Josu Iraeta
Escritor

Gestionar poder: ejercicio de alto riesgo

Viven en una burbuja, han aprendido a mentir sin sonrojarse y a lo largo de su larga, larguísima actividad profesional, han conseguido vestir trajes de modisto elitista.

Quiero comenzar afirmando que a lo largo del tiempo he tenido la suerte, la oportunidad de conocer a personas con responsabilidades y mucho, muchísimo poder, lo que sin duda es cauce de aprendizaje, pues sin duda educa y fortalece el conocimiento sobre la práctica política en sus diversas versiones. De ahí que, si tuviera que definir y ejemplificar en pocas palabras política, gestión y poder, diría que las personas que sienten «ser poderosas» siempre son peligrosas. Es la enfermedad del poder, una patología para la que no existe terapia conocida.

La historia lejana y próxima nos pone ante los ojos un indecente panorama pleno de corrupción política que se expresa tanto en castellano como euskara. Ni teniendo a José María Aznar en La Moncloa fuimos testigos de una cascada de corrupción como la actual en CAV. Esto hace que ante los innumerables y repugnantes ejemplos conocidos haya una opinión generalizada de que el poder corrompe a las personas. Yo voy algo más lejos, creo que el poder, el verdadero poder, modifica, cambia la mente de quien lo ejerce.

Algunos de los que están en una posición de poder –prolongado–, presentan dificultades para escuchar al otro. También suelen sobrestimar sus conocimientos y habilidades, lo que en ocasiones les hace asumir grandes riesgos. No es necesario viajar para comprobarlo, tenemos un ejemplo próximo que lo acredita, pues, aunque «en teoría» no debiera ser así, lo cierto es que un «cambio de cartera» gubernamental es motivo para alterar de forma notable la función intelectual del individuo.

No todos, pero sí muchos de estos personajes acostumbran a mantener una actitud despectiva y altanera con quienes no comparten sus directrices. Estos comportamientos han sido analizados a lo largo de mucho estudio, llegando a la conclusión de que se trata de un cambio de personalidad.

La clase de persona que estoy describiendo, la excesiva confianza en su propio juicio y el desprecio por el consejo, le lleva a un estadio de superioridad desproporcionada considerando incluso estar preparado para responder de sus actos sola y exclusivamente ante la Historia.

El entorno en que viven y trabajan, su comportamiento orgulloso, hace que actúen contra el sentido común. Es destacable que tanto quienes sufren la «enfermedad» como sus seguidores terminan aislados de lo que realmente sucede, lejos de la realidad.

Mirando atrás en el tiempo, podemos encontrar comportamientos de personajes orgullosos como Napoleón, que llegó a creerse el más inteligente y dueño de cuanto quería. Estos personajes son intrínsicamente excesivos, arrogantes y soberbios, adjetivos que definen perfectamente al personaje que estoy describiendo.

Es evidente que la clase de personaje que protagoniza este trabajo corresponde al político profesional, pero pudiera asociarse a diversas esferas de la vida social; como la empresarial, la educativa, la periodística…

Cuando el elemento necesario de humildad no está presente en una persona «poderosa» ésta se encamina indefectiblemente hacia un estadio que sobredimensiona sus decisiones, que no acepta límites. Es una situación de impunidad en el ejercicio de su actividad profesional que resulta sumamente peligrosa. Una situación que los expertos denominan «embriaguez del poder».

Tanto se alejan de la realidad, es tanta la «necesidad» de interpretar su orgullosa y exclusiva personalidad que, tratando de imponer sus criterios, permiten que sus consideraciones morales guíen las decisiones políticas, aunque estas sean poco prácticas o muy costosas, incluso desafiando la ley.

A lo largo de estos párrafos pudiera parecer que huyo de concretar, de poner nombre y apellido a los hechos y circunstancias que describo, no es ese mi deseo.

Somos miembros de una sociedad a la que hace décadas diagnosticaron un cáncer de difícil tratamiento y extremadamente peligrosa intervención quirúrgica. Hoy se califica como «crónica» la patología diagnosticada y seguimos careciendo del cirujano que se enfrente al quirófano.

Nadie había mentido tanto y tan sonoramente como la gobernanza de las últimas décadas. Son profesionales de la «medias verdades», dominan a la perfección tanto el mensaje difuso, como los discursos exaltados. Dispuestos a interpretar el personaje de la famosa «celestina» activa y desbordante de pujanza colaboradora, poco les importa generar el enfrentamiento personalizado, eso sí, carente de información fidedigna y nulo respeto institucional.

Viven en una burbuja, han aprendido a mentir sin sonrojarse y a lo largo de su larga, larguísima actividad profesional, han conseguido vestir trajes de modisto elitista.

Son capaces de solventar al estilo del «Vertedero de Zaldivar» –el tiempo se encarga de curar las heridas y disolver los cuerpos– cualquier situación por compleja que se presente. Son los ungidos, únicos valedores de su pueblo, herederos de los conceptos básicos: lealtad y trabajo.

Ellos protegen a quienes les sostienen y los protegidos siempre cumplen. Es como una ecuación de segundo grado, se resuelve igualándola a cero.

De hecho, son personajes con padecimientos incurables y de costosa, muy costosa rehabilitación. Es por eso que debe evitarse se reproduzcan.

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