Guzmán Ruiz Garro
Analista económico

Impuestos y curva de Laffer

La pregunta que cabría hacerse, llegados a este punto, es qué oferta la izquierda, tanto la autóctona como la estatal, frente a las propuestas demagógicas e ineficaces que propugnar una bajada de impuestos generalizada como potaje cura todo.

Como previo, dirigido a las personas olvidadizas, recordaré que el PP, cuando gobernó con mayoría absoluta, aumentó los gravámenes de manera descomedida. Rajoy subió el IBI, el IVA, el IRPF, el impuesto de Sociedades, Sucesiones y Patrimonio, y los llamados impuestos especiales. El Ejecutivo de Rajoy acordó que los pensionistas pagarán el 10% del precio de los medicamentos. Y entre otras lindezas, convino el cobro por el transporte sanitario no urgente, la cofinanciación de las ortoprótesis y las tasas universitarias. Pero como parece que estamos condenados a reproducir la imagen de un grupo de estúpidos viajando en barco hacia la tierra de los tontos, de nuevo, los dirigentes del PP «renovado», nos colarán sus mentiras a sabiendas de que la especie humana no goza de la memoria de las sepias.

El todavía presidente de la Xunta y nuevo líder de la derecha, junto con el presidente de la CEOE, plantean la necesidad de bajar los impuestos «para solucionar los problemas de la economía de España». Promueven una rebaja «inmediata, concreta y probablemente temporal» del impuesto sobre la renta, el IRPF, para «devolver liquidez a las familias» y afrontar la inflación del 9,8%. Estas teorías económicas no solamente las ha sustentado la derecha conservadora y sus mantenedores, también los ministros del PSOE, Boyer y Solchaga, fueron fervientes defensores de la ortodoxia liberal; y hasta Zapatero cometió el dislate de aseverar que «bajar los impuestos es de izquierdas», afirmación que dinamitaba la progresividad fiscal, una de las ideas fundamentales de la socialdemocracia.

Como si se tratase de una pócima económica con poderes mágicos, los partidarios de la desregulación, del desmantelamiento del estado del bienestar, de la bajada masiva de impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, o de la superioridad de lo privado sobre lo público, recuperan la hipótesis de Laffer para hechizar a todos a los que engloban dentro del concepto ciudadanía, desde los exentos al pago del IRPF porque no llegan al mínimo de ingresos hasta la clase media (otra calificación para esquivar la existencia de clases sociales). ¿En qué consiste la teoría de la curva de Laffer? Radica en que cualquier impuesto que grave la renta del trabajo o la renta del capital, puede generar dos niveles impositivos que recauden la misma cantidad, lo que implica la existencia de una relación parabólica entre el nivel impositivo y la recaudación conseguida por la autoridad estatal. La curva de Laffer se basa en una realidad que está en sus extremos: si el tipo del impuesto es cero se recauda cero y si el tipo del impuesto es el 100%, también se recauda cero, porque nadie trabajaría si el Estado se quedara con el 100% del rendimiento. Esto implicaría que hay algún punto en el que el aumento de las tasas de impuestos reduce la cantidad de ingresos fiscales que el Gobierno recauda.

La reducción de impuestos convertida en un auténtico dogma de fe neoliberal, desde que fue puesto en marcha por los gobiernos de Reagan y Thatcher a comienzos de los años 80, se instituye tras la pérdida de credibilidad de las políticas implementadas por la socialdemocracia en Europa. Es evidente que la congelación de las pensiones y la reducción del gasto público podrían haberse evitado si no se hubieran recortado el IRPF de la mano de Rato (PP) y de Solbes (PSOE), además de la eliminación de los tributaciones sobre el patrimonio y otras reformas fiscales regresivas que significaron una enorme merma de los ingresos del Estado.

La caótica política impositiva del período de gobernanza Rajoy, en el último tramo de legislatura, para recuperar popularidad, se intentó corregir con una bajada de las cargas, pero solamente se consiguió vaciar más la hucha del Estado, tirando por los suelos la popularidad del mandatario referido y, de paso, la conjetura de Laffer. Un sistema fiscal que no sea equitativo ni progresivo, tampoco será eficiente para acrecentar las arcas públicas, única forma de garantizar el estado de bienestar. La presión fiscal, es decir la ratio que mide la suma de impuestos y contribuciones sociales con respecto al PIB, se situó en el 41,1% en la UE en 2019, mientras que se colocó en el 41,6% en la eurozona. La presión fiscal más alta la registró Francia, con un 47,4% con respecto a su PIB, seguido de Dinamarca, con el 46,9% y Bélgica, con el 45,9%. En el Estado español se instaló por debajo de la media europea, con el 35,4% sobre el PIB. La equidad social no puede lograse sin equidad fiscal. Resulta curioso constatar que ninguno de los partidarios de reducir los impuestos está a favor de subir los salarios, obviando que un incremento del sueldo aumenta el consumo, la economía adquiere dinamismo, y esto favorece el crecimiento económico general y una mayor contratación. Si se plasman las estimaciones oficiales que sitúan la inflación promedio, al cierre del 2022, en el 7,6%, cuando las subidas de los sueldos actualmente median un 2,4%, los asalariados sufrirán la mayor pérdida de poder adquisitivo en casi 40 años.

La pregunta que cabría hacerse, llegados a este punto, es qué oferta la izquierda, tanto la autóctona como la estatal, frente a las propuestas demagógicas e ineficaces que propugnar una bajada de impuestos generalizada como potaje cura todo. Alternativas de calado que vayan más allá del reparto de ayudas a sectores que generan escaso valor añadido y mala calidad de empleo. Urge el fomento de la agricultura ecológica y de la producción de bienes y servicios de proximidad. Apremia la promoción del empleo local fomentando la creación de cooperativas de agricultores y de vendedores de materias primas que permitan distribuir localmente sus productos, eliminando así de forma progresiva el peso de los intermediarios. Se necesita un plan estratégico de redefinición del modelo productivo basado en la promoción del mercado interno y la demanda doméstica. Queremos un nuevo patrón de transporte público que priorice el desplazamiento de la mayoría de la población sobre el transporte minoritario, caro y poco eficiente. Una apuesta por el sector de la electrónica y la tecnología de la información y las comunicaciones, por la innovación y desarrollo del sector de la maquinaria avanzada, las energías renovables… A menudo se identifica a la izquierda autóctona con un discurso falto de imaginación, exento de propuestas estratégicas de calado y centrado casi exclusivamente en ciertos sectores de la población. Indudablemente, esta percepción achica el espacio y potencia transformadora de quienes aspiran a ir algo más allá de las opciones de derechas y socialdemócratas caducas. Toca espabilar.

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