Josu Iraeta
Escritor

Ha llegado el momento de poner el reloj en hora

No se menciona que la abstención electoral, o la abstención como acción política, es una opción que constituye e instituye el derecho democrático al voto

Seguro que más de uno frunce el ceño al leerlo, pero lo cierto es que no son pocos los que defienden y argumentan, que la política, en su sentido más amplio y fundamental, no es otra cosa que la custodia de un modo de vivir.

La argumentación tiene largo recorrido pues, para la tradición política occidental, hasta la aparición del Estado y aún hasta la Revolución Francesa, la política era parte de la ética. La acción política custodiaba el «Ethos», la forma de vida colectiva determinada por la religión, las tradiciones, los usos y costumbres, respetando todos ellos.

De hecho, y de suyo, en principio la política es pues, una actividad libre, abierta a todos. A ello responden las ideas naturales de libertad política y auto gobierno.

Pero hace mucho tiempo que la acción política está monopolizada por el Estado, lo que condiciona la libertad política y diluye el auto gobierno. En realidad, una de las notas características de aquel (el Estado) consiste, precisamente en monopolizar y orientar la actividad política. Es decir: no hay más libertad y actividad política que las que el Estado permite y «solo» de la forma en que las autoriza.

Este es el campo de trabajo, aquí está el nudo gordiano, porque, los vascos, todos, lo quieran o no, de izquierdas o derechas, no somos españoles.

Esta situación no solo es real, también es triste y grave, pero no de generación espontánea. Somos parte de una sociedad que sólo utiliza brújulas que marcan un norte que mantenga la bonanza económica. Una sociedad que poco a poco va cediendo en sus principios y convicciones. Una sociedad que está aprendiendo a sentirse «cómoda» chapoteando en los establos de la sumisión.

Se debiera profundizar en la formación de la mentalidad sumisa, que es desde siempre materia de discusión. Por que lo cierto es que plantea problemas, formula interrogantes, además de posibilitar líneas que permiten profundizar desde un pensamiento crítico en los procesos de formación. También en la opinión político-social. Es decir, eso que en una democracia formal como esta y cada cierto tiempo, se concreta en algo que pomposamente denominan, «sufragio universal».

Para combatir la sumisión con éxito, es necesario conocer y analizar la relación entre acción e información. La multiplicación de las mediaciones entre la ciudadanía y los procesos sociales. Las distorsiones mediáticas de la realidad. La compleja interacción entre sumisión y entretenimiento. La mercantilización de los sentimientos. Las contrapartidas psicológicas de la sobre estimulación informativa, etc.

Llegado a este punto, es desde el párrafo anterior, desde donde quiero reflejar y proyectar el valor, la importancia de la «desinformación» informativa. Porque resulta especialmente triste comprobar hasta dónde llega la manipulación respecto a la participación en los procesos electorales.

Mirando atrás, uno recuerda tiempos en los que -a quienes procedíamos del entorno religioso- nos sorprendiera y mucho, el que en alguna facultad y ante el simple hecho de que no funcionara la calefacción, hacía que la «asamblea de delegados» decidiera que «nadie» asistiera a clase hasta su reparación. Sorprendía la agilidad y poder de la «asamblea de delegados».

Son experiencias que sin duda, enriquecen la formación de los jóvenes, porque entiendo que toda persona que haya participado -más o menos activamente- en algún momento de su vida en una asamblea plena, es decir, en un procedimiento de democracia directa entre iguales, conoce bien el valor político tanto del voto como de la abstención.

En épocas electorales siempre hay menciones en torno a la abstención, no obstante, no se menciona que la abstención electoral, o la abstención como acción política, es una opción que constituye e instituye el derecho democrático al voto. Es decir, que la abstención forma parte sustancial del ejercicio del derecho del voto.

Algo de esto aprendió –en su día- el Sr. Pedro Sánchez en una sesión plenaria del Congreso, en su camino hacia La Moncloa, pero no es el único que está aprendiendo.

Digo esto, porque, opino que ha llegado el momento en que los vascos debemos preguntarnos con quien nos comprometemos, si con los que hacen la historia o con los que la deshacen. Porque de un modo u otro, antes o después, en política las siglas en moda pasan, pero los escombros quedan.

Evidentemente, es más cómodo quedarse al margen y mirar, desde el apogeo o desde la inercia, cómo la historia se hace o deshace. Pero teniendo presente también, que siempre ha sido considerablemente más expuesto y difícil «reeducar la inteligencia», como en ocasiones apuntó Marx.

Debemos comprometernos, sin compromiso no hay nada. El compromiso sirve, entre otras cosas, para aproximarse, para entenderse con el mundo, con la sociedad, con el prójimo. Claro que el compromiso tiene –desde hace mucho tiempo- mala prensa, no está de moda. El compromiso y los objetivos son permanentes, son los medios los que evolucionan.

Quiero subrayar que los vascos debemos abrir los ojos hacia el futuro, no podemos pretender conseguir los objetivos primigenios, y continuar caminando por la «calzada romana» que nos ha traído hasta aquí, hasta hoy. Porque la historia se hace día a día, todos los días, y esa historia nos ha situado a la cabeza, en la necesaria transformación de un sistema político caduco, erróneo, débil e insuficiente.

Una vez más, estamos siendo testigos de un procedimiento judicial anacrónico, accionado por el odio y que sólo busca el enfrentamiento.  Entiendo que es tarde para reeducar a quienes viven para odiar. Pero quiero subrayar que la izquierda abertzale no nació «solo» para sufrir y llenar las cárceles españolas. No admitimos el odio oxidado de cavernícolas togados que imponen su incompetencia. No somos una cuadrilla de pusilánimes comparsas dispuestos a aceptar las barbaridades jurídicas de personajes enajenados.

Estamos preparados para avanzar y llegar. Ha llegado el momento de poner el reloj en hora.

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