Víctor Moreno
Profesor

¡Es el Estado, compañero!

Cuando intentamos comprender el porqué de algunos hechos que no encajan en nuestra manera de ver la vida, se apela a la locura como causa de los mismos. Así, por ejemplo, decimos que lo que está sucediendo en Gaza parece obra de alguien que no está en sus cabales. De hecho, se ha repetido que la crueldad contra la población palestina solo puede ser cosa de un loco.

No sé si es una buena o mala explicación, pues, el Código Penal en el Capítulo II –"De las causas que eximen de la responsabilidad penal"–, en los artículos 19 y 20, entre las «circunstancias eximentes» que pueden librar a un criminal o asesino de la cadena perpetua o de la pena de muerte señala «la minoría de edad, la anomalía o alteración psíquica, la intoxicación plena, alteraciones de la percepción, la legítima defensa, estado de necesidad, miedo insuperable y legítima defensa».

Lo que sin ninguna duda, Netanyahu, caso de que en algún momento fuera juzgado por un tribunal internacional, se vería libre de verse condenado. De hecho, las eximentes de «legítima defensa de su país» y la de «alteración psíquica» le vendrían al dedillo caso de que fuese considerado loco de atar. Y, de hecho, varios presidentes de Europa junto con el de EEUU ya han sugerido la legítima defensa como argumento para que Netanyahu pueda seguir achicharrando a los palestinos hasta el apocalipsis.

¿Y la de perturbado? Pues, si así fuera, sucedería lo propio. Pero si así fuera, tendríamos, entonces, que reescribir los libros de historia y titular como locos a conquistadores, reyes y emperadores del pasado como Alejandro Magno, Julio César, los Reyes Católicos, Carlos I, Felipe II, Hernán Cortés, Napoleón, y un largo etcétera… cuyas matanzas de pueblos «enemigos» en nada desmerecen a la perpetrada contra los palestinos.

Lo más fácil para explicar lo de Gaza es afirmar que Netanyahu está loco. Pero como no lo está, habrá que preguntarse, entonces, ¿cuáles son los motivos por los que se emperra en hacer desaparecer a los palestinos de la faz de tierra? Lo más recurrente sería apelar a razones geopolíticas e intereses económicos impulsados por los «lobbies» judíos del mundo mundial. Véase, en este sentido, el esclarecedor ensayo de Finkelstein "La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío".

En efecto, son razones poderosas, pero, ¿suficientes? No sé, pero entiendo que, además de esas causas económicas, hay un pensamiento político que da cobertura y cohesión ideológica a semejante barbarie. Un pensamiento que sostiene un modelo de Estado que solo sabe solucionar sus conflictos nacionales e internacionales utilizando la fuerza, la violencia y, en definitiva, la guerra. Y no es de extrañar que esto sea así, porque existen políticos que sostienen que la guerra, sí, es un mal terrible, pero un «mal inevitable y necesario». Para más inri, la historia les da la razón, pues pocas serán las democracias actuales que no se hayan levantado sobre las ruinas de una guerra.

Y, si las guerras se repiten de un modo cíclico irremediable y necesario, ¿cuál será la causa raigal que las hace posible?

No veo más razón que la existencia del propio Estado. Ningún Estado se mantiene en pie si no es gracias a la presencia de sus ejércitos de tierra, mar y aire. Guerra y Estado son conceptos indisolubles. Se crearon al mismo tiempo. Ningún Estado subsiste sin violencia y sin el ejercicio de la fuerza.

La construcción de un Estado, del reconocimiento de su identidad, independencia y, por supuesto, de su unidad territorial e integridad geográfica, no serían posibles sin esa violencia. Ni su soberanía. De hecho, así lo confirma con absoluto desparpajo el artículo 8º de la Constitución española que reconoce al Ejército como garante de la unidad e integridad de España. Y bien sabemos que, cuando el derecho de un Estado se siente violentado por otro Estado, será la fuerza militar el medio utilizado para restituir dicho derecho. Ya lo vimos en Cataluña.

Aquella propuesta de Kant, defendiendo una liga de naciones para garantizar la paz perpetua entre Estados, suena a parodia contemplando el espectáculo de Gaza e Israel, Ucrania y Rusia. Ver cómo Israel se descojona del Derecho Internacional con el apoyo de EEUU, resulta un bofetón denigrante para quienes de verdad creen en ese Derecho.

Deduzco, por tanto, que, mientras gobiernen este planeta gente que tiene una concepción de la guerra como motor de progreso, sea en economía, política, ciencia y tecnología, y, por supuesto, en demografía y moral –pues reducen la densidad de la población mundial no deseada y puede que hasta sacudan nuestra modorra ética, como apuntaban Hegel y Unamuno–, el panorama actual no tiene viso alguno de cambiar.

Las guerras son la lógica consecuencia de una concepción política determinada que nace, a su vez, de un modelo de Estado concreto y que poco o nada ha variado desde que inicialmente lo configurase Hobbes.

Mientras subsista este modelo de Estado, del que deriva una Constitución donde el Ejército es el encargado de defender su soberanía, su integridad territorial y su identidad nacional, la guerra seguirá amenazando nuestras cabezas como una moderna espada láser de Damocles.

Dicho de otro modo: si los Estados y sus instituciones nacionales e internacionales no apuestan por mecanismos incruentos suasorios para defender sus esencias nacionales, no habrá paz en este mundo.

La paz solo puede ser resultado de un modelo pacífico de Estado que destierre la violencia y la guerra, no solo para defenderse de unos enemigos, reales o inventados, y construya un modelo de sociedad sobre la base de unas relaciones nacionales e internacionales que nada tienen que ver con lo que pregonan idílicamente sus respectivas constituciones.

A un Estado violento por esencia se le corresponde la lógica de la guerra. Y esta no es consecuencia de la locura de un individuo. Quien de verdad está loco y necesita visitar al psiquiatra, es el Estado. Cuanto antes.

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