Aitxus Iñarra
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación

«El pensador» de Rodin

Podemos referirnos a este modo de pensamiento como reflexión intuitiva, que desprendida de la linealidad del discurso, y acompañada de la intuición creadora, traspasa la frontera de la racionalidad.

Un hombre desnudo está en posición sedente, apoyada su mandíbula sobre el dorso de la mano derecha. Recogido sobre sí mismo y volcado hacia su interior, reflexiona. Su quietud externa contrasta con la sutileza de su actividad mental, medita, piensa. Es la escultura de Auguste Rodin: “El pensador”. Antes de sentarse a reflexionar ha incorporado mundo, se ha llenado de su historia, de sus recuerdos y expectativas... Pero ahora toca en actitud silente desprenderse de todo ello, vaciarse para, usando ese lenguaje tan social y milenario, poder reflexionar.

Si bien no es esta precisamente una actividad que se manifieste hoy con frecuencia, más bien queda constreñida en no pocas ocasiones, siendo víctima de la inhibición y la banalidad. Basta si no reparar en el contenido de nuestras conversaciones. Y comprobar lo que de verdad encierra esa sentencia anónima que dice: «Las grandes mentes hablan de ideas, los mediocres de sucesos y la mayoría de enfermedades». En ese contexto la reflexión no es acogida e incluso se la rechaza, considerándola poco oportuna. Algo que tiene que ver con el miedo a pensar, pues reflexionar puede marcar un punto de inflexión, una transformación no controlable por el propio individuo. O también se puede sentir la desazón de encontrarse con preguntas incómodas, con preguntas sin respuesta. Temor, en definitiva, a hallar nuevos sentidos que chocan con los códigos convencionales, y que ya no encajan en los discursos restringidos y alienantes que tratan de encauzar las vidas de las personas.

Sin embargo, la reflexión nunca ha dejado de estar presente en la filosofía occidental y en las diversas sabidurías orientales, extendiendo su mirada lúcida al mundo interno y externo, a la naturaleza humana, a la existencia y al cosmos. Se expresa en discursos variados como la filosofía y la ciencia, así como en el diálogo entre maestro y discípulo… Reflexionar nos evoca la facultad y la conciencia lingüística del ser humano y el mundo de las representaciones a través de la palabra. El lenguaje brota en la estirpe humana dignificándola, siendo una herramienta indispensable para conocer(se), para crear y descubrir. Del balbuceo del hablar incipiente de la humanidad hasta el razonar, argumentar o meditar sobre algo, el lenguaje ha ido conformando cada vez de manera más compleja la estructura mental individual y colectiva de la especie humana, sus actos y sus formas de conocer.

En el ámbito de la experiencia reflexionar es una faceta cognoscitiva útil y necesaria, tal como se nos muestra constantemente en la vida sobre todo cuando necesitamos afrontar circunstancias difíciles. Pero, además, el universo de la reflexión es polifacético. En ella se entrecruzan diversos aspectos que van desde lo psicológico a lo social, lo cultural o lo filosófico, e incluso lo metafísico. Intervienen en ella la experiencia personal, la memoria y la percepción que se tiene del mundo. Esta forma de conocimiento necesita de la definición de realidades a través de las palabras pero también del silencio, del no-significado y la vacuidad.

Asentada en el razonamiento la reflexión no tiene por qué navegar por rutas conocidas. Sus creaciones pueden resultar un tanto enigmáticas, dándose las mejores expresiones de esta forma de pensamiento cuando queda fuera el mundo acostumbrado y usual del pensador. En este sentido, recogemos un sugerente diálogo entre discípulo y maestro –basado en las palabras del filósofo escita Anarcasis (s. VI a.C)– del libro Aquellos sabios locos de R. P. Droit y J. P. de Tonnac:

«Maestro, ¡he oído decir que tu saber es grande y tu memoria incalculable! Me gustaría saber el significado de lo siguiente: ‘hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que navegan por mar’».

El maestro, después de escuchar las distintas respuestas de su discípulo, le responde: «Quienes navegan por el mar no están dormidos, ni en éxtasis, ni en trance. Conservan la lucidez en medio de una inmensidad donde no hay señales. Intentan mantenerse vigilantes, avanzando con la mirada alerta y la inteligencia despierta. Estas personas que no están ni vivas ni muertas, han abandonado los caminos habituales…, pero mantienen la mirada en la presencia del mundo… Está claro se han alejado de los vivos e incluso dicen que aprenden a morir… Se muestran atentos a lo desconocido».

Este modo de pensar nos aproxima a la indagación del reflexionar desarrollada con tanto arte por Sócrates. Mostrar el valor de esa faceta inseparable del universo mental en todos los ámbitos educativos mediante sus innumerables formas y discursos constituye una herramienta indispensable para el desarrollo de una cultura sana y una mente organizada. De esta manera cuando la atención se lleva al proceso de pensar, la concentración deviene en argumentación ordenada produciéndose naturalmente el acto reflexivo. Y ante la pregunta, la incertidumbre, o un problema que se plantea, el juicio reflexivo puede conducir a una apertura de mayor percepción-conciencia y participar de una mayor comprensión.

Reflexionar es una necesidad humana, una vía que va en pos de los distintos conocimientos y también de la sabiduría. Y si bien el lenguaje presenta sus limitaciones, la reflexión en concreto con sus metáforas y paradojas, puede ir más allá de lo empírico y del proceso analítico e indicar o apuntar lo elusivo, lo omitido. Es entonces cuando en el reflexionar emerge lo novedoso, y en ese fluir que recuerda a la atención del navegante, el asombro y la evidencia tienen presencia y asoma la comprensión, que se manifiesta en la palabra y en lo callado. Podemos referirnos a este modo de pensamiento como reflexión intuitiva, que desprendida de la linealidad del discurso, y acompañada de la intuición creadora, traspasa la frontera de la racionalidad. Entonces se va más allá de las relaciones que se establecen usualmente con las ideas, se traspasa el conocimiento cognitivo-emocional común y habitual. O dicho con las certeras palabras de Chuang Tzu: «Las redes son para pescar peces. Pero una vez que hemos pescado los peces, nos olvidamos de las redes. Las trampas son para cazar liebres, pero una vez que hemos cazado las liebres nos olvidamos de las trampas. Las palabras son para comunicar ideas, pero una vez que hemos captado las ideas, nos olvidamos de las palabras. Sueño con poder escuchar historias de boca de alguien que haya sido capaz de olvidarse de las palabras».

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