Alberto Nadal Fernández

Hace sesenta años

Las diferentes izquierdas, las organizaciones memorialistas y la militancia que lucha por esclarecer la verdad han reconocido que Macron ha dado un paso pero algunas han añadido que lo ha hecho para evitar dar el gran paso que tenía que haber dado.

El 17 de octubre recuerda todos los años la fecha de la masacre por parte de la Policía francesa de las y los argelinos que se manifestaban pacíficamente en París contra el toque de queda racista decretado por el Gobierno, basado en criterios étnicos, que afectaba exclusivamente a las personas llamadas entonces «franceses musulmanes de Argelia». Una manifestación fundamentalmente obrera, del pueblo trabajador de la región parisina.

A pocos meses del final de la guerra de Argelia por su independencia, cuando ya estaban en marcha las negociaciones que debían conducir a la independencia, el 17 de octubre se produjo la represión de Estado más violenta que haya jamás provocado una manifestación de calle en Francia en la historia moderna. Una extensión a la metrópoli de la represión desatada en suelo argelino desde hacía siete años. Ese día perdieron la vida por la violencia policial por apaleamiento, disparos, ahogamiento en el Sena, entre 120 y 200 personas argelinas según cálculos conservadores. Durante los días siguientes, de los 12.000 manifestantes detenidos, miles fueron encarcelados y torturados. El patio de la Prefectura de Policía, el Palacio de Deportes, un estadio... se transformaron en lugares de tortura y asesinato. Finalmente, muchos de ellos fueron devueltos a Argelia. De todas formas nunca se sabrá exactamente el número de muertes: archivos que siguen cerrados a la investigación, desaparición de algunos de ellos, desaparición de material gráfico...

Ha costado decenios y mucho esfuerzo que aparezca lo que se sabe ahora sobre esos acontecimientos.

El toque de queda contra las y los argelinos fue decidido por el Gobierno y aplicado por el Prefecto de la Policía Maurice Papon, el mismo Maurice Papon que había colaborado durante la guerra con el ocupante nazi en la deportación de 1.600 personas judías desde la Prefectura de la Gironda a los campos de exterminio. El ambiente represivo contra las y los argelinos en aquellas fechas era total. Las muertes y desapariciones del día 17 de octubre no eran algo nuevo. Durante las semanas anteriores ya se iban produciendo regularmente desapariciones, detenciones... Y no se detuvo después. Por poner un ejemplo, el 21 de noviembre se llevó a cabo una manifestación de mujeres que querían saber lo que había ocurrido con sus maridos y allegados. Mil de ellas fueron detenidas, con 550 niños y niñas. Encerradas algunas de ellas en el hospital Santa Ana, el personal del mismo las liberó: «no somos un campo de internamiento».

Es importante recordar esta fecha, junto a otras en el momento en que el Gobierno francés habla, en vano, de lograr una reconciliación y una memoria común entre Francia y Argelia sobre la base de ocultar buena parte de los desastres que para el pueblo argelino supuso la colonización.

En vano. La memoria debe recorrer los 132 años de colonización en la que la represión y la opresión no son sino herramientas para el expolio de las riquezas y no solo los hechos relacionados con la llamada guerra de Argelia entre 1954 y 1962. Macron no quiere romper sus lazos con la parte de su electorado nostálgica de la «Argelia francesa» ni desvelar las infamias de las instituciones francesas. Ni a la población argelina ni a la francesa de origen argelino, ni a las personas de convicciones democráticas, se les puede hacer comulgar con las ruedas de molino de la «historia común» entre Francia y Argelia durante los 132 años de la colonización.

Cada 17 de octubre desde hace decenas de años, a iniciativa de colectivos memorialistas, incluso a veces instituciones locales, hay manifestaciones conmemorativas un poco por toda Francia. Este año también ha sido así. Mucha gente no quiere que se olvide esta fecha. Quiere que se aclare la verdad y se haga justicia.

Este 17 de octubre, el presidente Macron ha estado presente en un homenaje a las víctimas de la represión. Es un paso adelante. Pero en el comunicado en el que califica los hechos de inexcusables, carga las culpas sobre Maurice Papon. Fácil salida. Papon no actuaba a su aire. Es imposible que actuara sin el aval del Gobierno y del primer ministro Michel Debré. Es imposible que el presidente de Gaulle no estuviera informado. Y todos ellos participaron en la empresa de ocultación y mentiras que siguió a los hechos. No se ha investigado por parte del Estado nunca. Con cientos de crímenes, no ha aparecido hasta el momento ningún criminal.

Las diferentes izquierdas, las organizaciones memorialistas y la militancia que lucha por esclarecer la verdad han reconocido que Macron ha dado un paso pero algunas han añadido que lo ha hecho para evitar dar el gran paso que tenía que haber dado.

Las consecuencias de la guerra colonial francesa no han desaparecido. Ni en Argelia ni en la metrópoli. Basta con echar un ojo a las barriadas de las grandes ciudades francesas para comprobar que se encuentran en una situación que se podría definir como de colonias en territorio metropolitano. Cumplen con algunos requisitos clave en cualquier situación colonial: son fuente de mano de obra barata para las empresas de la metrópoli, su nivel de vida medio es muy inferior al del conjunto de Francia, sus habitantes son objeto de un racismo atroz por parte de la potencia colonial y su territorio está patrullado constantemente por fuerzas militares o policiales.

Sesenta años después, los delitos policiales racistas siguen siendo una terrible realidad. Peor aún: dos veces este año, jóvenes racializados «caían» al Sena mientras eran perseguidos por agentes de policía. Uno de ellos, Mahamadou Fofana, murió. La lucha está lejos de terminar.

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