Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El chiribitil

Yo creo que “Ciudadanos” durará poco porque le pasa lo mismo que a muchas estrellas, que aparecen sugestivas sobre la alfombra roja, pero que carecen de osamenta para vivir bien el futuro.

Quizá deba hacerme miembro de “Ciudadanos” para que en el seno de la confianza algún preeminente miembro de esa organización promocional, que no partido, me explique el contenido ideológico de la invención albertiana. ¿Qué sociedad pretende instaurar “Ciudadanos”? Sé a dónde va el Partido Popular –a donde siempre–, de dónde viene el Partido Socialista –del cabaret intelectual– qué persigue a trompicones “Podemos” –cambiar la mentalidad autoexplotadora de los oprimidos–, pero no acierto con “Ciudadanos”. Yo creo que “Ciudadanos” es un chiribitil de recoge-pelotas perdidas en el juego parlamentario. Y, en consecuencia, se hace con las bolas que se escapan del campo de juego institucional reconocido a fin de organizar luego por su cuenta, con pelotas gratis, un juego suburbial y anárquico al volver al barrio. Conozco perfectamente de lo que hablo porque en mi juventud tuve una novia rica que me llevaba al golf, en donde distraía mi aburrimiento leyendo un epítome de “El Capital”, consumiendo un té verde y vigilando el bolso de la riquísima para que no lo «distrajese» algún recoge-pelotas audaz ¡Qué tiempos aquellos de libertad muda de pensamiento, de seguridad armada; tiempos en que, por ejemplo, los moros llegaban con toda facilidad hasta el mismísimo palacio de El Pardo y no tenían que hacerlo en una patera y en lucha feroz con la Guardia Civil del estrecho!

Yo creo que “Ciudadanos” durará poco porque le pasa lo mismo que a muchas estrellas, que aparecen sugestivas sobre la alfombra roja, pero que carecen de osamenta para vivir bien el futuro. Sus peticiones parlamentarias se caracterizan por una volatilidad y una versatilidad pasmosas y por un horizonte intelectual vestido de Prada. Su base electoral se nutre de los socialistas que quieren castigar a su secretario general, de «populares» huérfanos de caudillo, de restos de cien naufragios y de nacionalistas españoles antinacionalistas. Ese conjunto diverso, plano e inestable está unido por alfileres puramente aritméticos, por una selecta lealtad monárquica, por universalistas de barrio residencial, por televidentes de “La Sexta”, por jóvenes agentes de bolsa y por ciudadanos que han empeñado su vida en que las ciudades importantes tengan carriles para bicicletas.

"Ciudadanos” representa eso que los historiadores presentes definen como muerte de la política, que nació como ciencia y arte de la sociedad y se ha convertido, tal decimos en Asturias, en el juego del cascayu, que las niñas practicaban dirigiendo, a pata coja, una piedra con el pie libre por un conjunto de cuadrados marcados con tiza y sin pisar una sola raya.

Esa ancestral ciencia y arte de la política ya no elabora futuro de vida y se reduce a una serie de habilidades para concluir en un recuento numérico de jugadores cuya única sabiduría consiste en no pisar la raya en cada salto con el cascayu. El debate se limita a glorificar o descalabrar a personas con discursos que suenan a hueco. Si uno aborda la desigualdad social entre los dos sexos el llamado político responde, como lo ha hecho el Sr. Rajoy, que de eso «no se debe hablar ahora»; si uno plantea la cuestión de la pobreza creciente el político alega con datos estadísticos que ya hemos salido de la crisis, como prueban los movimientos bancarios tras el rescate; si uno alega la violencia bélica en aumento o las masacres de millones de inocentes el político subraya la existencia del terrorismo y corre a Davos para calmar a los grandes del dinero que temen por su petróleo. La política es ahora un medio de sedación para facilitar la respiración de las masas agónicas. Si los políticos actuales hubieran vivido en el siglo V antes de Cristo hubieran juzgado a Pericles como un radical antisistema. Esos políticos de nuestro tiempo a mí me recuerdan a los piratas que se apoderaban de todo lo que caía a mano en una operación bajo bandera corsaria, lo que les convertía en caballeros o lores del rey. Con todo respeto confieso que el Sr. Rivera me sugiere la figura de Drake en su vaivén  de la propuesta a la antiprotesta. De la Sra. Arrimadas no digo sino que me reaviva la figura de la tuerta y bella princesa de Éboli, que tan buen servicio prestó a Felipe II, aunque tuvo con el monarca desencuentros graves que la llevaron al final a prisión permanente y no revisable.

La política se ha convertido, en un juego de naipes con carta tapada que se desarrolla teniendo la bolsa a mano. La grandeza y la perversión que se enfrentaban en el supuesto juego ideológico se han convertido en puras variabilidades informatizadas en el seno robotizado del único poder existente. Bajo este punto de vista la ópera de dos céntimos que se protagoniza en el escenario internacional da paso a personalidades que sólo evidencian una voluntad de triunfo intrascendente para la infinita mayoría de los espectadores que, eso sí, han de pagar religiosamente su asiento en el espectáculo.

Un mundo, insisto nuevamente, en que ha desaparecido la moral que antes también comprometía en cierto modo a los mismos criminales, asabentados en su interior sobre la sustancia del bien y del mal. Hoy el crimen es un puro error de cálculo en la apuesta electoral, del que se habla con descoco cuando llega el desacreditado momento de las urnas. Ese error puede llevar incluso a la cárcel, que se ha convertido en un correctivo confuso. Esto último hace que la justicia consista en un intrincado juego de poderes absolutamente destructivo de la fe social que habían merecido las leyes, incluso por los eternamente discriminados.

Consecuentemente, ante el escenario de tanta ruina ideológica y moral, los ciudadanos se han tornado irresponsables y expresan esta postura con un alejamiento de la política –la abstención electoral, por ejemplo– o  con una adhesión que solamente revela una primitiva repugnancia personal ante el otro o los otros candidatos que detestan. Se vota a una persona que ejerce la caza de otra persona a la que se odia. El modelo social o los argumentos en pro de la justicia o la libertad no cuentan ante la urna. Tal forma de decisión, al margen de toda coparticipación verdaderamente política, únicamente funciona si se la suscita con atracciones transeúntes y personales o con un lenguaje repleto de expresiones verbales que contengan verbos sugestivos con un infinitivo mortificante: robar, mentir, abusar, denunciar… El potencial y teóricamente soberano elector de modelos de existencia o protagonista ideal de denuncia del modelo social establecido sabe que la única vía existente para que escuchen su demanda de que el mundo sea de otra manera y con finalidades distintas pasa por la rebelión, pero le han desarmado también de esa práctica y aún del lenguaje correspondiente. Es un elector que cae con frecuencia en la paradoja de deslegitimarse a sí mismo o que teme que su fuerza es cosa ya agotada. A esos electores que padecen de soledad política y de esas paradójicas y múltiples amortizaciones de su voluntad moral parecen dedicadas estas palabras estimulantes de Francisco de Sales –elevado a la santidad por Roma y curiosamente tenido por patrono de los periodistas– que resultaban admirables para el inolvidable y trágicamente acabado papa Luciani, el justo: «El hombre es la perfección del universo; el espíritu es la perfección del hombre; el amor (a la verdad) es la perfección del espíritu». Escribe Luciani: «¿Se trata de hacer bueno al hombre? ¿Se puede combatir la enfermedad concreta sin una higiene general?», Pues simplemente, no. Y yo me pregunto por mi cuenta: ¿y para alcanzar ese mundo responsable no debe emplearse, si necesaria, la rebeldía? Yo estimo firmemente que sí. La Constitución, por ejemplo, no puede ser la pala del enterrador.

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