Josu Iraeta
Escritor

España, un vecino difícil

Es cierto que hasta el día de hoy, y desde hace ya décadas, para algunos nunca es «llegado el momento» pero en mi opinión, y –por razones que pueden considerarse evidentes– quizá estemos en el momento de profundizar en el debate, de abrir la puerta de los despachos en los que puede leerse «Dirección» y mostrar el contenido de las carpetas que dicen; «Proyecto estratégico».

No tengo la más mínima duda de la diversidad del contenido de las carpetas que pudieran mostrar cada una de las fuerzas políticas –una vez aceptado el compromiso– como base del debate. Pero también creo que pude ser factible un «menú degustación» común entre varias de ellas

Creo observar, que además de los despachos, la energía producida en las últimas elecciones está haciendo «roncar» al horno que calienta los corazones de los vascos abertzales. Es cierto y opino que debiera considerarse la conveniencia de mantener la tensión adquirida con la inyección energética del pasado (28-05), pues una vez adquirida la potencia calórica suficiente, se recomienda mantener la temperatura. Porque no debemos olvidar que es mucho, muchísimo lo que cuesta arrancar el horno, no podemos dejar que se enfríe.

La metáfora siempre es un recurso que ayuda en la comunicación, pero no debe utilizarse para manipular la realidad. No debiera hacernos olvidar que vivimos tiempos de crisis y esto hace que muchos estén obligados a variar sus prioridades. Pero debiéramos hacer un esfuerzo –otro más– y mantener nuestra escala de valores y objetivos. Por eso, si se dan –o se obtienen– las condiciones necesarias, este puede ser el momento oportuno de concretar y sumar intereses que permitan dar a conocer el «norte» que marca hoy nuestra brújula. A pesar del «acotado» de la Constitución española y sus interpretaciones.

Son ya cuatro las décadas, y puede afirmarse que la opción estatutaria actual queda demasiado corta y «desfasada», pues la relación entre las instituciones propias y las del Estado queda excesivamente desequilibrada en favor de esta última. Este desequilibrio no sólo atañe a los catalanes, también a vascongados y navarros. Y es que, aún partiendo de textos diferenciados y gobiernos autonómicos también diferenciados, las actuales autonomías tienen una doble tara congénita que condiciona negativamente sus posibilidades políticas.

De un lado, porque todo lo que delimita según la letra de la Constitución española –el reparto de poderes–, los controles a que están sometidas, etc., rezuma el ambiente de fuerte recelo hacia las nacionalidades «periféricas» en que se engendró durante la transición, con fuerte presencia franquista. De otro, porque las posibilidades de una interpretación más lógica y abierta de la Constitución, están supeditadas a la relación de fuerzas del sistema político español y a sus mayorías electorales.

Todo esto, en la práctica de los años se ha traducido en una considerable y persistente arbitrariedad política. La subordinación al poder estatal y sus instituciones, que al ser constituidas de acuerdo con las mayorías, hace que sean estas quienes regulan el alcance y contenido real de la autonomía. De manera que las transferencias son utilizadas como concesiones «a cambio de», exigiendo además fidelidad y lealtad al sistema.

En mi opinión, parece factible que el autogobierno navarro y vascongado pudieran mejorar con una reforma federal, siempre que se le dotara de garantías constitucionales de las que hoy carecen las autonomías. Pero teniendo en cuenta, además, que el nuevo sistema federal no adoleciese de las mismas taras que el actual sistema estatutario. Lo planteo porque de poco serviría un federalismo territorial igualitario, como pretendieron en su día con la famosa LOAPA. ¿Cómo se puede conjugar esto en Vascongadas-Nafarroa? ¿Debiera ser un federalismo asimétrico?

Aquí tocamos hueso, ya que a pesar de la clara disensión en las instituciones navarras y vascongadas sobre su identidad colectiva –política y cultural– nadie puede ignorar la existencia de las minorías –que ya no lo son tanto– y que además de disentir, suponen una muy significativa y creciente dimensión de las corrientes provasquistas.

De esto debe traducirse, que tanto los vascongados como la sociedad navarra necesitan dotarse de más elementos de cohesión que la pura ley de las mayorías. Porque es obvio que lo vasco concita un sentimiento de identificación muy profundo para una parte –cada vez más importante–, de la población, por diversas, claras, evidentes, y profundas razones. Las instituciones no pueden ignorar este hecho y menos considerarlo una anomalía o una desviación. Por el contrario, la lógica misma de la «actual representación democrática» les exige reconocer lo vasco como parte de lo navarro.

Esto es evidente, ya que una reforma federal no responde a una demanda generalizada de la sociedad española, sino a la voluntad política de ofrecer un encaje más lógico en el Estado español de determinadas nacionalidades diferenciadas como gallegos, catalanes y vascos. Dicho esto, pudiera parecer lógico, optar por un federalismo asimétrico.

La opción confederal, en la medida en que equivale elevar el autogobierno a un grado superior de soberanía, podría resultar satisfactoria. Pero no solo por eso, también por tratarse de un sistema que permite combinar la «independencia» y la mutua cooperación del conjunto confederado. Que, a su vez, consiente la expresión legal de una doble identidad colectiva. Es en esta medida, que la fórmula podría ser válida para las gentes preocupadas de no romper los lazos con ese «ámbito» especial de cultura y de solidaridad que supone España para ellos.

Repito lo dicho anteriormente, nada es fácil y esto tampoco, pero quisiera no olvidaran que vivimos en un mundo en el que la fuerza de los hechos, es la auténtica creadora del derecho.

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