Alfredo Ozaeta

«Idiotencers»

Dentro de las profesiones o actividades emergentes que las nuevas tecnologías han desarrollado y fomentado, consideradas además de «éxito» si lo parametrizamos en los objetivos instalados en una gran parte de nuestra sociedad, como son: notoriedad y ganar mucho dinero en el menor tiempo posible, se encuentra la de influencer o youtuber.

Es tal su popularidad y aceptación social que, sin temor a equivocarme, afirmaría que su preferencia esta entre las deseadas por una gran mayoría de los jóvenes asiduos y activos en las nuevas tecnologías y redes sociales. En muchos casos, a los que la universidad, estudios profesionales o los trabajos convencionales les producen sarpullidos. Y también por otros no tan jóvenes cuya exposición a los medios y plataformas les otorga la visibilidad, celebridad, o «barniz social» con el que ven realizado su narcisismo.

Conocemos lo que es el marketing, la publicidad, las estrategias en el posicionamiento de marcas comerciales u otras, la intervención premeditada en los mensajes subliminales para dirigir tendencias de consumo, e incluso como no, la creación de estados de opinión o pensamiento. Estrategias todas ellas dirigidas a modular y moldear nuestra voluntad, criterio, ideas o apetencias hacia determinados objetos u objetivos de interés para terceros en su vertiente mercantil o ideológica.

Esta orientación, ¿manipulación?, de tendencias basadas en análisis y estudios sociológicos de hábitos, necesidades, comportamientos y otra serie de factores directamente relacionados con nuestro perfil, es lo que de alguna forma se utiliza para intentar condicionar como y de qué manera nos tenemos que conducir en sociedad. El actual perfeccionamiento de las técnicas, junto con la inestimable ayuda de los análisis algorítmicos y la interesada sobreinformación con la que nos inundan, han conseguido que el servicio llegue a ser con «el todo incluido»: como pensar, que consumir, como relacionarnos, que ver, que leer, a donde ir, etc.

Pero, que en la mayoría de los casos personas mediocres sin más mérito o formación que su actividad en las redes sociales e internet, su ostentoso estilo de vida, osadía, y posición en el mundo rosa o famoseo pudiente, pueda desarrollar un influjo directo sobre terceros dirigiendo o suplantando su voluntad, canalizándola a que es lo que deben comprar, como y adonde debemos viajar, que visitar, que comer, como vestir, etc., es para hacérnoslo mirar.

Si desde lo insustancial personajes consumistas y ociosos son capaces de influir en nuestras decisiones, y no solo en las banales, también en las importantes relativas a nuestra salud, derechos, vida y futuro, tanto propio como colectivo, de que no serán capaces los grandes poderes a través el control que ejercen sobre la IA, inteligencia artificial y las políticas globales con las que gestionan, o al menos lo intentan, y condicionan nuestra existencia.

Contradictoriamente nos encontramos en una sociedad con los más altos niveles conocidos de formación e información, con acceso y alta compresión de las nuevas tecnologías, sus soportes y derivados, pero a la vez sumisa y permeable en una gran parte a lo que desde las elites nos imponen e indican. Lo cual hace pensar que, aunque el avance en los aspectos técnicos o tecnológicos es incuestionable, el retroceso en el aspecto intelectual es también incuestionable, dando por ausente o desaparecida la capacidad de razonamiento o compresión justa y racional del mundo real en el que nos toca convivir y como nos debiéramos comportar.

Se está creando una sociedad dirigida por un gran número de idiotas, a los que las elites les han postulado y en muchos casos nosotros les hemos votado, y donde la idiotez se está imponiendo al más mínimo sentido común o a cualquier tipo de lógica basada en principios democráticos, respeto al diferente, sus culturas y a los valores universales.

Perfectamente podíamos estar hablando de «menticidio», entendido como señala su definición de crimen premeditado contra la mente humana y espíritu en su capacidad de libre pensamiento, raciocinio y actuación respetuosa para con los demás y su entorno. Algo que ya nos anticipada el médico y psicoanalista Joost Meerloo y que en su día sonaba poco más o menos que a ciencia ficción.

La conjugación de algoritmos con la influencia en la utilización de las redes sociales junto a la información que sus plataformas y medios de difusión interesadamente nos ofrecen, generan y provocan estados de ansiedad y desconcierto al punto de debilitar nuestra voluntad. Quieren trasmitirnos que sin su tutela por mucho que hagamos no lo conseguiremos.

Nos colocan a la sociedad en una situación de cierto pánico con temas sensibles para nuestras vidas, intercalando ciertos periodos de calma con nuevos repuntes del miedo, generando inseguridad y debilitando la voluntad e incluso la moralidad, desde el punto de vista ético. Paralelamente ofrecen como solución el regreso a su orden y cederles el control de nuestras vidas. Generan el problema, desde guerras, conflictos entre iguales, etc., hasta desequilibrios medioambientales, para posteriormente aportar la «solución». Por supuesto no exenta de importantes beneficios para las elites tanto económicos como geopolíticos.

Es el nuevo fascismo adaptado a los tiempos: propaganda sectaria, victimas vs culpables, males sociales vs responsables, noticias sin base contrastada, mentiras continuadas, etc. Utilizan las nuevas tecnologías y su naturaleza aditiva, móviles, tv, redes sociales, plataformas, etc., para generar estímulos, como en la domesticación de resto de animales, potenciadores del individualismo. Crean falsos enemigos, nunca ellos y hurtan la relación social, interpersonal, para facilitar su control.

El retroceso social en cuanto a libre pensamiento y defensa de las libertades es evidente y el problema no es la proliferación de influencers sino la acumulación y crecimiento de los «idiotencers».

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