Pedro Ibarra

Iguales en derechos

Migración. En el panorama político no está el derecho de todos a viajar y trasladarse a los países −a todos los países−, y a ser tratados en esos países como iguales, como titulares de todos los derechos

Ahí está la política migratoria del gobierno o norteamericano liderada y ejecutada por un individuo mezcla de dictadura y basura. Pero sin ir tan lejos, recordar que la misma Unión Europea mantiene un control riguroso a los migrantes con severas limitaciones para la movilidad y el ejercicio de derechos. Y va a peor. Se está reforzando la dureza −la expulsión de migrantes− en su política de control migratorio. Aquí, hoy, diferentes instituciones llevan a cabo determinadas prácticas de apoyo a migrantes. Pero lo característico es la no concesión de ciertos derechos fundamentales para unas condiciones de vida absolutamente necesarias. En la práctica, desde una perspectiva operativa, no son considerados como iguales

Así el no-padrón provoca otras ausencias políticas. Que un migrante consiga el padrón porque la institución política −el Ayuntamiento correspondiente− se lo conceda en el correspondiente territorio, resulta en muchos casos algo imposible, o algo eterno, de lograr. Solo conceden empadronamiento a aquellos ciudadanos que pueden justificar con papel firmado que viven regularmente en un piso, residencia etc. A todos los demás –la mayoría−, viviendo en la calle, edificios abandonados, en la clandestinidad impuesta en trabajo doméstico, y en viviendas donde los propietarios o titulares niegan que viva ahí, no se les concede el padrón.

Ausencia de padrón que genera la correspondiente ausencia en la concesión de vivienda, educación, trabajo etc. Y cuando logran el padrón y el correspondiente reconocimiento, sus posibilidades y condiciones de trabajo y vida siguen siendo inferiores a la de los ciudadanos. Los ciudadanos de aquí. Porque ahora, al margen de su legalización, siguen siendo considerados... inferiores. Porque son los otros, que no tienen los derechos ciudadanos

Crece en la sociedad la desaparición lo que podríamos llamar la batalla cultural idealista. Ello implica que el enfoque en la mirada dominante desde la sociedad, desde los ciudadanos hacia el futuro político, se asienta cada vez menos en convicciones colectivas que establecen afirmaciones de carácter universal −la igualdad por ejemplo− y que desde sus demandas y organizaciones exija a las instituciones transformaciones sociales y políticas correspondientes, la igualdad demandada. En última instancia la izquierda clásica ha dejado de tener confianza en la pedagogía y la ideología de los argumentos. La batalla cultural donde los expertos enseñan a las audiencias aquello que deberían saber y que deberían también poner en marcha...está perdida.

El crecimiento es permanente, hasta el extremo de estar logrando ser dominante en la sociedad, en la vivencia asentada en la soledad, donde lo que se supone debe hacerse es asumir lo «real «; en la actitud cotidiana de la gente y el mundo en el que vive esa gente. Su gente. Así nos acercamos a la autodefinición cotidiana dominante. Más exactamente la aceptación sin más de la realidad −de su realidad− de la situación de los migrantes; estos son diferentes e inferiores; no malvados, sino... inferiores. Ese vivir la obviedad cotidiana que hace rechazar o considerar exóticos las afirmaciones de igualdad

Esta conducta se ha ido desarrollando por distintas razones. Entre ellas, una forma de responder a la soledad Pero hay una que resulta central. La cultura/discurso/medios dominantes. Los infinitos mensajes se han extendido e impuesto en cómo vivir; cómo conocer y quizás sobre todo como sobrevivir desde el individualismo. Como lograr llevar a cabo las prácticas vitales de lo que hay, de lo que se ve, de lo que desde ellos medios se dice, debe ser visto y es transmitido como obvio. Pero, por supuesto, no a través de construir unas definiciones del mundo y de las relaciones humanas que nada tiene que ver con la «realidad». Así crece y se va asentando la actitud de distancia social frente a los migrantes viviendo como lo habitual, normal... y real, el qué las instituciones, los políticos adopten distancias y las correspondientes y ausencias políticas positivas respecto a los migrantes dada su natural distancia... y no igualdad

Sin duda en esta sociedad caracterizada por la posición descrita natural y cotidiana (no elaborada... pero que está ahí) en la aceptación y al mismo tiempo alejamiento de la situación de los migrantes, existen también grupos organizados que tienen actitudes racistas expresas y en algunos casos el ejercicio de violencia frente a los migrantes. Puede haber, y de hecho hay, posiciones institucionales y políticas de crítica y rechazo a estas actitudes radicales. Pero esas específicas confrontaciones no conducen a las instituciones a que rechacen la genérica actitud y posición de alejamiento y aceptación de la desigualdad del conjunto de la sociedad y en consecuencia tomen decisiones que establezcan los derechos a los inmigrantes

Crece sistemáticamente la desaparición o inexistencia de la convicción de una radical igualdad en todos los derechos, dejando paso a una actitud cotidiana elaborada no ideológicamente, en la cual esos otros, al menos aparentemente −para esta visión lo único que existe es la apariencia− son distintos y, por tanto, merecen una cierta distancia y el correspondiente tratamiento... inferior. Es− así lo viven− sentido común.

Esta posición pasiva, por no decir directamente negativa, es también bien una forma de acción −de no acción− de las instituciones. No es una posición excepcional, sino conducta habitual. Así las convicciones de la mayor parte de los partidos –no todos− que conforman las instituciones, establecen que los migrantes son diferentes. No afirman que son peores pero si operan como si fuesen de otro nivel. Un nivel inferior. Son convicciones que aunque no se expresan, operan como si fuesen conductas inevitables dada la obviedad de la inferioridad y su distancia vital

Volviendo la mirada social a los migrantes, la indiferencia expresa −o está en posición de fondo− que la misma implica respeto y tolerancia a los mismos. Pero nos son sentidos como miembros de su comunidad, de la comunidad de ciudadanos qué tienen todos los derechos. No se entiende (y se vive como de sentido común el no entender) que deben tener los mismos derechos. Son otros −los otros− y por tanto no tienen los derechos correspondientes al estatus jurídico de ellos, los ciudadanos. Por tanto criticarán y eventualmente actuaran en contra cuando esos migrantes son/sean agredidos y conducidos en la práctica vivir en pésimas condiciones, pero no criticarán ni actuarán al respecto cuando las instituciones correspondientes no concedan determinados derechos (léase entre otros el padrón) a los mismos

Hoy aquí, en Euskal Herria, diversos grupos de migrantes y grupos de apoyo a la migración se movilizan y exigen a las instituciones la concesión de los citados derechos. Pero en la práctica, en las instituciones estas reivindicaciones, que quizá sean consideradas como entendibles y eventualmente y aceptables, en modo alguno son vividos como un discurso proveniente de sociedad, como una exigencia de los ciudadanos que critican lo que no hacen y deben hacer las instituciones para que en la sociedad se implante realmente la igualdad y los derechos para todos. De hecho como es sabido en diferentes instituciones aparecen con más o menos entusiasmo deseos de conceder mejoras y a lo mejor hasta derechos a los inmigrantes, pero son deseos sin pretensiones de convertirlos en leyes, dado que el conjunto de la situación de la sociedad en modo alguno vive esta situación de forma grave como una injusta confrontación entre iguales. Por lo cual no se siente forzada a tomar decisiones operativas

Lograr un cambio sustancial en la política institucional en la línea de concesión de derechos es difícil de obtener. Parecería que la posibilidad de lograrlo tendría que provenir de un cambio en la cultura dominante en la sociedad, en el conjunto de la mayoría social. También parecería que ese cambio esa reorientación de la sociedad hacia el asumir la existencia de igualdad y derechos para todos, exigiría a su vez una extensión y ampliación de los grupos o movimientos de las demandas que ya operan en la sociedad exigiendo esta igualdad. Que lo grupos actuasen conjuntamente en estas demandas, ampliando esta red de grupos migrantes o pro-migrantes con sindicatos y determinados partidos dado que en la dimensión constitutiva de los mismos está presente la exigencia de derechos e igualdad. Lograr así un amplio proceso de confluencia para extender más en la sociedad esa cultura (hoy marginal) de convicciones y demandas sobre la exigencia de todos los derechos y el establecimiento de la igualdad. Ello podría implicar una respuesta positiva –la política de todos los derechos para todos− de las instituciones. Que así sea.


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