Josu Iraeta
Escritor

Europeos de tez morena

Tengo mis dudas respecto a si la sociedad, nuestra sociedad –incluyo a todos los vascos de todos los territorios–, está entendiendo lo que ocurre «de verdad», el por qué y el cómo de la barbaridad que se comete día tras día y desde hace años con los migrantes.

Ya en la época escolar –años 50 del pasado siglo– tuve la oportunidad de escuchar las reflexiones del profesor respecto a los migrantes y las condiciones en que vivían, como consecuencia de los trabajadores sepultados –algunos desconocidos e ignorados– en una construcción de nueve pisos en el barrio donostiarra de Amara.

No sé si la palabra fracaso será vocablo hoy frecuente entre ellos cuando analizan la situación que se vive, y ven horrorizados cuántos de sus exalumnos son responsables directos de los miles de migrantes que están muriendo cuando pretenden pisar Europa.

Por supuesto, en algunos aspectos su visión y encaje de las personas en la sociedad actual ha quedado, si no obsoleta, sí algo lejana. Las estadísticas que se citan del mal llamado «fracaso escolar» poco tienen que ver con las «clases de vela», necesarias para quienes sufrían por mantener el ritmo en sus aulas. En fin, parece como si viviéramos en otro planeta.

Otra de las «novedades» más relevantes la tenemos en que las monedas nacionales –salvo excepciones– en Europa ya no existen y se han unificado. Sin olvidar que la estructura política del mundo se ha transformado como consecuencia de la caída de la Unión Soviética y el «establecimiento» de un nuevo orden económico mundial. Entonces teníamos a José Stalin, y Dwight D. Eisenhower, hoy tenemos a Vladimir Putin, Joe Biden y un «delincuente» al que llaman Benjamin Netanyahu.

Consiguientemente, el poder e influencia de las organizaciones sindicales, así como de los gobiernos estatales, se ha visto considerablemente reducido. Ahora son las fábricas quienes emigran, abandonando a sus «ex» trabajadores. Esto significa que –desde hace décadas– es más sencillo y rentable construir una fábrica allí donde la mano de obra es barata, que importarla.

De hecho, quienes han sufrido una severa metamorfosis son las empresas de la información que, en las últimas décadas –muchas de ellas–, se han reconvertido en económicas y, además, son culturalmente hegemónicas.

Sin olvidar al verdadero, al único factor con capacidad para imponer cambios en los mapas territoriales, generar conflictos armados, modificar gobiernos y condenar a la muerte por inanición a millones de personas. Me estoy refiriendo –claro está– al poder económico y financiero, que desde hace décadas viaja sin parar, comprando y vendiendo desde centrales nucleares, medios de difusión, incluso equipos de la élite del fútbol, sin olvidar la necesaria complicidad de algunos gobiernos territoriales.

Por supuesto, este modelo de democracia «establecido» dentro del llamado nuevo orden económico mundial ha conseguido éxitos notables. Cómo olvidar que los pobres que no tienen acceso al trabajo se multiplican, pudiéndose añadir que, desgraciadamente, también pertenecen a la misma cofradía muchos de los que trabajan.

Desgraciadamente, como natural derivación de lo expuesto hasta ahora, la concentración de poder económico mundial es más repugnante, intensa y cruel que en cualquier otra conocida a lo largo de la historia.

Una pequeña reflexión sobre lo escrito hasta ahora me lleva a formular algunas preguntas, ¿cómo es posible que en la dirección de la Unión Europea y gobiernos «periféricos» que lo sustentan haya tal concentración de atorrantes y corruptos? ¿Cómo es posible que la ciudadanía de los diferentes países miembros encumbre hasta los órganos de dirección a tanto delincuente? ¿Cómo es posible que la sociedad europea haya olvidado su hambriento pasado?

Porque, los europeos no siempre fueron «colonizadores», y si se analiza con conocimiento y seriedad su comportamiento actual, incluso pudiera afirmarse que se avergüenzan de su pasado no tan lejano. Porque es evidente que las razones del movimiento migratorio europeo fueron varias y diversas, pero una de las más importantes, sin duda, no fue otra que el hambre. Ya que no fueron capaces de equiparar la producción alimentaria con el desarrollo demográfico.

Cierto que tampoco fueron ajenos los conflictos de orden social y político. El hecho de que los trabajadores comenzaran a asimilar su conciencia de clase hizo que se iniciaran las luchas reivindicativas, lo que unido a las de índole nacional, generaron enfrentamientos revolucionarios.

Es evidente que el cinismo que impera en la «vieja» Europa, es capaz de ignorar la masacre que desde el Mediterráneo ha llegado hasta el río Bidasoa. Como también es evidente que la censura no ha podido evitar que los europeos –tanto del norte como del sur– hayan podido «disfrutar» con las imágenes de migrantes muertos a pelotazos los unos, varados en las playas los otros y como carnaza-festín muchos miles de ellos.

Decenas de miles de personas, hombres, mujeres y niños que, según el Derecho Internacional –«vigente»–, debieran poder acceder a otros países, tal y como los propios europeos lo hicieron con anterioridad, con el ánimo de mejorar su presente y futuro.

Presente y futuro que es impedido por quienes, durante centenares de años, saquearon sus tierras y los explotaron como esclavos. Porque, en su fuero interno, todos los gobiernos de Europa son conscientes de que, en el transcurso del próximo siglo, muchos europeos habrán cambiado de color; su tez será bastante más «morena».

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