Saioa Marina Cuenca Ruiz

Enseña tu pasaporte: Covid-19 y circularás más libre que las personas en Palestina y en el mundo

¿Ha enseñado el coronavirus sus papeles? Pasa check points y fronteras con más facilidad que las personas. Ojalá todas las personas fuésemos Covid-19 para movernos con mayor libertad en este mundo.

El grupo de ocho integrantes de las organizaciones de ayuda humanitaria Yoslocuento, Help-Na y No Name Kitchen volvemos de Palestina, antes de lo previsto, por el coronavirus y el estado de alarma que se proclamó en Palestina.

Enseño mi pasaporte antes de entrar al avión: Saioa Marina…, nacionalidad española. (Primero, tengo papeles; segundo, tengo nacionalidad). Entro. Me siento. Me siento al lado de la ventanilla, y me pongo cinturón. Se empieza a oír el motor, arranca, acelera, y empezamos a coger altura. Nos alejamos de la tierra. Volamos. Volamos sobre nubes. Vemos las tierras, ciudades: nuevas como Tel Aviv e históricas como Jerusalén.

Y me pierdo entre las nubes. Las de mi cabeza y las que veo desde la ventanilla.

Y me pierdo entre las personas que me parece intuir por ahí abajo. Y pienso, ¿será palestina o israelí? ¿musulmana, judía, cristiana o atea? Y me imagino sus palabras, ¿árabe o hebreo? Y sigo recorriéndo las calles y las miradas que se cruzan. Perdida entre la gente y entre las nubes.

Desde las nubes, las personas, todas, somos iguales. Igual de insignificantes. Igual de indistinguibles y vulnerables. Pequeños animalitos en movimiento. Hormiguitas. Salto de las nubes a las calles de Jerusalén y las recorro.

Desde las calles, las personas, todas, somos diferentes. Me pierdo entre la gente, diferente, diferentes orígenes, creencias, religiones... Todas igual de respetables. Sin embargo, no todas igual de respetadas. Jóvenes militares israelíes de 18 años recorren la ciudad vieja con armas que les cuesta coger. Mientras, jóvenes árabes recorren las mismas calles, sin nada. Ya no somos tan iguales. Gente armada y gente que no. Con poder y sin él. Gente reconocida a nivel mundial, en un país reconocido a nivel mundial. El Estado de Israel. Gente no reconocida y sin país (la Palestina ocupada). Gente con identidad se cruza con gente sin identidad. Documentos diferentes entre israelíes (DNI azul y pasaporte israelí) y palestinos (DNI verde y sin pasaporte, sustituido por el «travel document», ya que no son considerados ciudadanos sino sólo residentes en Israel). Papeles de diferentes colores y con diferentes derechos.

¿Y Palestina? ¿Y la gente palestina? ¿Han desaparecido? Eso es lo que quiere conseguir el sionismo, poliki, poliki, o mucho a mucho (porque han creado un país en menos de 100 años). En silencio, ocupando terreno y desplazando personas palestinas. Palestina no existe en sus documentos. Palestina existe en las personas. La gente de Jerusalén Este, Ramallah, Nablus, Hebrón, Belén... ¿De dónde sois? «De Palestina». ¿Y tu familia? ¿Tu madre? ¿Tu abuelo? ¿Tu tatarabuela? Palestinos y palestinas. Desde hace generaciones y generaciones.

¿Cómo lo han conseguido? ¿Qué tiene que hacer una población nueva para instalarse en una tierra habitada ya con personas con las que no quieren compartir tierra? Ocupar. Ocupar sus tierras, sus casas, su gente. Y con violencia.

Ocupan sus tierras edificando hoteles de cinco estrellas, mucha altura y exclusivos para clases altas (no palestinos), destruyendo casas o lo que haya, da igual. Construyendo un moderno tranvía sobre la Línea Verde, una frontera disimulada y amable que se estableció tras la guerra árabe-israelí de 1948, dividiendo Jerusalén en dos, Este y Oeste, musulmán y judío. Como nos explicó el palestino Daoud.

Ocupan sus casas, entrando, a gritos y sin piedad, ensuciando, rompiendo y echando a las familias, haciéndolas vivir en la calle o donde puedan. Como una de las miles de casas que hay ocupadas en Jerusalén. Mientras los colonos viven en ella, la familia sobrevive en la caseta del jardín, conviviendo a diario con las personas que han invadido su casa. A su vez, la casa de enfrente, también ocupada y con una familia expulsada, sirve de alojamiento gratuito y temporal a jóvenes israelíes universitarios. El día a día de Palestina, convivir con la ocupación y los ocupantes.

Ocupan las calles, recorridas por militares de 18 años obligados a realizar la mili y educados para querer realizarla con orgullo. Te libras si eres judío ultraortodoxo o si simulas una enfermedad mental. Barrios palestinos como Silwan, que los militares invaden a las noches batiendo las calles y provocando. Tentando a las personas. Entrando en las casas que quieren, haciendo lo que quieren. Todas las casas, como la de nuestro conocido Kutaybah, bajo orden de demolición.

Ocupan ciudades, las controlan desde asentamientos colonos, desde lo alto de las colinas. Facilitando a población extranjera, con salarios, armas y todo tipo de facilidades, su llegada a casas y colonias nuevas.

Ocupan las personas, violando sus derechos, su capacidad de vivir, de elegir, de protestar, de progresar. Porque el sionismo progresa, pero en el nombre de la ocupación y la violación de los derechos humanos. Ocupan personas, invadiéndolas de miedo e inseguridad en su propia casa, en sus calles, en los check points. Check points que se han sacado de la manga, fronteras inventadas que han colocado a la entrada de pueblos palestinos y dividiéndolos, dificultando o imposibilitando el acceso a trabajos y escuelas, retenidos durante horas hasta que los militares israelíes decidan dejar pasar, mientras, sentados, fuman cigarros viendo la fila de personas y coches cada vez más larga. Imagínate. No puedes planear nada. Nunca sabes cuándo vas a llegar. Sales de casa tres horas antes para ir al cole. Y a ver si llegas. No importa si estás enfermo o embarazada o si es urgente. Además, si tu vehículo tiene matrícula verde palestina no puedes pasar, siendo solo accesible para las amarillas israelíes.

Estos check points no sólo rompen tu plan y tu vida, rompen tu persona. Nuestro conocido, Ibrahim, siente que se rompe en pedazos delante de sus hijos, la figura de héroe paterno que tiene, se rompe en cachitos de cristal cuando pierde toda autoridad delante de los militares. Le hacen sentir que no es nadie, le humillan delante de la familia. A la vuelta a casa, siente que no les puede mirar a los ojos, siente que los pierde y que no los puede defender.

Ocupan a las personas estableciendo leyes que perjudican exclusivamente a gente palestina. Legislación militar para Palestina mientras que para Israel rige la legislación civil. ¿Quién tiene derecho a decir qué es legal y qué no? Evidentemente, para Israel, todas las personas presas en sus cárceles han quebrantado la ley, porque niños tirando piedras a militares israelíes, mientras éstos destrozan con apisonadoras su casa, tiene una penalización de 18 meses en prisión. Pero el militar israelí que mata a una persona palestina 0. Como nos explicaron en Addameer (conciencia en árabe), asociación que defiende la población presa palestina y sus derechos humanos. Porque Israel decide quién es preso y quién no, y el trato que se les da. Huelgas de hambre para conseguir un bolígrafo en la cárcel, torturas físicas y psíquicas, imposibilidad de ver al familiar preso, penas de por vida, pérdidas de infancias y de vidas, madres en una sala sin ver al hijo, mientras que el hijo, de interrogatorio en la sala contigua, por una ventana le ve, y le amenazan diciendo: «Si no nos cuentas sobre las actividades y personas implicadas en el movimiento palestino, ¿ves tu madre? Pues destrozaremos su casa, vuestra casa».

Porque esto no va en contra de las personas judías, va en contra del movimiento sionista que invade tierras, casas y personas. La gente palestina no odia a la judía, odia la ocupación. A pesar de todo lo que sufren, no odian personas, odian el sufrimiento y el dolor, la injusticia y la vulneración de derechos humanos que causa el sionismo.

Por eso, se alegran al vernos, al saber que hemos ido a conocer Palestina, al ver que existen para el mundo, que no son invisibles y que lo que queremos es traer un poquito de realidad palestina a nuestra casa. Y se abren, se desnudan, contándonos sus vidas a un grupo de 8 personas desconocidas, mientras en sus casas nos ofrecen un té. Shukran yazilan!

El grupo de ocho volvemos a casa dos semanas antes de acabar el proyecto en Palestina, atropellados por el coronavirus Covid-19, y con la dificultad que supone ahora la difusión, sensibilización y denuncia del conflicto palestino.

Ahí dejamos Palestina y su gente, con esa fuerza, capacidad de resistencia y amabilidad.

Ojalá el coronavirus nos sirviera para reflexionar, tomar conciencia, cuidar y querer a las personas (sin etiquetas de raza, origen, religión, género...) y acabar con la violación de derechos humanos, la vulneración de personas y su dignidad, la pobreza, las desigualdades de debajo de mi casa, las muertes en el Mediterráneo, el racismo, la violencia… ¿Ha enseñado el coronavirus sus papeles? Pasa check points y fronteras con más facilidad que las personas. Ojalá todas las personas fuésemos Covid-19 para movernos con mayor libertad en este mundo.

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