Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El poder del pueblo

Cuando me enteré del nuevo suceso de la democracia española corrí hacia el puñado de libros que me quedan y leí en uno de ellos lo referente al llamado periodo israelita del «gobierno de los jueces», que duró unos trescientos cincuenta años –desde el 1370 antes de Cristo hasta el 1050– y que se inició tras la muerte de Josué, que se siguió de tal anarquía que cada judío «hacía lo que bien le parecía»

¿Qué hará ahora el Gobierno español con esa sentencia dictada por el Tribunal de Justicia Europeo en la que se declara que el encarcelado Sr. Junqueras está protegido por la inmunidad parlamentaria tras haber sido elegido en las últimas elecciones a la Eurocámara?

Recordemos. Unos resueltos y variables jueces españoles han ideado una pena de trece años de prisión por sedición y malversación para el líder de Esquerra Catalana, detenido por su participación en el Procés. Pero el Sr Junqueras, como ya hemos dicho, presentó su candidatura al Parlamento Europeo y fue elegido. Ahora bien, el Tribunal Supremo español desconoce la inmunidad con que está revestido el Sr. Junqueras y lo mantiene en la cárcel. Si Europa Unida existe como verdadero poder político el dirigente catalán debe ser puesto en libertad inmediata para administrar la función política que le ha sido entregada por sus electores ¿Se cumplirá por el Gobierno de Madrid lo dispuesto por el Tribunal de Justicia Europeo? La cuestión reviste un interés fundamental de cara a saber si los españoles vivimos en democracia. Es más, la libertad del Sr. Junqueras tras la sentencia emitida en Luxemburgo determinará el valor real del escalonado jurisdiccional en Europa Unida. Como habitante reconocido de un orden democrático tengo pleno derecho a saber si ese reconocimiento tiene verdadera consistencia.

Hay algo que convertiría en una filfa más el valor de nuestra vida democrática. Ese algo consiste en tres líneas de texto que aparecen en el diario ‘‘El País’’, al que suelo acudir con la fe que antes ponía en el Boletín Oficial del Estado: «El Tribunal de Justicia Europeo ha considerado que si el tribunal nacional (o sea, español) considera necesario mantener la medida de prisión provisional debe solicitar a la mayor brevedad que suspenda la inmunidad al Parlamento Europeo».

Es decir, que si ahora el Parlamento Europeo decide que el Sr. Junqueras no goza de inmunidad parlamentaria la sentencia dictada por el Tribunal de Justicia Europeo decae en favor de la disposición provisional dictada y en curso por la justicia española que mantiene al líder de Esquerra Republicana entre barrotes.

Una nota sumable a todo lo anterior: si en este ir y venir de togas la resolución que se debate siguiera en pie durante algo así como cuatro años más unas nuevas elecciones europeas podrían dejar al Sr. Junqueras sin escaño en Bruselas, con lo que todo quedaría en agua de borrajas y la esposa del Sr. Junqueras podría cantar a su marido al pie del muro penitenciario aquella dulce canción mejicana que dice: «Poco a poco me voy acercando a ti,/ poco a poco se me llenan los ojos de llanto;/ mira si yo te querré/ que me voy a morir/ adorándote tanto».

Cuando me enteré del nuevo suceso de la democracia española corrí hacia el puñado de libros que me quedan y leí en uno de ellos lo referente al llamado periodo israelita del «gobierno de los jueces», que duró unos trescientos cincuenta años –desde el 1370 antes de Cristo hasta el 1050– y que se inició tras la muerte de Josué, que se siguió de tal anarquía que cada judío «hacía lo que bien le parecía», lo que llevó a cada juez de Israel a revestirse del poder supremo a fin de restaurar la fe en Jehová. Una de las jueces más destacadas fue Noemí, que era de armas tomar por la dureza de sus decisiones y que, según un grabado en una colección de los evangelios apócrifos, tenía unas facciones que a mí me recordaron en cierto perfil a la actual vicepresidenta en funciones del Gobierno del Sr. Sánchez, también en funciones. La cosa duró, me parece, hasta que el rey David subió al trono y acabó con el jolgorio politeísta, lo que, no sé por qué, me recuerda ciertos aspectos de la democracia española instaurada en 1976.

En fin hablo de todo esto porque la creencia en periodos democráticos de la humanidad se va extinguiendo en mí de modo irrefrenable. Ahora mismo he dedicado unas horas a leer papeles sobre el «impeachment» del Sr. Trump, que está pasando lo suyo, aunque también acabará en nada, pues la aprobación inicial de ese «impeachment» por la Cámara de Representantes norteamericana finalizará en nada, ya que el juicio final acerca del bárbaro del norte ha de verse en el Senado, donde es preciso una mayoría de dos tercios para derrocar al presidente. O sea, que todo seguirá como hasta ahora, pese a que los trapos sucios sacados a relucir acerca de unos y de otros componen una montaña nepalí.

En una serie de lecturas políticas a las que estoy dedicando mis últimos días tropiezo constantemente con el fascismo en que nos vamos sumergiendo inexorablemente a partir de la llamada época de las luces, en que se encendieron las antorchas de la Revolución Francesa, del idealismo alemán y de la espléndida aventura de los «padres pegregrinos» americanos. Parece mentira que la Revolución Francesa haya acabado en el Sr. Macrom, que el idealismo alemán se haya disuelto en la barbarie hitleriana y que la sugestiva crónica de Alex de Tocqueville haya de cerrarse en la página del presidente Trump.

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