Jonjo Agirre

Había una vez un pueblo

Que tuvo la ocurrencia, vete a saber cuándo, de instalarse en ambos lados del pirineo, mirando al cantábrico. La ubicación era excelente, pero claro, pelín frecuentada. Por aquí ha pasado todo pitxitxi: romanos, musulmanes, visigodos, francos, y últimamente españoles y franceses a saco.

El pueblo nativo (ui, perdón) tenía una jerga propia que se empeñaba en chapurrear lustro va lustro viene, contra toda lógica, pese a lo molesto que resultaba a los amos, ya fueran romanos, francos, españoles, franceses, o ciudadanos «del mundo» (de pasaporte francés/español), y resistiéndose incomprensiblemente a abrazar lenguas de vocación universal, como la de Oil o la de Castilla (por minoritarias que fueran antes de lanzar sus ejércitos «civilizadores y evangelizadores»).

Así pues, los amos no tuvieron más remedio que emplearse a fondo, prohibiendo y limitando el uso de la susodichosa jerga (euskara le llaman) a estas temosas gentes. Por su propio bien.
Hay constancia documentada de esta labor civilizadora ya desde el siglo XIV (1349), con la prohibición de hablar «vascuenç» en el mercado de Jaca. En el XV Nebrija da fe del uso eficaz de la espada (siempre compañera del imperio) para enderezar a esta chusma de peregrina lengua, ante Isabel la Católica, en vísperas de la siempre «amistosa» invasión de Navarra.
Fernando el falsario, el conde de Aranda, el de Ahumada, Lancre, Francisco I, Poyet, Richelieu, Grégorie, Barére, Carlos III, Romanones, Moyano, Alfonso XIII, Primo de Rivera, Unamuno, Mola, Franco Bahamonde Sanz el aurreskulari o la Yoli Barcina, son solo algunos de los numerosos héroes que a lo largo de los siglos han destacado en la noble y ardua labor de extender español y francés hasta el día de hoy. Labor que continúa gracias al esfuerzo renovado y adaptado a la complejidad de los tiempos de nuevos adalides de la «igualdad» y el «cosmopolitismo».

En esta unidad de destino en lo universal de aquí, la Constitución española consagra la indivisibilidad de la patria (cosmopolita por demás) y la subordinación del euskera (y catalán, gallego, etc) al castellano, estableciendo la obligatoriedad de conocer la lengua española para toda la ciudadanía del reino, pastores, pastoras y baserritarras incluidos.

En Francia la eficaz política de negar cualquier estatus oficial al vascuence y de desprestigio activo y sistemático, está dando excelentes resultados. Con estas medidas y la incorporación masiva de citoyens du monde de otras partes del hexágono, están a punto de librarse del bicho. Tanto es así, que probablemente no será necesario que vuelvan a recurrir a desterrar vascos masivamente (que otrora sí, pero hoy ya no se lleva).

En España, las guerras carlistas y la «civil» facilitaron la emigración forzosa de cientos de miles de euskaldunes, y con las posteriores oleadas inmigratorias, la sustitución total del vascuence es una realidad en casi todo el territorio, exceptuando algunas manchas en el Norte navarro, parte de Guipúzcoa y algunas comarcas vizcaínas, en las que avanzamos más despacio.
Además, en gran parte de Navarra se ha aplicado hasta hace nada una eficaz política de persecución y estigmatización del euskara que ha reportado muy buenos resultados.

Finalmente, en la CAPV, la política de «español obligatorio y euskara voluntario», aceptada deportivamente (aunque con sueltas esporádicas de petirrojos) por el denominado «Gobierno vasco», está dando también resultados interesantes, que se harán más evidentes a medio y largo plazo. Además, medios de comunicación y sus partidos (PP, UPN, PSOE, Ciudadanos, y otros), trabajan codo con codo (por responsabilidad de Estado) para garantizar la «igualdad» de todos los españoles, es decir, la implantación definitiva de la lengua común, objetivo que cada día estamos más cerca de alcanzar en todo el Norte, como los datos de uso del euskara evidencian (a quien quiera mirar). Más complicado está resultando en Cataluña, pero tiempo al tiempo…

Oyarzabal, Urquijo, Mendia o Unzalu son nuevas «firmas» de contrastada experiencia, que combaten en primera línea a los últimos temosos (o euskaldunes), para acabar con sus evidentes privilegios y definitivamente fundir la patria en una (siempre desde la ciudadanía du monde, obviously). Pero como quiera que algunos núcleos de empecinados resistentes parecen haberse enquistado aquí y allá, y con el fin de no prolongar este absurdo conflicto que a nadie beneficia, se ha incorporado a esta admirable cruzada, algún que otro valioso elemento procedente de los sectores más mundanos y cosmopolitas (algúnos hay…) de la mismísima izquierda abertzale, que por fin han salido del armario para poner los puntos de la democrática uniformización de los pueblos, sobre las íes de la igualdad (hispana).

Ciudadanos de Francia y España, cosmopolitas todos, la victoria definitiva está cerca: al vascuence (y a su pueblo) le quedan «dos teleberris», que dirían los tozudos.

Recherche