Josu Iraeta
Escritor

Falsear y mentir no puede ser barato

Sinceramente lamento decirlo, pero, escuchando a miembros del Gobierno, me vienen recuerdos de situaciones y hechos que no creí pudieran repetirse cuatro décadas más tarde. Ha pasado mucho tiempo, es cierto, pero recuerdo la portada de “Diario de Navarra” con las fotografías de todos los electos, candidatos al Gobierno, incluidos el firmante de este artículo y Gabriel Urralburu.

Aquellos dirigentes del PSN «crearon escuela» y hoy puede afirmarse que no en vano enseñaron el camino a generaciones venideras. Lamentable pero cierto, cómo me recuerdan al teólogo de Ezcároz cuando se dirigen al conjunto de la sociedad navarra.

Lo hacen como lo hicieron los sacerdotes durante siglos, ante una audiencia que «solo» puede escuchar, no opinar. Es así como se miente con absoluta impunidad.

No resulta edificante –más bien vergonzoso– el que miembros de un gobierno, personas con una formación intelectual considerable –además de experiencia política– mantengan el mismo discurso falso y engañador que utilizó Gabriel Urralburu blandiendo el euskara como arma política. Lo dicho, vergonzoso.

Es evidente que no se precisa una fuerte argumentación para reconocer que una comunidad lingüística no abandona su idioma y lo sustituye por otro, sin más, porque le parezca más bonito o más funcional. Cuando esta situación se da, nunca es por decisión propia, sino por un cúmulo de razones e intereses que confluyen en el tiempo.

El proceso de sustitución se inicia cuando las comunidades que hablan las dos lenguas, entran en situación de contacto. Las comunidades siempre tienen distinta fuerza política, económica y cultural, y esto hace que se produzca un desequilibrio entre los idiomas.

Esto se da con cierta frecuencia –también hoy– en muchos países, como EEUU, por ejemplo, donde el castellano es muy minoritario, pero no ocurre como aquí en Navarra. Allí nunca, nadie prohibió el castellano –por allí no pasó Franco– y tienen la suerte de no conocer las tripas de PSN y UPN.

La saludable posición que en tiempos vivió el euskara en Navarra hace que, para razonar sobre el presente, debamos remontarnos al pasado, un pasado muy lejano. Podemos empezar por los romanos, puesto que la romanización impuso muchos cambios en nuestra tierra. Uno de los más duros supuso romper la forma de organización tradicional imponiendo su modelo, con el latín como idioma oficial, que más tarde fue sustituido por sus derivados, las lenguas romances.

Esta es la escuela de Chivite, una cruel situación colonizadora, razón por la que, poco a poco, el euskara, la lengua de los navarros, comenzó a desaparecer de las calles de la vieja Iruñea, porque si en las últimas décadas del siglo XIX se hablaba permanentemente por las calles del Carmen, Navarrería y Santo Domingo, también es cierto que los considerados «ilustres», hombres y mujeres de la cultura, abandonaron nuestra lengua.

Creían que hablar euskara y no dominar el castellano podía suponer un obstáculo para acceder a círculos sociales de prestigio, a puestos de trabajo más codiciados, al poder… en fin, que comenzaba a ser un lastre para quien quería triunfar. Quizá en este párrafo, alguno de ustedes encuentre paralelismos con la actualidad.

Del mismo modo y en la misma línea, la monarquía española –sobre todo los Borbones– activaron una política centralista con respecto a los diferentes reinos de la monarquía, siempre tendente a la unificación lingüística.

Ya a mediados del siglo XIX, concretamente en 1857, cuando se estableció la obligatoriedad de la enseñanza, aplicando la llamada «Ley Moyano», llegaron a todos los pueblos maestros –en su inmensa mayoría castellanohablantes– que ayudaron de manera eficiente en la desaparición del euskara. Pero no fueron solo los maestros, también la organización municipal establecida; secretarios, jueces locales y alcaldes funcionaron «todos» en castellano.

También la Iglesia merece especial mención, puesto que –con la excepción de posturas individuales– adoptó una posición activa claramente en favor del castellano. De hecho, funcionó como un verdadero ariete en la labor de desacreditar y hacer desaparecer el euskara.

Como decía al principio del artículo, un cúmulo de razones e intereses que confluyen en el tiempo y que nos aproximan al mayor azote sufrido por nuestra querida lengua.

Téngase presente que aún no he mencionado el franquismo, que, con su política lingüística vorazmente genocida, dirigida expresamente a la erradicación del euskara –prohibiendo su utilización– nos permite tener elementos suficientes para «hoy» valorar y juzgar el comportamiento de PSN y UPN. Y no sola y exclusivamente contra el euskara y sus hablantes, también contra la democrática libertad de opción de las personas.

En una democracia que se dice consolidada no debiera haber lugar para quienes la utilizan de manera fraudulenta. Es evidente que tanto PSN como UPN llevan muchas legislaturas «interpretando» el sistema. Están lejos de la madurez que requiere reconocer que el derecho a aprender y hablar nuestro propio idioma se encuentra en el punto de articulación entre el derecho de los pueblos a la autodeterminación y los derechos humanos.

Si escuchásemos con atención las quejas y denuncias que, desde hace años, vienen mostrando ante la sociedad los profesionales de la salud y la enseñanza pública se llegaría a una conclusión peligrosa: el Gobierno de Navarra no solo conoce la historia e incumple sus promesas, también falsea y miente.

Afirman gobernar «para todos», pero eso también es falso. Pregunten en Cascante, Lerín, Castejón o Mañeru y tantos otros municipios y escuelas. Esto no es gobernar en democracia, es otra cosa, esto tiene que terminar.

Sinceramente, creo que la sociedad navarra debiera meditar y recordar que existen métodos, que permiten evitar que personas con tan escaso bagaje democrático accedan a la gestión de los derechos y libertades de todos los navarros.

Falsear y mentir no puede ser barato, eso se acabó.

Recherche