Guzmán Ruiz Garro
Analista económico

Inflación: quien denomina, domina

La pelea la deberíamos orientar contra los que imponen la subida de precios. Los «remedios» convencionales nos arrastran al crecimiento de la pobreza y la exclusión social.

Iniciaré esta colaboración apuntando las definiciones académicas más usuales conexas a la inflación, pero también advirtiéndoles que la prédica antiinflacionaria es uno de los principales ejes de las políticas neoliberales en la mayoría de los Estados del mundo. Se dice que la inflación es el aumento generalizado y sostenido de los precios de bienes y servicios en un país durante un periodo de tiempo continuado. Cuando el nivel general de precios sube, con cada unidad de moneda se adquieren menos bienes y servicios.

Limitarse a avalar o matizar las versiones liberales, neoliberales, keynesianas y monetaristas, desde la izquierda, es andar exiguos de alternativas. No olviden que quien denomina, domina.

La vinculación de subida de salarios con una inflación disparada, aludida y presentada como el hecho causante por los voceros de la derecha pepera, esta vez, se desmonta fácilmente porque el incremento salarial medio pactado en los convenios colectivos, en el conjunto del Estado, es el 2,42% para seis millones de asalariados en lo que va de año. Los trabajadores, según la inflación media de los últimos doce meses (6,5%), están perdiendo 4,1 puntos de poder de compra, y otros doce millones de currelas aún no ha experimentado incremento salarial alguno.

La inflación de costos en realidad es una inflación de defensa de una tasa de beneficio, donde los empresarios, al ver aumentados sus costos de materia prima o mano de obra, acrecientan los precios para mantener una alta tasa de beneficio. El único aumento de precios que podría justificarse se daría cuando el incremento del costo pone en peligro la existencia misma del beneficio, y no de cierta tasa de beneficio.

Erramos el tiro al sumarnos al carro de la imprecisa consigna de «luchar contra la inflación», porque resulta más cómodo acatar las hipótesis «formales», lo «irrefutable». En realidad, la pelea la deberíamos orientar contra los que imponen la subida de precios. Los «remedios» convencionales nos arrastran a los ajustes, al endeudamiento externo e interno, al enfriamiento de la economía, a una mayor desocupación, y al crecimiento de la pobreza y la exclusión social. De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad y oficialidad es la que hace más estragos.

Un factor que sí incide claramente en la subida de precios es el denominado de competencia imperfecta. En los mercados de competencia imperfecta, una o más empresas pueden influir sobre el precio debido a que ofertan productos diferenciados y/o limitan el suministro, de tal forma que, cuanto menor sea el número de empresas existentes, mayor será su capacidad de intervención sobre el precio. Muchos monopolios y oligopolios tienen tal poder de mercado que aumentan asiduamente los precios sin que ese hecho les suponga una merma de sus ventas (dícese, por ejemplo, compañías eléctricas o de gas y petróleo).

También constatarán que las empresas que han pedido capital prestado y ven incrementados los intereses por el alza de los tipos (medida antiinflacionista), la repercusión en sus costes, la compensan elevando los precios para así conservar intactos sus márgenes de beneficios.

Ni que decir tiene que, gracias a la inflación y a unos tipos de interés más altos, las entidades financieras elevarán en miles de millones sus ganancias. Los créditos concedidos con dinero ultrabarato facilitado por el Banco Central Europeo durante los últimos años les permiten a los banqueros unos márgenes de intermediación impensados. Otra vez, hablamos de beneficios «caídos del cielo» para los poderosos por mor de estas medidas antiinflacionistas.

Sepan los políticos de la derecha, y todos los de izquierda que se suman al carro de los apotegmas de las teorías conservadoras inflacionistas, los partidarios de bajadas de impuestos, que incurren en una antinomia al proponer frenar la inflación con semejante medida. Una de dos, o no están instruidos, o son unos oportunistas de órdago.

Ejemplo: se acaba de demostrar que bajar los impuestos sobre la energía desciende el precio de esta, pero aumenta su demanda y acelera la flama de la inflación. Ergo obtendríamos más inflación. ¿Se lograría más renta disponible para el consumidor? Sí, renta disponible que rápidamente es deglutida por el nuevo rebrote inflacionario. ¡A ver si se aclaran! Según sus conjeturas neoliberales, a la inflación no se la combate fiscalmente; la inflación se aplaca reprimiendo la demanda e incentivando el aumento de la oferta para que la distancia entre ambas disminuya.

La solución de los problemas viene de la mano del control de los precios de la energía y de todos los de productos y servicios que se encarecen sin razón justificada, abultados por mera especulación.

Las consecuencias de unos menores ingresos públicos no se reparten por igual entre toda la población, entre ricos y pobres. Para los primeros, cuyos ingresos son altos, las consecuencias de la pérdida de calidad, al disminuir la inversión del Estado en acción social, son pequeñas porque usan poco los servicios públicos sanitarios, educativos o de protección. Pero para los segundos, los de rentas medias y bajas, la mayoría que sí los utiliza, las derivaciones son obvias.

¡Atentos! La elección que nos proponen contra la inflación es la mejor defensa que tienen los oligarcas para impedir que se pelee contra quien aumenta los precios y frente a las causas reales que lo posibilitan. Atinar en la diagnosis impedirá que las reglas de juego las dicte siempre un pequeño grupo de corporaciones, grandes empresas y gobiernos adláteres. Dijo Binner: «La inflación es el impuesto más injusto que existe, porque castiga a los sectores más populares».

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