José María Pérez Bustero

Época de siembra

En este escrito empezamos con un dato que recoge la prensa: que el presidente del Gobierno central, Pedro Sánchez y cuatro de sus ministros llegaron el día 15 de este mes de febrero a Donostia para participar en la investidura del socialista Eneko Andueza como secretario general del PSE en Euskadi.

Este hombre, al verse arropado por los representantes del PSE, afirmó: «Podemos decir que los miembros del partido hemos cambiado el guion de este país y que nosotros decidiremos el futuro de Euskadi... pues somos el verdadero, auténtico y único dique de contención contra la derecha y ultraderecha».

Al margen de otros comentarios sobre esa ceremonia y sus afirmaciones, viene a la mente pedirle a los miembros del PSE que se den cuenta de las tareas que realizamos los habitantes de este país para que vayan asumiendo su diversidad, y adaptarse a ellas.

Empezamos por las zonas rurales. Y tomamos nota de los distintos trabajos que se realizan en ellas: los herbicidas para limpiar los campos de las hierbas, la fertilización de las tierras con abonos de todo tipo para aumentar su fecundidad. Seguidamente, se procede a las siembras y a las plantaciones. Y en verano se acomete la trilla para separar el grano de la espiga.

Todo ello con el riesgo de sufrir borrascas de todo tipo.

¿Borrascas? También en el proceso social y político de este país han sido una parte trascendente a lo largo de los tiempos.

Comenzamos por Iparralde. Allí nos topamos con la revolución francesa a finales del siglo XVIII, que convulsionó la Francia del antiguo régimen, y que penalizó a quienes no aceptaran las disposiciones dictadas desde el gobierno central que buscaba la unificación de identidades e ideologías. Esa voluntad lo llevó a deportar al departamento de las Landas a miles de gentes vascas por no haber aceptado los principios revolucionarios.

En la península también se dieron tremendas borrascas fraguadas por la actitud represiva y centralizadora de los diferentes gobiernos, que produjo la rebelión de las gentes a lo largo del siglo XIX. Y sucedieron las tres guerras carlistas entre el año 1833 y 1876 para mantener las jurisdicciones y formas de vida propios.

Sin entrar en la dinámica y dramatismo de dichas guerras, es preciso tener en cuenta que en las tierras vascas tenemos tareas muy diferentes que generan diversidad en sus habitantes.

En las tierras rurales resalta la producción de cereales y de patatas, con las viñas, los árboles frutales, los regadíos, los rebaños de ovejas, de cabras, de vacunos.

En las poblaciones urbanas tenemos las ciudades con sus barrios, los municipios menores que pueden estar relativamente aislados, las aldeas que en parte se han ido desocupando de habitantes, pues hacen la vida familiar en poblaciones cercanas. Y los trabajos de los habitantes se hacen en empresas de todo tipo, desde los centros de enseñanza hasta la vigilancia de la circulación.

Una tarea más: asumir como vecinas a las gentes que han ido llegando desde otras tierras. Tener delante el hecho de que la mitad de los vascos son/somos venidos de fuera o hijos de venidos de fuera. Algunos de estos, incluso con características físicas que no son propias de la llamada etnia vasca. Aquel dicho de raza vasca es totalmente ajeno a la actualidad.

Vamos a otros objetivos. En primer lugar, buscar la cohesión interna entre las siete tierras vascas. Que van por el sur desde el Cantábrico hasta el Ebro, y por el norte hasta el río Adour. Una parte de los vascos vivimos en las zonas de costas, otros en las de montaña, con su densidad forestal, o en los valles, en las llanadas, en las cuencas, en la Ribera, en La Rioja.

Junto a esa tarea de asumir nuestra diversidad en casa, es también importante valorar y cultivar la amistad con el resto de tierras peninsulares, que tienen dentro una herencia y vocación de autoafirmación, e incluso de rebelión contra los gobiernos centralistas. Además, debemos tener en cuenta que una parte importante de los habitantes vascos procede de otras tierras. Por todo ello, debemos cultivar una relación de amistad con zonas como Cataluña −con su proceso histórico análogo al vasco−; con Galicia y sus gentes asentadas en tierras vascas (a Trincherpe le llamaban la quinta provincia gallega); o con La Rioja y sus tierras que se mezclan con las nuestras.

Teniendo delante estos hechos, cabe sugerir que los vasco-navarros metamos en el cajón aquel objetivo llamado «independencia de España», o incluso la necesidad de generar un estado vasco. Darnos cuenta de que las gentes peninsulares no son enemigas sino vecinas.

¿Y qué le decimos al gobierno central? Que no se imagine ni funcione como patrono del aparato legislativo, judicial con un régimen ajeno a tierras y gentes. Y que facilite a zonas y gentes la posibilidad de ser ellas mismas, sin agacharse ante los gobernantes y sus directivas ajenas a la realidad.

Una petición y exigencia: que saque a los presos políticos a la calle. No solo llevarlos a prisiones más cercanas, sino abrirles las puertas a la casa y familia.


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