Iñaki Egaña
Historiador

Historias incompletas

Ejecución y torturas son las palabras ausentes con las que se quiere articular esta historia incompleta.

Estamos asistiendo a una ofensiva desde el ultranacionalismo español destinada a recolocar la historia reciente en los mismos términos en los que la dejó el dictador y los continuadores de su transición, aquellos que se acostaron fascistas y a la mañana siguiente madrugaron demócratas. La vanguardia de semejante acometida corresponde al Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo a través de media docena de amanuenses que están recuperando las versiones oficiales de siempre, con el apoyo de grupos de comunicación, en especial Vocento.

Esta semana hemos asistido a un hecho excepcional, relacionado con esa reconstrucción del relato que promueven desde las instancias nostálgicas, y que lleva un par de años enrocada en la cuestión de «cuando ETA empezó a matar» y por extensión en la figura de Txabi Etxebarrieta. Gaizka Fernández Soldevilla, una de las plumas del Memorial, ha filtrado parte de la autopsia de Etxebarrieta en un intento de contrarrestar la noticia de que su familia había presentado al Gobierno Vasco nuevas informaciones relevantes sobre su muerte para que fuera considerada víctima de «abusos policiales».

El empeño de Fernández Soldevilla en esconder la verdad sobre este tema comenzaba hace exactamente un par de años cuando en entrevista a la “Gaceta de Salamanca” apuntaba que había «encontrado» el expediente que «todo el mundo daba por perdido» de Txabi Etxebarrieta en un archivo militar de Ferrol. A partir de ahí construyó un relato. El hecho era falso porque diversos investigadores conocíamos de su existencia en dicho archivo. Varias veces lo habíamos solicitado y otras tantas nos lo habían denegado. La relación de Fernández Soldevilla con el estamento militar se debía mover en otras coordenadas porque, según contó, lo repasó de arriba abajo.

Ahora, el redactor del Memorial ha vuelto sobre la carga señalando que el expediente está a la vista de todos y que quien no lo consulta es porque quiere ocultar la realidad, en su versión, un tiroteo con el resultado conocido. Falso. Seguimos con el acceso vetado. Él mismo ha ocultado que conocía la autopsia de Txabi desde hace dos años.

La excepcionalidad viene del hecho de que el redactor del Memorial apunta, después de haber afirmado lo contrario, que Txabi murió de dos disparos (la versión oficial siempre citaba uno) y que uno de ellos presentó «orificio de entrada en parte alta de región interescapular sin orificio de salida». El desconocimiento de Fernández Soldevilla de los términos de la medicina forense le han jugado una mala pasada en su intencionalidad.

Como bien ha señalado en su cuenta Twitter Eneko Etxeberria, profesor agregado de derecho procesal y miembro de la cátedra de Derechos Humanos de la Universidad del País Vasco, con ese dato «simplemente, el relato perfecto (de la muerte de Etxebarrieta) se agrieta». Etxebarrieta recibió el segundo tiro por la espalda debajo del cuello, según lo muestra Eneko Etxeberria con un dibujo, entre los omoplatos. Probablemente cuando estaba boca abajo ya en el suelo, después de haber recibido el primer tiro.

Ejecución y torturas son las palabras ausentes con las que se quiere articular esta historia incompleta. La crónica de la muerte de Etxebarrieta, con la previa del guardia civil Pardines en el control de Aduna, tiene como anexo la detención de Iñaki Sarasketa, que fue torturado y condenado a muerte. Luego fue indultado. Pero también la de Julia Alijostes y Eduardo Osa, la pareja que acogió a los dos militantes de ETA en su vivienda de Tolosa durante tres horas. Son desaparecidos para la historia. No existen porque por medio hay tortura, venganza, impunidad y prepotencia policial y judicial.

Tres días más tarde de las muertes de Pardines y Etxebarrieta, cuatro agentes de la Guardia Civil detuvieron al matrimonio. Ambos fueron torturados e incomunicados y, como ocurría siempre, el juez militar José Lasanta, implicado en otros casos de malos tratos, hizo caso omiso. Juez instructor de numerosas causas contra presos vascos, entre ellas la que le llevó a condenar y ejecutar a Ángel Otaegi en 1975, Lasanta sería muerto por ETA en 1990.

Sobre las torturas padecidas por Osa, el sumario 55/68 recoge una carta manuscrita por Alijostes que el abogado de la familia, José Mari Bandrés, hizo llegar a Lasanta. En ella, Alijostes decía lo siguiente: «Lo que le pido es que le juzgue de corazón sin hacer [caso] de las declaraciones que le ha sacado la policía. Él me dijo que le habían pegado muchísimo, y aunque yo no lo vi le juro ante Dios y por la salud de mi marido que toda la noche le oí llorar y quedarse con una angustia que no se me olvidará nunca; y en esas condiciones no hay persona que se resista y piense lo que dice, sino que tiene que confirmar lo que le mandan».

Osa fue finalmente condenado a seis años de prisión. Alijostes quedó libre, pero el 5 de agosto de aquel mismo año de 1968 fue de nuevo detenida tras decretarse el estado de excepción en Gipuzkoa por el atentado mortal contra Melitón Manzanas. Alijostes fue de nuevo incomunicada, esta vez durante siete días, e «interrogada» por el comandante del puesto de Tolosa.

Posteriormente, fue una de las 56 personas desterradas a cientos de kilómetros de sus hogares (seis de ellas mujeres), en su caso al municipio de las Navas de San Juan (Jaén). En aquel estado de excepción fueron detenidas al menos 279 personas, y además de las 56 desterradas, 107 fueron juzgadas por el TOP, 21 en consejos de guerra. Medio centenar denunciaron torturas. Ninguna de ellas, por cierto, tenía relación directa con la muerte de Melitón Manzanas, razón principal por la que se había decretado el estado de excepción. Sin embargo, a todos se les acusó de «rojo-separatistas» o «vasco-separatistas».

Si realmente aspiramos a una sociedad adulta (aquí copio a Fernández Soldevilla) no tiene sentido ocultar hechos, ni reproducir solo una parte de la historia. Si somos adultos, tenemos derecho a conocer todo lo sucedido, tenga la traza que tenga.

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