Carlos Benetó Clérigues

El lobo y la regeneración

Un día después de escuchar la advertencia amenazante de Alberto Núñez Feijóo en la que le recordaba a Pedro Sánchez que «la España del conmigo o contra mí es la que ha escrito las horas más oscuras de nuestra historia y no queremos volver a ella», y un deseoso Javier Negre decía que se acababa «de dar pie a una segunda guerra civil», los saludos fascistas se alzaban en Italia en más de 2.000 brazos tensionados, a los que la Red Patriota convocaba en una marcha de antorchas para homenajear a Sergio Ramelli en Milán.

Como las soflamas guerracivilistas, este saludo no es sin más vieja simbología, sino que precisa, para hacerlo en masa en vía pública, poner en marcha todo un sintomático dispositivo psicosocial de adherencias desde lo más oscuro: su funcionamiento nace de un bloque ritual consagrado en un éxtasis violento, brazo al unísono, en el que un monolítico mensaje atraviesa la misma entidad de individuo para decir que no es nada ni es nadie hasta rendirse ante el Uno (Nación-Líder-Capital), y entonces recobra sentir en su unidad, y fuera solo el otro, el enemigo.

Esto, dotado entonces de disciplina social para las exigencias contrarrevolucionarias del capital a su llamado, unificado por la vaguedad mitológica de la patria, y bajo las ideas reaccionarias del conservadurismo que hacen de guía donde la violencia instaura el orden, es el fascismo.

Claro que el anterior no es el único enemigo, ni debe entenderse como sujeto aislado, sino fuerza de un mismo todo enemigo. En el tablero en crisis de representación democrático-burguesa, el capital va a diversificar en espectros, potenciar la aparición de la extrema derecha como anticuerpo y botón de emergencias, y a la vez, ofrecer él mismo el remedio contra su mal, para que quien sigue siendo problema, pueda parecer entonces la solución, en ocasiones no una, sino la única.

Mientras gritan «que viene el lobo», que ellos mismos levantan y hasta son tantas veces, destruyen con éxito, a través del miedo en la población, y del oportunismo en los partidos, la conciencia que hace poco más de una década hacía tener muy claro a enormes sectores de la sociedad y de la izquierda, que el falso abanico del régimen era una misma cosa como la que en las calles con tanto tino se cantaba por aquel entonces: «PSOE, PP, la misma mierda es».

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