Héctor Puente Sierra

El cura Évole

En mitad del erial que tanto la programación televisiva como el periodismo de masas son en España, el espacio Salvados es para algunos un oasis de audacia, variedad de contenidos y libertad de enfoques. Los que hemos visto mucho cine, en cambio, sabemos que los oasis a menudo son un espejismo provocado por la necesidad de quienes los buscan, y en su episodio dedicado a Arnaldo Otegi ha quedado claro una vez más que la percepción que algunos tienen de dicho programa procede más de los deméritos ajenos que de los logros propios.

Existe una necesidad histórica de hacer pedagogia entre la población española acerca de los pueblos vecinos, de su represión histórica y de la construcción de nuestro Estado sobre esa represión. Cinco años después del alto al fuego de Euskadi Ta Askatasuna, existen condiciones favorables para disputar un relato del que durante las últimas décadas las derechas más reaccionarias del país han detentado el control absoluto, siempre con la venia de la izquierda institucional. Esa ha sido indudablemente una de las cosas que el dirigente independentista tenía en mente al conceder esta entrevista. Es, en todo caso, Évole quien no ha estado a la altura.

El periodista ha demostrado en ocasiones anteriores tenerse por una figura ecuánime y neutral, libre de las ideologías cegadoras que han causado los conflictos en los que él media, siempre dispuesto a aportar una buena dosis de sentido común para acercar posturas. Este posicionamiento queda completamente en evidencia al abordar una cuestión como el conflicto vasco. El grado más alto de hegemonia al que un discurso puede aspirar es aquel en el que la gente ya no lo reconoce como un discurso, porque todos los demás relatos han sido silenciados o cooptados. Los enunciados de la extrema derecha en torno a la cuestión vasca poseen ese estatus en buena parte del Estado español, y uno por uno fueron saliendo de la boca del muy progresista Évole como si fuesen eso, el más elemental sentido común.

Un punto de partida nefasto que frustró cualquier posibilidad de una verdadera entrevista o diálogo, porque son enunciados cuya entera finalidad ha sido la de reducir el conflicto a su expresión armada, y por tanto extender la idea de que este sólo podía resolverse en términos militares y no de diálogo. Entre ellos, la absurda pero dominante creencia de que ETA, en lugar de uno de los muchos productos de un conflicto preexistente, es el origen de dicho conflicto, solo desde la cual se puede llegar a pensar que la resolución pueda pasar por exigir constrición a una serie de personas. Así es que Évole se envolvió en sus hábitos y, desde una atalaya de superioridad moral, durante una hora se dedicó únicamente a demandar mortificación y penitencia, alcanzando el programa momentos de un sensacionalismo penoso. Frente a la verdad única, todo lo que Otegi tuviera que decir debía ser puesto en entredicho y desenmascarado como «ideológico».

Claro está, esto no es achacable en exclusiva a la actitud del entrevistador; el programa ha sido producido en el seno de uno de los grandes conglomerados del negocio de la información, con intereses intrínsecamente relacionados a los del Estado, y las limitaciones que se les habrán impuesto han de ser innumerables. Y, no obstante, no cabe duda de que el programa habrá resultado revelador y dado qué pensar a muchas personas, en la medida en que por primera vez habrán podido escuchar las palabras de alguien como Otegi sin hacerlo a través de hipertrofiados y tendenciosos titulares periodísticos, aunque sólo haya podido ser en los temas y términos a los que le han confinado. Es ahí donde reside el indisputable mérito de Salvados. Sin embargo, sigue estando pendiente una verdadera aportación desde fuera al actual proceso de paz y normalización política en el País Vasco en estos tiempos decisivos. Recordemos una vez más que Évole representa lo más decente de ese mundo.

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