Iosu del Moral
Militante Antikapitalistak Euskal Herria

Elecciones a la CAV desde una perspectiva anticapitalista

El próximo 21 de abril, los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca asistiremos a las urnas convocados por el lehendakari Iñigo Urkullu. Unos comicios que desde una perspectiva anticapitalista no se prevén muy ilusionantes. En un contexto global y local alarmante, en el que apremia un giro de 180 grados a la hora de hacer política y de gestionar nuestros recursos, al parecer en estos tres herrialdes de Euskal Herria que componen la CAV, la contienda se dará por el centro político sin que nadie represente una opción clara de transformación social.

Reflejo de ello, es la casi nula pulsión que existe entre la ciudadanía en las calles ante estas elecciones, donde una gran parte de la sociedad expresa abiertamente encontrarse entre un alto grado de desilusión y una desidia fruto del hartazgo ante esta convocatoria. Otro dato indicador de dicha situación general, es que ya no solo en parte de la sociedad vasca si no que entre los medios generalistas a nivel estatal son unas elecciones que están pasando prácticamente inadvertidas si las comparamos con la trascendencia que solían tener en otros tiempos.

Lógicamente, en tiempos del conflicto armado nos encontrábamos ante una población mucho más polarizada y por ende mucho más tensionada, lo que se manifestaba en una alta implicación y movilización de la sociedad. Hoy en día, en una situación de normalización política, es lógico que los datos de participación sean similares a los de otras regiones de nuestro entorno, aunque no deja de sorprender como se ha pasado en tan poco tiempo de una posición de confrontación con el Estado y un amplio cuestionamiento del régimen del 78 a una situación de colaboración que no hace si no legitimar y apuntalar dicho régimen.

Un Gobierno Vasco que en los últimos años de mano del PNV y de su lehendakari Iñigo Urkullu, se ha encargado de cumplir a pies puntillas con la agenda internacional del neoliberalismo. Un sistema capitalista que cada vez es más agresivo y que a día de hoy aplica sus leoninas políticas económicas sin ningún tipo de rubor. Ese capitalismo depredador, al que prácticamente no le queda ningún rincón del planeta por el que expandirse para tratar de explotar tanto sus recursos humanos como naturales, por lo que centra su estrategia de expansión dentro de los límites de las denominadas democracias liberales, carcomiendo y desmantelando los servicios públicos.

Una estrategia que pone en práctica desde diferentes frentes con el único objetivo de proteger los privilegios de las élites económicas en detrimento de los intereses de la mayoría social. Frentes que van desde aquello que torticeramente algunos han querido filtrar en el imaginario de la gente como proceso de externalización cuando en realidad se trata de una estrategia de privatización en toda regla de todo aquello que tenga carácter público, pasando por ir recortando en todo lo posible todo aquello que tenga que ver con partidas presupuestarias destinadas a la cobertura social, hasta tratar de hacer de la precariedad laboral una especie de statu quo que determine las condiciones materiales de la clase trabajadora en función siempre del criterio de los empresarios.

Ejemplos palmarios como el de Osakidetza, supuesta joya del autogobierno, donde la ciudadania vive in situ el empeoramiento paulatino tanto en las condiciones de sus trabajadores como en el servicio de usuarios. Algunos ejemplos vienen además marcados por un claro componente ideológico, de corte demócrata cristiano, por el cual se hace una apuesta clara por el modelo de educación generalizado de la kristau eskola concertada/privada en detrimento de un modelo de educación pública gratuita y de calidad que se va viendo abocada a la marginalidad con el riesgo de desembocar en el fenómeno conocido como el de las ghetto ikastolas. Por no hablar de un derecho tan básico como es el de la vivienda que se ha convertido casi en un lujo al verse secuestrado por los comportamientos especulativos del mercado ante la impasibilidad de nuestros dirigentes y que ya para los más jóvenes se ha convertido prácticamente en una utopía.

No olvidemos que aunque desde otras latitudes, incluso desde algunos sectores de la «izquierda», se ha venido a caracterizar a la derecha vasca como esa derecha moderada, razonable, con la que se puede llegar a acuerdos. Sí claro, acuerdos como los que en su día permitieron a un personaje como Aznar alcanzar la presidencia del Estado, o que más tarde facilitaran la investidura de Rajoy, por no hablar de esa especie de «trumpismo» o de «ayusización» que van sufriendo las derechas y por la cual algunos no vemos tantas diferencias ni en la esencia fundamental de las políticas económicas ni tampoco en la forma del tono chulesco de Ortuzar del de la Presidenta de Madrid.

Una derecha vasca que más allá de cierto folclore en el que se envuelve en casa, no duda en pactar con sus homólogos españoles en Madrid todas las iniciativas de carácter neoliberal que salgan del congreso de los diputados. De hecho, por muchos aspavientos que haga de tanto en tanto, comparte la hoja de ruta del grupo liberal al que pertenece y de los populares en el parlamento europeo. A nivel internacional, solo hay que ver como se ha posicionado en las últimas fechas respecto al genocidio al que el Estado de Israel está sometiendo a la población de Palestina. Todo esto no deja de ser una muestra más de como las derechas desde sus versiones más moderadas a las más reaccionarias al final siempre terminan por ponerse de acuerdo bajo la misma casa común del gran capital.

Un PNV que aunque seguramente sea el partido más votado ve como por primera vez peligra su liderazgo así que en términos gramscianos se prepara para la derrota. De hecho, al día siguiente de las últimas elecciones municipales y habiendo visto como se le colocaba EH Bildu prácticamente a la par, ordenó a toque de corneta a todos sus cargos recientemente elegidos que se subieran obscenamente el sueldo, seguramente con el fin de abastecer las arcas del partido sabedores que en un futuro próximo pudiera darse una perdida de poder institucional lo que acarrearía una disminución en la capacidad económica del aparato.

Otra muestra de ese miedo a la derrota, es que los jeltzales no han puesto toda la carne en el asador a la hora de elegir candidato, ya que no se ha contado con alguno de sus primeras espadas de un perfil tipo el de Unai Errementeria al que muchos lo veían como el sustituto natural de Urkullu tras haber sido Diputado General de Bizkaia. Así que de lograr mantener la lehendakaritza, parece que esa bicefalia tan característica entre el Lehendakari y el Buru Batzar quedará en este caso un poco desequilibrada con la elección del candidato Pradales. Un candidato poco conocido, de perfil bajo y con poco peso dentro del partido, con lo que será mucho más maleable por parte de Ortuzar y de los suyos. Por supuesto hay cosas que nunca cambian y como no podía ser de otra forma, se trata de un tecnócrata al servicio de las Iberdrolas, los Petronor y demás guaridas de los privados.

Por otro lado, y aquí viene el verdadero problema, es el ser conscientes de que no existe ni una sola opción dentro del marco de la izquierda que se presente con un programa claramente transformador y de convicciones anticapitalistas. Ya no es que la izquierda abertzale haya abandonado posiciones de ruptura si no que no existe ninguna opción que represente una alternativa de cambio real en el día a día de las clases populares por minoritaria que esta pudiera llegar a ser.

EH Bildu, una coalición, controlada por la izquierda abertzale desde su marca Sortu pero que, en realidad, abandona las tesis de confrontación política con el Estado y con el gran capital y que, curiosamente, termina por asumir todo el ideario político que en su día defendiera EA, Eusko Alkartasuna, que no dejaba de ser una escisión por la izquierda del PNV en tiempos de Karlos Garaikoetxea y que explica perfectamente ese viaje hacia el centro sociopolítico de la coalición abertzale que permite que se haya escuchado incluso algún canto de sirena proponiendo una especie de gran coalición nacional.

Un proyecto que ha pasado en poco más de una década de estar inmerso en un conflicto político de máxima intensidad, sufriendo ilegalizaciones de sus aparatos y encarcelamientos de sus militantes, a entrar en las instituciones manteniendo un discurso de cierta radicalidad, al menos en sus primeros compases, pero como les viene sucediendo a los «eurocomunistas», ha terminado por sucumbir rápidamente a la institucionalización por lo que en poco tiempo ha acabado virando hacia tesis más socialdemócratas de carácter reformista que le han terminado por arrojar hacia un posibilismo social liberal en una política de pactos con el liberalismo compasivo del PSOE.

De hecho, el gran peligro de las direcciones reformistas dentro de las organizaciones a las que se les presupone la representatividad del movimiento obrero es que a corto plazo pueden mantener una especie de dualidad, donde la parte más radical residente fundamentalmente en las bases cohabite con la nueva línea de la dirección, pero que más pronto que tarde acaban asentándose en un proyecto reformista que además termina por domesticar a las bases que es lo realmente dramático de estos procesos, dejando al movimiento huérfano de un proyecto sólido y amplio que apueste claramente por la emancipación de la clase trabajadora.

Está por ver, aunque no parece que vaya a ver ninguna sorpresa, el papel de un PSOE que aunque cada vez tiene menos tejido social, todavía tiene una representación política suficiente que le permite decantar la balanza en un sentido o en otro. El problema aquí reside en que los socialistas vascos están empeñados en demostrar una y otra vez que cada vez son menos de izquierdas y que todo apunta a que volverán a ser muleta de la burguesía vasca, no vaya a ser que por aquello de pactar con la izquierda abertzale pisemos algún charco que nos afecte en algún otro territorio del resto del Estado. Aunque es cierto que una alianza entre EH Bildu y los socialistas no esté en posición de representar una posible alternativa de calado, si es cierto que siguen recogiendo la gran parte del voto del pueblo de izquierdas, siendo este de hecho mayoritario en la CAV pero que al final ni siquiera se ve reflejado en las instituciones debido a la política de pactos.

El desastre del mundo Sumar/Podemos parece inevitable. Un proyecto que ya incluso en sus mejores momentos le costaba tener un discurso propio y enraizado debido a que quedaba constantemente solapado por el juego de tronos y las luchas por arriba que venían desde otras latitudes ha hecho imposible que a medio largo plazo se haya podido consolidar como un proyecto serio y fiable para la gente. No vale en un proyecto de este tipo que nace de la más absoluta y legítima indignación y al que se le presupone ser movimentista el haber abandonado las calles para hacer una política virtual desde las redes sociales y hacerse la foto de precampaña en algún movimiento social sin ni siquiera participar del mismo.

Por último, dentro del posible arco parlamentario está el papel de las derechas españolas. Por un lado la extrema derecha que es prácticamente inexistente parece que pueda perder el único representante que obtuvo en las pasadas elecciones por Araba, algo que siempre es una buena noticia aunque sea desde lo anecdótico tratándose de esta gentuza. Por otro lado, el Partido Popular que ha ido viendo como en los últimos años su poder institucional, ya de por sí no muy significativo, ha ido menguando aún más hasta ser prácticamente nulo. Un electorado liberal que por puro pragmatismo se ha ido concentrando en el PNV, ya que la fórmula electoralista del mantra simplón por el cual todo es ETA, al parecer aquí no le funciona ni entre los suyos. Eso si, al igual que sucediera no hace tanto en la Diputación de Gipuzkoa, el PP no dudaría en ceder su apoyo al PNV si fuera necesario.

Con todo el menú sobre la mesa, todo indica que no habrá una alternativa real si no que en el mejor de los casos se dará una alternancia por la gestión. Además, es poco probable que incluso esa pequeña alternancia llegue a darse ya que para ello deberían darse varias cuestiones. Por un lado, EH Bildu debería constatar el sorpasso al PNV y eso está por ver. Todo indica que la coalición abertzale mejorará notablemente sus resultados y seguirá ampliando su espectro de voto hacia el centro sociopolítico, pero es bastante probable que el PNV aguante por poco el primer puesto. Incluso si esto se diera a los de Ortuzar todavía les queda la muleta del PSOE y el comodín del PP llegado el caso.

Por supuesto, sin caer en aquello de cuanto peor mejor, es evidente que ante este panorama para cualquier persona con sensibilidad de izquierdas es preferible que EH Bildu ostente la Lehendakaritza aunque sea por aquello de la gestión del «no se puede». Un conformismo del no se puede hacer nada contra el establishment, las instituciones tienen sus límites y lo único que haremos es tratar de que el neoliberalismo sea lo menos agresivo posible con nuestros ciudadanos. También es cierto que a nivel histórico que el próximo lehendakari fuese de la izquierda abertzale sin duda sería un hito en este país, que por supuesto al día siguiente se despertaría con todas las portadas de la caverna mediática española clamando que ETA gobierna el País vasco. Pero aunque esto se diera, debemos ser conscientes que en ningún caso esto supondría un cambio sustancial en las condiciones materiales de las clases populares de los tres herrialdes.

Algo que empieza a ser ya inquietante es que la abstención parece seguir con esa tendencia al alza de los últimos años. Es cierto que como ya hemos mencionado antes, la normalización de la política vasca ha hecho que exista menor pulsión en las calles aunque tradicionalmente se trate de una sociedad con bastante capacidad de movilización. Sin duda, la ausencia de una alternativa con garantías y una apuesta por disputar la contienda por el centro político, ha hecho que a muchas personas las vísceras les pidan al menos plantearse la opción de la abstención debido a la situación de apatía que todo esto genera.

No obstante, no olvidemos que el derecho al voto universal es una victoria del movimiento por el que se luchó mucho no hace tanto y que por tanto es siempre bueno el ejercerlo. Pero tampoco habría que hacer un discurso en el que se criminalice a la abstención si no más bien preguntarse porqué este fenómeno va en aumento y tratar de revertirlo. Además no tiene nada que ver el plantearse una abstención que responda a un movimiento táctico originado por el análisis y la reflexión en un momento coyuntural que una abstención creciente dada por el desafecto de una población desencantada.

Lo verdaderamente triste y que dice mucho de nosotros como sociedad, es que existan muchas personas a las que les gustaría votar, participar de las decisiones que se toman en la tierra en la que trabajan con o sin papeles y que no pueden por su condición de inmigrantes. Ilegales dicen unos, irregulares dicen otros, pero la única verdad, es que son personas, seres humanos a los que se les niegan sus derechos más fundamentales como puede ser el derecho al voto. Eso sí, ningún problema para que a cambio de una miseria te limpien la casa, lleven a tus hijos al colegio, o cuiden de tus mayores porque en un sistema capitalista al parecer lo que si es un derecho, es el derecho a la explotación.

Así que desde una perspectiva anticapitalista, iremos a votar, iremos a votar como otras tantas veces ya hemos hecho con muy poca ilusión y como se dice popularmente con la nariz tapada pero ejerceremos nuestro derecho. Votaremos por un acto de responsabilidad por todos aquellos que lucharon para que ahora tengamos este derecho. Votaremos pero seguiremos en las calles, seguiremos en las calles reivindicando una sociedad cada vez más ecologista, cada vez más feminista, una sociedad antifascista y anticapitalista, solidaria entre sí y con el resto de pueblos que pone a las personas en el centro de la política.

Porque este, sigue siendo un pueblo que no asume la precariedad como statu quo, que no asume el desmantelamiento de sus servicios públicos que tanto costaron conseguir y construir, que no asume que no dejen de llover bombas en Gaza, que no asume que el mediterráneo se convierta en una fosa común, como tampoco asume que el Bidasoa sea el final del viaje de muchos migrantes que enriquecen una sociedad que no quiere vivir en un mundo homogeneizado por el discurso hegemónico perdiendo su identidad propia pero que al mismo tiempo se integra y mezcla con naturalidad dentro de un mundo en constante movimiento.

Una sociedad en un mundo cada vez más interconectado y más interdependiente económicamente, y donde, al parecer, la clase obrera tiene cada vez menos conciencia de clase, mientras las élites económicas parecen tener bien clara su hoja de ruta para mantener su estatus de privilegio. Una situación de máxima emergencia que nos obliga desde el anticapitalismo organizado a apelar a ese anticapitalismo sociológico para ir articulando y conformando un proyecto de confrontación con el sistema actual a nivel de Euskal Herria pero que, al mismo tiempo, y dada la magnitud del opresor, se articule en la lucha internacional, ya que el cambio real o se da entre todas y en todas partes, o no se dará.

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