Iñaki Egaña
Historiador

El Regimiento Garellano y la pleitesía

«La exposición y el acto de pleitesía de Azkuna hacia el Regimiento surgido en Ciudad Real y trasladado a Bizkaia para hacer frente a la pujanza minera es un escarnio para quienes sentimos a nuestro país en el oxígeno que respiramos. Alguno me dirá que son los peajes del cargo. Falso. El centenario del Regimiento (1987) se celebró en el interior del cuartel, sin bombo ni platillos.»

El Regimiento Garellano fue creado en Ciudad Real (España) pero la conmemoración de su aniversario se ha celebrado en Bilbo (Euskal Herria). Se trata del paradigma de lo que es un Ejército de Ocupación, como diría el falangista José María Areilza en 1937, primer alcalde franquista de la villa, después de que sus unidades mataran y fusilaran a miles de vascos republicanos.


Su nacimiento fue producto tanto de la Constitución española de 1876 que señalaba que «todo español está obligado a defender la patria con las armas» y de la consiguiente Ley Constitutiva del Ejército: «La misión del ejército es defender la patria de los enemigos interiores». La Constitución española de 1978, vigente, es, precisamente, una copia de aquella también monárquica: «indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible», concepto garantizado por el Ejército. Por eso, desde el siglo XIX, como antes lo habían hecho otras unidades, regimientos como el Garellano, Sicilia, Flandes, América o Arapiles, han sido las expresiones más notorias de esa ocupación de nuestro país. Desde Lizarra a Basurto, desde Araka a Loiola. No es casualidad que al otro lado de la muga, en esta concepción, Baiona sea la sede de fuerzas especiales (paracaidistas) de origen colonial, que de estar destacadas en Indochina se ubicaron, tras la independencia, en la capital labortana.


El Garellano llegó a Bilbo hace 125 años, diez después de su fundación, cuando Facundo Perezagua creaba la primera asociación socialista y los mineros de la margen izquierda protestaban por las penosas condiciones de trabajo a las que les sometían los patronos del hierro. Fue una respuesta contra el incipiente movimiento obrero vasco.


El nombre del regimiento castellano llegaba de una más de esas crónicas hispanas, ridículas y absurdas, que tanto gustaban a sus historiadores de la Academia. Los mismos que ahora reivindican la paternidad de su diccionario de traca. Un río en las cercanías de Nápoles con su nombre, Gargliano (Garellano en español), donde se batieron tropas del francés Luis XII y de los ibéricos Reyes Católicos. Años antes de la conquista de Navarra, cuando el reino pirenaico era independiente.


En 1890 ya reprimieron, junto a la Guardia Civil, incorporada también al Ejército, a los huelguistas que bajaron a Bilbo, de Gallarta, Triano, Matamoros, Putxueta y La Arboleda. A partir de entonces, el asalto a los mineros sería una de sus tareas principales. En 1905 en Altos Hornos, en 1909 y 1910 en la capital... Una pelea siempre desigual: piedras contra bayonetas, sables y balas.


Ya a partir del 1911 los desfiles del Garellano en época de paz eran contestados con lanzamientos de botellas, «silbidos y gritos antimilitaristas», según la prensa de entonces. En la huelga de 1917 con el epicentro en Bilbo, «los paisanos muertos fueron más de 20 y los heridos pasaron del centenar, mientras las tropas (el Garellano) tuvieron escasas bajas».


En el Garellano se integrarían miles de jóvenes vascos, obligados a realizar el servicio militar tras la abolición de los fueros. Fueron destinados a Cuba y allí murieron por centenares, la mayoría afectados por la fiebre amarilla. A partir de 1913 serían enviados a defender la «patria española», en Marruecos.
Las deserciones, numerosas sobre el terreno y también antes del llamamiento a filas, provocaron que los mandos del Ejército incentivaran a sus oficiales, de manera tanto legal como ilegal. Corrupción.
La tropa huía de los objetivos imperiales de la monarquía española. En 1923, un grupo de soldados del Garellano que partían de Málaga a Melilla en el “Lázaro” protagonizó un motín cuando desde el puerto la banda interpretaba la Marcha Real. Enarbolaron una ikurriña y serían severamente castigados.
Los episodios históricos con protagonismo del Regimiento acantonado en Bilbao son numerosos. De Basurto se trasladaron, en 1908, al cuartel de la Reina Victoria, en el corazón de la capital, en la Casilla. Curiosidades de la vida, Gregorio Ibarretxe era entonces alcalde, el primer jeltzale en la historia de la villa. Rindió pleitesía al Garellano, como también al rey Alfonso XIII en su visita a los astilleros Euskalduna. Parte de los suyos se lo echaron en cara y le afearon lo que Iñaki Azkuna acaba de repetir.


La misión inmortal de la «defensa de los enemigos internos» tuvo las siguientes estaciones en la dictadura de Primo de Rivera, en la salvaje represión de la huelga de 1934 y, sobre todo, en la preparación del golpe de Estado de 1936 que desembocaría en la guerra civil. El Garellano tuvo arte y parte. Los consejos de guerra previos al 36 tuvieron su continuidad en la posguerra. Militares del Garellano hicieron de jueces y verdugos.


No quiero aburrir con más referencias. Recordar, simplemente, que cuando el entonces príncipe Juan Carlos fue nombrado sucesor de Franco, saltó con su avión particular a Bilbo y lo primero que hizo fue visitar al Regimiento y adular su posición, en compañía de la alcaldesa fascista, Pilar Careaga. En 1972 cuando Carrero Blanco sospechó que los vascos preparaban la revolución, el Garellano se echó al monte, para practicar tácticas antiguerrillas, entre Izarra y Amurrio. En 1978, cuando el Cesid intuyó un rechazo a la Constitución española, Martín Villa viajó al cuartel para enfrentar una hipotética insurrección popular.
Siempre en el corazón de la ocupación.


Desde los años 60, la sede del Regimiento fue, asimismo, la de los consejos de guerra contra la disidencia vasca, contra ETA. Incluso calabozo para algunos de ellos. Por la cercanía al conflicto, el juicio del siglo XX, el de Burgos, sería trasladado a la capital castellana. Pero el resto siguió su curso. En 1973 fueron juzgados en el cuartel del Garellano una docena de jóvenes, cuatro en rebeldía: Argala, Tomás Pérez Revilla, Txomin Iturbe e Isidro Garalde. Al primero lo mató el BVE, al segundo el GAL e Isidro, como es sabido, todavía está en prisión.


El Regimiento de Garellano fue y es la pica en Flandes de los antiguos conquistadores, el recuerdo omnipresente de cómo se hace política en España. Recordarán que, en el 75 aniversario del fin de la guerra civil en suelo vasco, las asociaciones de memoria histórica organizaron actos para recuperar lo prohibido. Llorar a sus muertos. Como contrapartida y para marcar el terreno, como me cuentan lo hacen los perros, un regimiento militar hispano se dispersó por Elgeta, en abril de este año, en el aniversario de su toma por la armada franquista. Dos meses después, en el aniversario de la ocupación de Bilbo por las tropas de Franco, el Garellano subió a la cima del Gorbea para hacerse, con la bandera monárquica española, una foto de familia, la del recuerdo de sus 125 años de ocupación.


La exposición y el acto de pleitesía de Azkuna hacia el Regimiento surgido en Ciudad Real y trasladado a Bizkaia para hacer frente a la pujanza minera es un escarnio para quienes sentimos a nuestro país en el oxígeno que respiramos. Alguno me dirá que son los peajes del cargo. Falso. El centenario del Regimiento (1987) se celebró en el interior del cuartel, sin bombo ni platillos.


Hay otra historia, al margen de la que ofrece el Regimiento, hoy ubicado en Mungia, que me interesa más que la de Azkuna o ese patético Urquijo que ha llegado a comparar el Garellano con el Athletic. Es la de siempre, la de los nuestros, la de jóvenes y viejos, hombres y mujeres en cuya vida se cruzó precisamente el Regimiento de ocupación. Como la de Francisco Hernando, soldado de reemplazo que murió de maniobras en Punta Galea; la de Javier Muelas, uno de los primeros objetores de conciencia arrojado a sus calabozos; la de Iñaki Orbeta también preso en Ceuta y trasladado al Garellano. La de Begoña, madre de Iñigo Moya, herido de gravedad en un control de la Guardia Civil en Sopela, juzgada en consejo de guerra en el cuartel del Garellano por insultos a la Benemérita (¿que madre no lo haría viendo a su hijo agonizar?). Otros nombres que nunca aparecerán en las exposiciones son los de Isidoro Urrutia, muerto en la huelga de 1917, los anónimos combatientes del honor hispano cuyos huesos se difuminaron en las tierras del Rif, los de los vizcainos Victorino Tellaeche, Vidal Ruiz, Isidro Ipiña, Félix Bermúdez... que dejaron su vida leales a la República en 1937, precisamente en el Regimiento Garellano.


Este es nuestro relato, porque conocemos las venas de la historia.

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