Ander Jiménez Cava
Politólogo

El papel de la falsa disidencia como mamporrera del neoliberalismo

Una cosa es denunciar la represión policial, el exceso sancionador, los palos y las porras; y otra bien distinta es afirmar, sin rubor, que el egoísmo y la irresponsabilidad con el prójimo son potencialmente revolucionarios.

En un cartel de la rave de Barcelona que fue desalojada por la policía el 2 de enero se podía leer: «Vivimos en un sistema que por supuesta ‘seguridad’ los gobiernos emplean un rol ampliado basado en una fuerte presencia policial y un uso desproporcionado de la fuerza, además de otros asuntos relacionados con los derechos humanos. En este momento la Freeparty es un símbolo de libertad y vida. Un grito potente. Un respiro profundo. Es por eso que pedimos no solo a los Sound 6tems sino a toda la gente que forman parte de esto que despierten y se unan!! El sistema no funciona. Hora de salir!!!».

Estas ideas que pretenden vender como contrarias al sistema representan al sistema en sí mismo, en toda su crudeza. El sentimiento de comunidad ha sido arrancado del individuo de tal modo que la libertad se utiliza como coartada para justificar cualquier conducta egoísta. En este caso, la de anteponer tu fiesta a la salud y la vida del conjunto de la sociedad. Es el sistema el que nos ha hecho creer que nuestro comportamiento individual no afecta al resto. Incluso después de haber visto por la tele hospitales colapsados, residencias saqueadas por la muerte y palacios de hielo convertidos en morgue; todavía hay quien prefiere ignorar que acudiendo a ese tipo de eventos está poniendo en riesgo la vida de sus vecinos.

La atomización social provocada por la globalización, los cambios demográficos y el desarrollo tecnológico, unida a la asimilación paulatina de una cultura basada en la ideología neoliberal, ha generado un maquiavélico engendro que se disfraza de rebelde y habla con voz radical; pero que no es sino el mayor portavoz de los valores del sistema capitalista. Porque una cosa es denunciar la represión policial, el exceso sancionador, los palos y las porras; y otra bien distinta es afirmar, sin rubor, que el egoísmo y la irresponsabilidad con el prójimo son potencialmente revolucionarios.

Que las medidas han supuesto un recorte transitorio de las libertades públicas es algo evidente. Pero se han tomado pensando en la salud pública y por un bien mayor: que no nos muramos. Y se han decretado a pesar de los intereses económicos de gigantescos entramados empresariales a lo largo del mundo. No es casualidad que los políticos más derechistas, más neoliberales, se hayan opuesto a esas decisiones. Díaz Ayuso en Madrid tomando las medidas más laxas de todo el Estado cuando esa comunidad era la más afectada, Urkullu en Euskadi negándose a parar la actividad económica no esencial durante los peores días de abril. Y es que las medidas anticovid han provocado que sectores como el petróleo, la energía, el transporte, el turismo, o el textil hayan caído estrepitosamente. Otros, como en todas las crisis, han ganado: empresas distribuidoras de alimentos, las grandes tecnológicas y digitales, el comercio online, la electrónica… En todo caso, el PIB mundial ha sufrido la mayor caída desde la Gran Depresión. Y esto se refleja en el empobrecimiento de millones de personas. Aunque tú te la pases bailando.
 
Una cosa es que el Estado dote de una legitimación política al orden económico global, y otra muy distinta es ser incapaz de observar las tensiones existentes entre la administración de lo público y los intereses del gran Capital. La intervención de los Estados para proteger la salud de la población ha perjudicado, y mucho, el libre desarrollo de los negocios: ha trastocado los canales por donde discurren las mercancías. Para adoptar una posición política coherente es necesario advertir la diferencia esencial entre rebelarse contra las medidas de protección de la salud pública, y hacerlo contra los defensores de un sistema injusto de producción, distribución y comercio. La confusión entre estas dos cuestiones explica el éxito de la reactualización thatcherista representada por la derecha alternativa. Su capacidad para articular un discurso antagonista que nos habla de libertad está permeando en amplios sectores de la población que nunca se habían sentido identificados con la derecha. Pero entre el Club de Campo y la Freeparty no hay diferencias sustanciales, solo cambia la indumentaria.

La misma confusión entre la crítica a la organización de las relaciones sociales y la crítica a las medidas restrictivas, se da entre la crítica al oligopolio farmacéutico y la crítica a las vacunas. Es decir, una cosa es denunciar que la salud de la población esté supeditada a los intereses de unas grandes multinacionales que son capaces de torcerle el brazo nada menos que a la UE, y otra muy distinta es afirmar que la vacuna es una tecnología destinada al control social, u otras sandeces. Aquí hay una línea divisoria clara entre el pensamiento crítico-racional y el pensamiento magufo, pero de su difuminación se aprovechan los charlatanes para aumentar las filas de una nueva y falsa disidencia heterogénea compuesta por artistas posmodernos, viejos hippies pasados de rosca, y la delegación española de los Chicago Boys.

Esa falsa oposición que alimenta la estrategia neoliberal y sus grotescos gurús que salen por la tele denunciando la plandemia, es decir, la existencia de un plan predeterminado por las élites para reconfigurar el mundo utilizando el coronavirus como coartada; no se dan cuenta de que el plan más perverso, el que mejor hubiera consolidado las estructuras de dominación, hubiera sido que los Estados no hubieran hecho nada ante la expansión pandémica; o sea: 1. Dejar morir a millones de ancianos que ya no son productivos y suponen una carga para las cuentas públicas. 2. Dejar funcionar a la economía a todo ritmo mientras nosotros enfermábamos. 3. Provocar el colapso de los hospitales y de otros servicios públicos para justificar su privatización alegando ineficiencia. 4. Infravalorar, más si cabe, los trabajos de cuidados. 5. Devaluar nuestras vidas.

La estrategia neoliberal ante el virus encuentra su mejor aliado en una disidencia desorientada y motivada por los bulos y la desinformación que representa la propia alma del liberalismo económico aplicado a nuestras vidas y a nuestra salud: laissez faire, laissez passer. De la UCI al cementerio.

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