Jon Nikolas Lopez de Ituiño
Arquitecto técnico

Generaciones comprometidas

El cambio de ciclo se ajusta al cambio generacional que en el presente viene dado por el cambio de siglo. Cada generación es parte de sus propias experiencias colectivas y de las disposiciones personales para afrontar una visión fruto de comportamientos positivos ante las dificultades heredadas de anteriores generaciones.

En una misma fecha han coincidido en el tiempo la muerte de dos personas comprometidas con Euskal Herria. De Basterretxea se han ocupado ampliamente todos los medios y elevado su nombre al frontispicio de la cultura de nuestro pueblo.

De Lander Gallastegi Miñaur, GARA, 2014/7/13, recogió un obituario de Josemari Lorenzo, glosando la labor de testamentario de los escritos de su aita, Eli Gallastegi, Gudari, a la vez que elogiaba su compromiso abertzale.

Tanto Néstor Basterretxea como Lander Gallastegi han sido y pertenecen a una generación de exiliados, los hijos de los perdedores de una guerra. En el extrañamiento forjaron su personalidad de compromiso con nuestro pueblo, en las dificultades de la formación individual de sus inquietudes personales ante los retos del futuro.

A modo de apunte quiero recordar a Lander Gallastegi, a quien conocí en el estudio de arquitectura de Juan de Madariaga, a su regreso de Irlanda donde había conseguido su formación académica. El proyecto de fin de carrera que traía bajo el brazo validaba sus conocimientos y destreza en la expresión de volúmenes en la mejor línea de Frank Lloyd Wright.

El Estudio de Juan de Madariaga se apoyaba en su sobrino Nikola Madariaga. Juan de Madariaga desarrolló su actividad de arquitecto en diversos proyectos entre 1931 y 1937. En el exilio tras la caída de Bilbao tuvo que trabajar en Tarbes diseñando lámparas, trasladándose a Bélgica y, posteriormente, a Casablanca, de donde en 1941 salió para México. El drama de los exiliados le llevó a trabajar un tiempo de delineante en el Estudio de Félix Candela, arquitecto español exiliado, como el mismo Madariaga, en la capital de México desde dos años antes.

Posteriormente trabajó en México hasta su vuelta a Euskal Herria con el arquitecto Vilagran y con el también arquitecto catalán Montagut. Su vuelta del exilio en 1955 le obligó a pasar por un tribunal del Régimen donde arquitectos franquistas le sometieron a un juicio verbal para validarle su título y admitirle en el COAVN. Su sobrino Nikola Madariaga había comenzado sus estudios de arquitectura en Chile interrumpiéndolos por su regreso del exilio para establecerse en Bilbao.

Si, anteriormente, Juan de Madariaga había sobresalido por sus tendencias funcionalistas y su compromiso con la modernidad, en el Estudio se mimetizó la enseñanza de que «la función es la forma». En al año 1959 el Estudio de Juan de Madariaga realizó un proyecto de tres chalets en Bakio, que supuso un auténtico revulsivo para el manierismo de adornos con fajas de imitación de los elementos vascos del caserío. El proyecto fue galardonado con el premio Pedro de Asua de 1963 (periodo 1950-1965), llegando a ser la primera de las obras más significativas con una renovación estética y conceptual que atrajo la atención en lo inmediato. Fue el momento de conjunción con el movimiento moderno que supuso una especial atención de Oriol Bohigas Guardiola de la escuela de Barcelona; y el mismo Oriol Bohigas reunió en un coloquio celebrado en Bakio a Peña Ganchegi y Rufino Basañez, junto con los autores y constructores, en una reflexión para establecer las bases de una nueva arquitectura con impronta vasca.

Con el trazo ágil y la impronta wrightiana de Lander Gallastegi en toda la colaboración de los proyectos del Estudio de Juan de Madariaga, dio comienzo la renovación estética y conceptual del edificio aislado en ámbitos rurales. Si Frank Lloyd Wright llevó a cabo «la destrucción de la caja», los encargos que llegaron al Estudio se ajustaron a la tradición académica japonesa de Wright, la lectura de la estructura, el diseño de la planta y la apertura de los muros del caserío.

Lander Gallastegi, diseñando carpinterías sobrias y contundentes, fue capaz de sacar los rasgos modernos de la arquitectura tradicional del caserío con su implantación en el paisaje de Euskal Herria. Los grandes ventanales y espacios abiertos de los salones, integrados en las zonas ajardinadas, introdujeron con gran coherencia la relación entre arquitectura y naturaleza, sacando con fuerza la estructura, los muros de piedra vista y los grandes aleros de cubiertas a dos aguas.

Con las obras que siguieron fue implantándose el estilo Madariaga con el sello de su colaborador Lander Gallastegi. En 1967 el Estudio fue nuevamente premiado por el edificio de oficinas de Degremont, en Asua, posteriormente volado por una acción de ETA-pm. Los proyectos de centros educativos de la red pública y las ikastolas fueron el encargo y el compromiso con la enseñanza. Un compromiso con la normalización del euskara, primero en la ikastola de Lauro y luego promoviendo la cooperativa de Ander Deuna en Sopela.

Además, y no es todo, el trabajo de Lander Gallastegi está presente en la preservación y recuperación de las ediciones de «Xabierto», cuyas planchas puso a disposición de las ikastolas de los años 60. Su traza de una grafía propia, en la mejor tradición de letras vascas, seguirá ilustrando la imagen de mil y unas iniciativas culturales.

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