Josu Iraeta
Escritor

El pasado que vuelve

Aquel día no todo era sufrir y trabajar. Aquel día había más, quedaba algo nuevo y bonito. Cómo olvidar aquella silueta de la hermosa angulera.

Era noche cerrada y allá, donde el Atlántico absorbe al hermoso río Miño, el noroeste propio del ya avanzado invierno parecía cortar el agua sobre la mar picada. A lo lejos, en la punta del muelle, podían apreciarse unas sombras oscuras que se movían bajo la luz de la única farola. Hacían un corto recorrido arrastrando una caña larga con final en forma de cuchara que introducían en el agua. Era una «peneira» y estaban pescando angulas.

Los dos vestían igual, un chaquetón azul con las solapas tapándoles las orejas, uniforme propio de la marina de guerra del franquismo. Eran miembros de una patrullera, de la que entre la bruma apenas se apreciaba alguna luz roja.

Uno era corpulento y más bien bajo, y aunque nacido en Bueu –Pontevedra– todos le llamaban «Farturas», debido a su natural disposición a comer todo lo que podía. El otro, alto y delgado, provenía de tierras vascas y ante la dificultad que de hecho suponía –en tierras gallegas– pronunciar su apellido, todos le llamaban «Txo».

Aquella noche hacía frío, mucho frío, tanto que el corpulento «Farturas» dejó su «peneira» en el muelle y comenzó a mover los brazos como aspas tratando de generar calor. El otro marinero le animó a seguir pescando: «Dale, «Farturas», dale, que aún quedan dos horas y tenemos que volver a bordo para las seis».

Farturas, molesto porque no podía fumar, pues de hacerlo era más que probable se murieran las angulas pescadas y así su precio se reducía a la mitad, contestó: «Txo, hoxe non lle imos a vender a angula o´s vascos, iremos onde a Cachelos».

Eran las dos opciones que tenían pare vender su preciada pesca; un grupo de empresarios vascos que gestionaban varios viveros de angulas y una señora del lugar famosa por su belleza.

Txo respondió con rapidez: «Eso queda lejos, si nos quedamos aquí y vendemos a los vascos, que vienen a recoger la angula, podremos pescar más tiempo».

A lo que Farturas enfadado, liquidó toda duda afirmando con rotundidad: «Ca la boca rapaz, hoxe teño que ollar darriba abaixo á Cachelos antes de durmir».

Siguieron pescando y una hora más tarde, próximas las cinco de la madrugada, se encaminaron, cada uno con su balde lleno de babeantes angulas, al vivero de la Cachelos.

El corpulento Farturas que abría camino, llevaba una linterna cuya luz nerviosa apenas alumbraba lo suficiente para que el Txo no tropezara y perder su preciada carga.

Estaban contentos, pues una vez cribada la angula y excluida la anguila de tripa amarilla, podrían llegar a cinco o seis kilos., que era dinero, pues pagaban a cien pesetas el kilo.

Los marineros caminaban por la enfangada ribera del Miño, y su objetivo era no ser vistos, pues estaba prohibida para todos la pesca en el recinto militar.

En un instante la cosa cambió, la luz penetrante de una falúa de vigilancia tripulada por sus propios compañeros, les obligó a apagar la linterna con rapidez y tirarse en la poco agradable orilla.

Farturas, tumbado y cubierto de barro negro hasta la cabeza, pero sujetando con firmeza su balde, comenzó su ya conocida variedad de juramentos, con un remate no menos conocido: A nai co botou, quén será o cabrón.

Pasado el susto continuaron caminando hasta que se aproximaron a un grupo de casas y fue Farturas quien tocó con fuerza la aldaba de una de ellas. Al poco tiempo una voz respondió: «Está aberta».

La poca luz procedente del interior no permitía ver mucho, pero se apreciaba que la mujer que surgió de la penumbra era esbelta, de pelo largo y conforme se aproximaba, los marineros tuvieron ante sí una mujer atractiva, de sonrisa inteligente, que exhibía con naturalidad su profundo y amplio escote.

Pronto apreció la mujer el lamentable estado de los marineros, de manera que siguiendo sus indicaciones caminaron tras ella, hasta un abrevadero propio de ganado, donde pudieron mejorar su repelente estado.

La mujer se introdujo en la estancia llevando los baldes para pesar las angulas, momento que Farturas aprovechó para susurrar mientras entornaba sus ojos fijos en la silueta de Cachelos: «Non ten bragas Txo, non ten bragas».

Fueron cinco los kilos pescados, que cobrarían en su próxima visita, ya que este era el método utilizado. Estaban realmente contentos –teniendo en cuenta que eran tiempos en los que el dictador Franco todavía presentaba un saludable aspecto–, la cantidad a cobrar era estimable.

La vuelta hasta el barco fue una continua exaltación de lo visto y no visto, hasta que ya en la litera y a falta de menos de una hora para la diana, Farturas seguía impresionado, tanto que decía: «Txo, a Cachelos e una muller ¡eh!, é una muller que me deixou o mástro quente e duro como o ferro. ¡A virxe!, vou reventar».

Txo, enfadado porque así era imposible dormir y además temía se despertaran los que sí dormían en las otras literas, no le hacía caso, pero Farturas no callaba: «Txo, sabes ti que é o mellor que ten a pesca da angula, non o sabes, pois é o marisco da Cachelos, jajaja».

Un silbato con su nítido pitido en cubierta acabó con las risas de Farturas, era el comienzo diario de la faena a bordo. Aunque aquel día no todo era sufrir y trabajar. Aquel día había más, quedaba algo nuevo y bonito. Cómo olvidar aquella silueta de la hermosa angulera.

Un día más, otro en dos años, dos largos años al servicio del franquismo.

Dicen que viene de lejos, pero, la música de fondo que se escucha no es agradable, y tampoco es nueva. No sería aceptable, no se puede aceptar el secuestro de los jóvenes, ni para matar, ni para que los maten. ¿Qué es lo que estamos obligados a defender los vascos?

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