Josu Iraeta
Escritor

El vértice de la pirámide

Es más que probable que de no coincidir fechas electorales, el desgaste que está suponiendo, la conflictiva situación generada por los graves enfrentamientos entre la sociedad civil y los gobiernos de María Chivite e Iñigo Urkullu hubieran propiciado sin duda, ceses, uno tras otro.

Pero debe tenerse presente que un cese en el equipo de gobierno significa muchas cosas, entre otras «debilidad» y eso equivale a un mayor desgaste del que llevan sufriendo desde comienzos de legislatura.

No es fácil gobernar, y si desde el gobierno se engaña con reiteración –como es el caso– las dificultades se multiplican.

Los que llegan «arriba» y se acomodan entorno a una larga, muy larga mesa, se consideran en el vértice de la pirámide, y es cierto, pero tienen mucho que observar, escuchar y aprender. Deben aprender que, la inercia, el ritmo que impone el propio órgano de gobierno, hace que los propios protagonistas prioricen los resultados «casi» prescindiendo de los condicionantes, mientras desde fuera se incide en los errores e incumplimientos.

Hay que convivir con esa presión, ya que, en el ejercicio de la política, máxime en los órganos de gobierno, se sabe que no es posible acertar siempre, a pesar del apoyo de los magníficos, caros y abundantes «equipos asesores». Aunque no puede ignorarse que si quienes tienen la última palabra carecen de los conocimientos y formación necesarios, el riesgo al error se magnifica.

Con este inicio pretendo situar al lector ante las posibilidades reales de éxito, a las que se enfrentan aquellos que dijeron «sí» cuando les ofrecieron la posibilidad de trabajar en un equipo de gobierno. Lo normal suele ser que quienes llegan a los órganos de gobierno tengan un bagaje de experiencia adquirida que les permite realizar la labor que se les exige con cierto decoro, pero eso no es suficiente. Y no es suficiente, porque las responsabilidades que se asumen –tanto de grupo como personales– pueden adquirir dimensiones extremadamente complicadas, que inciden directamente en la sociedad, y en esas condiciones, hay que hilar muy fino.

A partir de estos párrafos no es difícil llegar a la conclusión de que, en política debieran ejercer los mejores, porque de no ser así, de no captar a los mejores –ante situaciones como la actual–, observamos cómo los gobernantes piensan más en los compromisos adquiridos por las siglas que representan que en el bien de aquellos que gobiernan. Es decir, aquello que en su entorno les han enseñado.

De ahí viene el enfrentamiento constante entre los profesionales de las entidades públicas y los representantes de los gobiernos. Los profesionales denuncian el permanente incumplimiento y falsedad de datos de los políticos y estos exigen mayor cumplimiento profesional y colaboración.

No será fácil que las organizaciones políticas modifiquen los hábitos que hasta ahora les han servido para «introducir» en los gobiernos a técnicos afines, colaboradores y no conflictivos, pero lo cierto es que hacen falta dirigentes con inteligencia, conocimiento, empatía y honestidad y, créanme, el «rebaño» no es tan amplio como se piensa.

Para que surjan candidatos que pudieran optar a gobernantes con las características citadas, también hay que poder elegirlos, y eso solo puede conseguirse con una regeneración social basada en la educación. Una sociedad que sepa primar el esfuerzo y la excelencia. Sin olvidar la imprescindible colaboración de los medios que informen anteponiendo la realidad a sus intereses ideológico-económicos. Pudiera parecer pura entelequia, es cierto, pero creo que ese es el camino.

Las aspiraciones personales de quienes aceptan cargos públicos, son absolutamente legítimas, tanto como puedan serlo las de un sacerdote, un profesor universitario o un panadero. No debiera suponer dificultad el orientar su trabajo, no solo, por el futuro de la empresa –llamémosle gobierno– también el suyo. Lo dicho, con total legitimidad.

El problema surge cuando el político utiliza el desarrollo de su función pública con intereses personales de futuro, fuera de la función que ejerce como político, y eso ya no es lo mismo. Ahí «se esconde» la poco edificante puerta giratoria.

La sociedad lleva, no años sino décadas, observando cómo se distancian las promesas electorales de la vida real, cómo se alejan las promesas de los cumplimientos.

Aquí, entre el Ebro y el Nervión, las experiencias habidas sobre los presupuestos de las múltiples obras faraónicas que «crecen y dilatan» una y otra vez, unido a la complejidad presupuestaria de los distintos departamentos –todos ellos– se nutren de las arcas y el endeudamiento municipal. Y es aquí donde crecen las dudas, porque no es suficiente con limpiar las alfombras, hay que levantarlas. De otro modo, no es serio, ni creíble.

Si observamos con detenimiento a cualquiera de nuestros gobernantes, la nerviosa sonrisa que dibuja su rostro nos dice que temen por su futuro y en mi opinión, eso es lo que llevan «perfilando» aquí y allí, con unos y otros, el futuro, el suyo. Tranquilos, con algo de tiempo y buena asesoría, todo se resuelve.

Entiendo la postura de «mantenella y no enmendalla» por quienes son los artífices de esta situación, ya que las circunstancias mandan, y estas dicen que hay que «mantener el tipo» cueste lo que cueste, hasta el 28 de mayo. No son tiempos agradables y aunque la experiencia adquirida ayuda a seguir en el vértice de la pirámide, a partir del mes de junio, vivirán más relajados y dormirán mejor, seguro.

Desde hace algún tiempo, quizá porque ya consideran cerrado el ejercicio, en el discurso de los gobiernos autonómicos que nos atañen, no hay novedades sustanciales. Sus contenidos son de sobra conocidos, pero, es en las formas donde me están sorprendiendo. Se les observa incómodos, rígidos, como si el sastre no les hubiera tomado bien las medidas. Además, es evidente que tienen prisa, no escuchan y miran con recelo. ¿Será miedo?

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