Jon Nikolas Lz. de Ituiño

Historia colonial ante el genocidio palestino

La cronología del considerado conflicto palestino-israelí tiene su anclaje en un pasado remoto, cuando un dios protector de los suyos escogió a su pueblo con determinación. Los dioses del pasado fueron los artífices de que se levantasen Templos para cobijar al Palacio, instalando el Estado. El Arca de la Santa Alianza donde se guardaban las Tablas de la Ley fue itinerante, encabezando el avance hacia la Tierra Prometida.

Anteriormente a los romanos y al cristianismo, las tribus de Israel forjaron su nacionalidad en el exilio y éxodo constante y permanente; con la lengua semítica de su dialecto tribal desarrollándose desde la lengua aramea, sometidos al akadio/babilónico,  dialecto semítico oriental de sus orígenes. Los descendientes de Abraham vivieron el éxodo en doble sentido de ida y vuelta, con el asentamiento en Egipto, así como la cautividad en Babilonia y Asiria. En su contacto como pueblo con las primeras culturas urbanas, asimilaron los conocimientos de sus épocas de sometimiento y ofrecieron su historia con los libros de la Bíblia; más tarde. De estas situaciones forzosas del pueblo israelita, adoptó la semana egipcia, la historia que empezó en Sumer, el código de  Hamurabi, e hizo de su Dios único el valedor del Arca de la Alianza. De la unidad del Templo con el Palacio surgió el Estado, el reino de Judea. La maldición por el asesinato del Mesías a los ojos de los cristianos, les llevó a lo largo de la Historia a su Éxodo milenario y una persecución infamante hasta el Holocausto nazi.

La relevancia del Arca de la Alianza del Templo sobresale con Moisés (en hebreo Mosché, ‘salvado de las aguas’), legislador de su pueblo, de larga vida, instruido en el conocimiento egipcio del siglo XVI BC (a. C.). Con las Tablas de la Ley construyó el Tabernáculo promoviendo el Éxodo hacia la tierra prometida en Canaán, debiendo vagar por el desierto del Sinaí durante cuarenta años. La revelación y la tradición son la base de la profecía de alcanzar a poseer la tierra de Palestina, donde murió Moisés a orillas del Jordan, sin alcanzar la ciudad de Jericó. De su estancia en Egipto el pueblo hebreo adoptó la semana egipcia, de la misma manera que se sirvieron de un calendario lunisolar, marcado por la institutonalización de la fiesta de la pascua (latín pascha, hebreo pesaj; ‘tránsito’) o yom kippur:

Al Moisés, profeta, legislador y libertador hebreo de la tribu de Leví, nacido en Egipto, se le atribuye, primero el libro del Pentateuco (narra los orígenes del pueblo hebreo, Israel, y su constitución como pueblo de Dios), luego el Génesis (fija una serie de diez genealogías, que comienzan con la creación de cielo y la tierra, la primera pareja puesta en el Paraíso y su descendencia hasta Jacob. Desarrolla la historia que comienza en Sumer, recogiendo el diluvio con una narración del arca del Noe sumerio, con otras semejanzas que se hicieron bíblicas). En el Éxodo, el Moisés que vivió en la corte del Faraón durante su juventud, adquirió los conocimientos de la cultura egipcia que llevaba aplicando su calendario solar casi tres mil años. Más de dos milenios antes de su rescate de las aguas del Nilo. Pocas dudas caben sobre la educación política y religiosa de Moisés, además de otras materias de las ciencias de su época, a cargo de sacerdotes y otros docentes. Sin duda, la educación recibida fue determinante de muchos de los procedimientos impuestos por Moisés al pueblo hebreo, como leyes y comportamiento. Ciencia, erudición, escritura, cultura, reforzarían el cuerpo de códigos religiosos adquiridos por los hebreos, antes de su salida de Egipto hacia el desierto, con el éxodo durante cuarenta años.

La estimación por parte de los judíos ortodoxos sitúa el ciclo, entre Adán y el comienzo de su era, por el cómputo en que mediaron 3761 años. Por lo tanto, con la fecha del inicio del calendario hebreo se alcanza sumando a este dato la Era cristiana (3761 años + 2025), que nos sitúa en el año 5786 (¿de la salida expulsados del Paraíso, quizá?). Al alborear la historia selectiva que dice S. N. Kramer, donde los indicios del orden cósmico están registrados en el Templo (con la subordinación humana a las voluntades de los poderes divinos) se manifiesta un Dios, Yahvé, solitario, dispuesto a pactar con un pueblo escogido entre los mortales. El proceso secuencial que se conoce con Kramer, por la lectura de las tablillas sumerias, da cuenta de Anu (el dios del cielo), de Enlil (el dios de las tempestades), dispuestos a destruir a la humanidad con la inundación. El pacto fue con el Noe sumerio, anterior al Noe bíblico. Las pruebas arqueológicas revelan que, alrededor del 4200 BC, una inundación de dimensiones y niveles catastróficos devastó las llanuras de la cuenca del río Eufrates (por otro nombre  BURANUNA/UD.KIB.NUN, según textos cuneiformes).   

Con la mitología del héroe se imprime el sello de la epopeya, con lo sobrenatural y maravilloso de la máxima distinción y protección divina. Es también la orientación que establece la Biblia, donde el pueblo escogido con el patriarca Abrahán a la cabeza, llevará el mensaje profético de Moisés a dominar la tierra prometida; una epopeya que sacó a todo un pueblo de la opresión de los faraones de Egipto, perseguido en su huida; un pueblo que milagrosamente atravesó el mar Rojo, donde se separó la masa de sus aguas para abrirles paso, ahogando a sus perseguidores. Tras vagar cuarenta años por un desierto inhóspito, alimentados con el rocío de la mañana por el maná (obleas harinosas con sabor a miel), llegaron a un territorio que no estaba vacío, donde entrarían arruinando las murallas de Jericó.

En un libro escrito a finales de los años 50 del pasado siglo titulado Und die Bibel hat doch recht (“Y la Biblia tenía razón”), su autor Werner Keller, se introdujo en el campo arqueológico de la contextualización racional. Propuso una serie de respuestas razonables a hechos que explica la Biblia con la intervención divina. El relato de la Biblia sitúa al pueblo escogido avanzando hacia la tierra prometida, dirigidos por Josué, frente a las murallas de Jericó. En el libro de Josué (Éxodo 17. 9) del Pentateuco se nos presenta a quien, como lugarteniente de Moisés, se le encomendó la conquista de la tierra prometida (1-12): Habló Yavé a Josué, hijo de Nun, ministro de Moisés, diciendo: Moisés, mi siervo, ha muerto. Álzate ya, pues, y pasa ese Jordán, tú y tu pueblo a la tierra que yo doy a los hijos de Israel.

[…] Paso del Jordán (Núms. 33.49). Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque mañana Yavé hará prodigios en medio de vosotros. Después habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Llevad el arca de la alianza e id delante del pueblo.[…] Cuando hubo salido el pueblo de sus tiendas para pasar el Jordán, precedidos por los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza, en el momento en el que los que llevaban el arca se mojaron en la orilla de las aguas –pues el Jordán se desborda por todas sus orillas al tiempo de la siega– las aguas que bajaban de arriba se pararon, se amontonaron a mucha distancia, desde la ciudad de Adam, que está cerca de Sarton, y las que bajaban hacia el mar de Araba, el mar de la Sal, quedaron enteramente partidas de las otras, y el pueblo pasó frente a Jericó.

 […] La Pascua (Éxodo 12, 6. 48). Los hijos de Israel acamparon en Galgala; y allí, el día catorce del mes, celebraron la pascua, a la tarde, en los llanos de Jericó; y el día siguiente de comer de los frutos de la tierra, no tuvieron ya el maná, y comieron ya aquel año de los frutos de la tierra de Canaán. Comieron los frutos de la tierra, desde el día después de la pascua, panes ácimos y trigo tostado ya aquel mismo día (hay una nota a pie de texto: La crecida del Jordán y esta solemnidad de la pascua señala la época del año en que tuvo lugar la entrada en Canaán, que fue el principio de la primavera lo mismo que a la salida de Egipto); esto implica que la nota de la Biblia, haciendo coincidir con la solemnidad de la pascua, localiza la fecha en Nisán, con el Pasaj (marzo-abril, séptimo mes a efectos del año civil. Quien introdujo la nota por razones de celebrar la solemnidad de la pascua, no tuvo en cuenta que el Jordán se desborda por todas sus orillas al tiempo de la siega (coincidiendo con el día catorce del mes que sería Tamuz, décimo mes del calendario hebreo).

[…] Toma de Jericó. El emplazamiento y los límites de la primitiva ciudad de los cananeos están bien localizados desde las excavaciones que comenzaron en el año 1907. Yavé dijo a Josué: Mira, he puesto en tus manos a Jericó, a su rey y a todos sus hombres de guerra. Marchad vosotros, todos los hombres de guerra, en torno a la ciudad, dando una vuelta en derredor suyo. Así haréis por seis días. Siete sacerdotes llevarán delante del arca siete trompetas resonantes. Al séptimo día daréis siete vueltas en derredor de la ciudad, yendo los sacerdotes tocando sus trompetas. Cuando ellos toquen repetidamente el cuerno potente y oigáis el sonar de las trompetas, todo el pueblo se pondrá a gritar fuertemente, y las murallas de la ciudad se derrumbarán.

Por encima de los diálogos precisos como imposibles de Josué con Yavé (el Dios de los hebreos que se pronunciaba Yahweh [en euskara dialectal:YAUBE (B),«dueño», JAUBE (NG), «balido»], cuya transliteración híbrida, Jehová, comenzó a  pronunciarse en diacronía en el siglo XIV. De las palabras de la Biblia, Werner Keller deduce la exageración de tan fascinante coloquio. Su reflexión racional le llevó a eliminar toda carga de fantasía metafórica, para hacer comprensible los elementos que coadyuvaron militarmente a la conquista de Jericó por los israelitas. Reconoce el derribo de las murallas de Jericó por las pruebas arqueológicas, que contextualizan materialmente la conquista de la ciudad situada estratégicamente en el acceso al valle del Jordán. La presencia del pueblo de las doce tribus (familias), frente a sus murallas, supone la presión de 40.000 personas de todas las edades y géneros salidas del desierto.

No existen datos de la demografía cananea que albergaba Jericó en el interior de sus murallas. De las palabras de la Biblia, el juicio de Werner Keller deduce y saca una conclusión; explica la ruina de las murallas de Jericó y el peso arrollador de los israelitas, bajo la dirección de Josué, con la táctica empleada para obtener una rotunda victoria. Las palabras que la Biblia pone en boca de Yavé supone la estrategia que desarrolló Josué para vencer a los cananeos de Jericó. Primero estableció el cerco de la ciudad, rodeando el perímetro con todas las gentes de las doce tribus salidas del desierto, estableciendo un plan a desarrollar en siete días. En el asedio situó a los sacerdotes que llevaban el arca, precedidos de las trompetas, al frente de una muchedumbre de mujeres, niños y niñas, junto con los ancianos, circulando en torno a las murallas, Mientras, los hombres acometían los trabajos de zapadores excavando bajo las murallas, introduciendo soportes de troncos y apuntalamiento de madera en los huecos preparados. La segundo parte del plan se desarrolló pasada una semana de trabajo, cuando al séptimo día sonó el cuerno potente, con el griterío general; era la señal del momento para que se prendiese fuego a todo el maderamen. Con la señal para quemar la entibación del perímetro de Jericó, las murallas se hundieron bajo su peso al faltarle la base de su cimentación.

Sin piedad para los habitantes de la ciudad, que se mostraron pasivos tras los muros, los judíos masacraron hasta el exterminio a toda una población palestina con la bendición de su dios Yahweh. El acontecimiento impulsó a las doce tribus del pueblo escogido, los hijos varones de Jacob y de sus esposas y siervas. De su esposa Lia, Jacob tuvo a Rubén, Simeón, Leví, Judá, Issacar, Zabulón y también a su hija Dina; de su sierva Zilpá, Gad y Aser, de su segunda sierva Bilhá, Dan y Neftalí y de Raquel, José y Benjamín (Génesis 25 al 35). La organización social del pueblo escogido se edificó con la ley de Moisés, la entronización del arca de la alianza itinerante, hasta edificar el Templo, dando paso al Palacio.

Desde los Jueces hasta los Reyes, el pueblo escogido fue asimilando una organización estamental –entre 1500 BC y 1200 BC–; con el genocidio de entrada, los descendientes de Abrahán, Isaac y Jacob, impusieron el suficiente poder político y militar, invadiendo el territorio de los primeros agricultores. Allí donde una comunidad de pastores, introducida en el mundo de los faraones desarrolló una conciencia de nación, alimentada en la arrogancia de disponer de un pacto con su dios protector. El pueblo escogido fue llevado a un territorio fértil no sólo para los campesinos, sino también con agua adecuada y necesaria, para la agricultura como para el consumo urbano. Aunque en origen formasen una comunidad pequeña, la ideología de carácter religiosa reforzó el sentido político, con la ley de Moisés conformando una nación a medida que aumentaba la densidad de población.

El Templo y el Palacio, desde las primeras fuentes escritas, donde –como dice Samuel Noah Kramer– “La historia empieza en Sumer”, los primeros escritores de la Biblia nos hablan de los textos recogidos en la cosmogonía sumeria. La correspondencia, el paralelismo con la Biblia que dice Kramer, con el paraíso terrestre, junto con otros acontecimientos, es suficientemente cercana y continuista de una memoria escrita. Un relato recoge el diluvio como una narración de la tradición que subsiste en las tablillas de origen sumerio (fragmento publicado en 1914 por Arno Poebel, asiriólogo de origen alemán, 1881-1958). La evocación del Diluvio subsiste en un poema donde aparece un dios (no sabemos cuál) –según Kramer– quien parece explicar a los otros dioses que él salvará a la Humanidad de la destrucción y que se construirán nuevos templos en las ciudades reconstruidas. […] sobre las instrucciones dadas por el dios a Ziusudra (como el Noé bíblico) este construiría un navío gigantesco el cual le permitiría salvar la vida. […] La continuación…que se ha conservado, relata cómo entonces las aguas del Diluvio sumergieron la tierra, y cómo se desencadenaron con fuerza, ininterrumpidamente, durante siete días y siete noches (el siete mítico). Después de todo lo cual, el dios del sol, Utu, reaparece, dispensando de nuevo su preciosa luz. Ziusudra se prosterna ante él y le ofrece sacrificios.

Nada nuevo bajo el sol. Mientras la Biblia reproduce la historia como conjunto de acontecimientos del pueblo escogido, guiados por su dios Yahweh, se eleva selectivo para imponerse bendecido y legitimado en el holocausto de sus iguales. Jericó fue tomada por los emergentes semitas desterrados al desierto durante cuarenta años, imponiéndose sobre la inmolación de toda la ciudad, paseando el Arca de la Alianza. La historia selectiva del pueblo escogido, por un dios sin misericordia frente a las criaturas ¿de otro dios?, se implanta en Canaán con el genocidio, sin piedad para los semitas palestinos de Jericó.

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