Creo que se le han acumulado los casos de incompetencia diplomática, así como de mala gestión. No es extraño que la única personalidad que sigue confiando en Boris sea Donald Trump que ha dicho recientemente que sería un buen primer ministro, para negar sus declaraciones un día después.

En cambio, librarse de Davis obedece con toda probabilidad a un plan más estratégico. El plan de May se ha cocinado lentamente para dejar a un lado al más influyente de los brexiters. La primera pequeña victoria (o derrota según se mire) fue aceptar los términos que proponía la UE antes de abrir las negociaciones comerciales. Esto enfureció a Davis y sentó las bases de lo que podría ser una futura negociación con la UE. Después, un alto funcionario, Oliver Robbins, suplantó a Davis en todas las conversaciones clave, y cuando la tensión entre el ministro y el director de las negociaciones se hizo insostenible, Robbins dimitió y pasó a formar parte directa del equipo de May. El librepensador Davis ha sido relevado por el pragmatismo y la experiencia de un alto funcionario.

La famosa afirmación de May, «Brexit means Brexit» (Brexit significa Brexit), ha cambiado radicalmente de significado, donde dije digo… Ahora la clave del plan May se basa en asegurar la libre circulación de bienes a través de un acuerdo de armonización de comercio. Parte del acuerdo consistiría en diseñar un conjunto de tarifas para productos cuyo destino final es el mercado británico y otras tarifas para productos cuyo destino final es el europeo. Esto eliminaría la necesidad de una frontera entre Irlanda del Norte y del Sur. Esta parte del plan, si no ambigua, es técnicamente muy compleja.

El plan es claramente ambiguo en cuanto a la libre circulación de servicios que representa casi la mitad del comercio británico y acepta que podría haber restricciones dependiendo de la naturaleza de los futuros tratados. También es ambiguo acerca de la protección social, pero asegura que la legislación no disminuirá los niveles actuales de protección al medio ambiente, de legislación laboral y de protección de consumidores. Rechaza la libre circulación de personas, pero asegura facilidades para la circulación de trabajadores y estudiantes (que representan a la inmensa mayoría de los inmigrantes). Y, finalmente, rebaja el papel de la Corte de Justicia Europea como ámbito judicial supremo, aceptando jurisdicción conjunta en los ámbitos de acuerdo UE-Reino Unido.

Sabemos que la UE modificará los términos y pondrá otras condiciones, pero el plan es aceptar una variante del «soft-brexit». Ahora nos toca adivinar si el plan avanzará y si avanza qué posibles escenarios se pueden generar. Hay dos estrategias que los brexiters pueden seguir para descarrilar el plan de May. Pueden convocar una elección para escoger un nuevo líder o pueden votar en contra de May en el parlamento, haciendo imposible la gobernabilidad del país. También se podría convocar otro referéndum, pero esto no es una cuestión democrática, sino de orgullo.

El primer plan puede ser el más viable pero no creo que ocurra ahora. Si los brexiters se apresuran a desafiar el liderazgo de May y fracasan tendrán que esperar por lo menos un año para poder intentarlo de nuevo. May tendría las manos libres para acordar los términos del Brexit en marzo del 2019.

En este momento, el mayor desafío a May en el liderazgo del partido lo representa Jacob Rees-Mogg. Es posiblemente el mejor colocado, pero ni mucho menos el más indicado. Tiene la ventaja de no tener muchos enemigos, al no haberse involucrado directamente en la lucha por el poder. Mi opinión es que carece de carisma personal y capacidad de liderazgo necesario para el puesto. Hay otros candidatos pero, si Jacob no puede, no creo que haya otra figura que pueda amalgamar al partido conservador tras la causa del «hard-brexit».

Si no pueden deponer a May, podrían intentar bloquear un acuerdo de «soft-brexit» a través del parlamento. Los parlamentarios opuestos a May podrían bloquear el desarrollo de los acuerdos con la UE votando en contra de May. Pero esta es una estrategia casi suicida que bloquearía el funcionamiento del gobierno y cuyo resultado más posible sería la convocatoria de nuevas elecciones. Esta posibilidad totalmente contraproducente para el «hard-brexit» pero no es del todo descartable ya que muchos parlamentarios se mueven por un sentimiento de deber patriótico y la ambición de recuperar la soberanía del Parlamento británico a toda costa.

El ataque parlamentario ya ha empezado a funcionar. Jacob Rees-Mogg ha presentado cuatro enmiendas al plan de May que han sido aceptadas inmediatamente. Una de estas enmiendas es crucial puesto que afecta a la capacidad del Reino Unido para colectar aranceles en nombre de la UE. Pero esto no significa que los brexiters están en una posición de ventaja. El movimiento que May ha dado se basa en aceptar el «soft-brexit» El contenido del texto tendrá que reflejar las enmiendas de la UE que tardarán en llegar. May hace bien en aceptar las enmiendas a su plan. No nos olvidemos, esto es un plan, no un acuerdo. ¿Para qué perder energías en un debate estéril?

El principal problema del «hard-brexit» es que no tiene una estrategia creíble. Los brexiters aseguran que salir de Europa sin concesiones a la soberanía y sin acuerdo comercial será beneficioso para el Reino Unido, pero no aciertan a clarificar de qué manera. Es una postura basada en una ideología dudosamente soberanista que quiere dar al Reino Unido una influencia internacional que ya no tiene. Creo que el mundo se mueve en dirección contraria. Los países pequeños son testigos del poder de las grandes corporaciones; de la formación de grandes bloques de comercio e influencia, y de la complejidad para solucionar fenómenos como el cambio climático, la inmigración o la corrupción. Avanzar hacia la solución de estos problemas significa ceder soberanía. La estupidez del no deal con la UE es que conllevaría hacer un deal con EEUU. Donald Trump lo ha dejado bien claro en su visita. Y el resultado obvio es que el Reino Unido perderá influencia en el mundo y no recuperará soberanía con el Brexit, a no ser que se dediquen a comerciar con Corea del Norte.

Los brexiters también tienen una mala estrategia negociadora, probablemente fruto de un orgullo nacional mal entendido. Muchos de los comentaristas han indicado que para tener éxito en una negociación hay que ser capaces de levantarse de la mesa y salir sin un acuerdo. Considero que un buen negociador sabe cuándo debe mandar, cuándo negociar y cuándo llorar. El tiempo de los faroles se les ha terminado. La UE ha demostrado quién manda y ahora deben aprender a llorar un poco para poder arrancar algunas pequeñas concesiones.

Pienso que esta vez May no ha dado un paso en falso. Ahora le toca mitigar las expectativas de una gran parte de la ciudadanía, desvelar el falso soberanismo que alienta el Brexit y aguantar las demandas para la convocatoria de elecciones desde la izquierda. No es fácil, pero si juega bien la partida debería ganar.

El último asalto está por celebrarse, pero May sale con ventaja. En este momento nos encontramos ante un enfrentamiento entre un plan imperfecto y un sueño. May tiene que despertar a su país de ese sueño si no quiere que todos acabemos en una pesadilla.

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