Siamak Khatami

Irán-Estados Unidos: ¿Un nuevo ‘Gran Juego’?

Es curioso que, ya en la segunda década del siglo XXI, tengamos que explicar lo que está pasando en el Oriente Medio y Asia Central basándonos en conceptos que nos vienen del siglo XIX.

Pero, cada vez que lo pienso, encuentro la explicación de los sucesos de las regiones que acabamos de mencionar, en una nueva aplicación del concepto del ‘gran juego’ que, como ya sabemos, se desarrolló primero entre los imperios británico y ruso, que se rivalizaban en Asia Central, y cada uno de aquellas potencias mantuvo su supremacía en una parte de ese territorio—los británicos en Afganistán, y los rusos en lo que, como término general, en esa época se llamaba ‘Turkestán’ (la región que hoy en día consiste en Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kyrqyzstán).

Luego, con la revolución bolchevique de 1917, los soviéticos y los británicos todavía continuaron aquel ‘gran juego’, con el factor añadido de que cuando llegó al poder Stalin (básicamente desde 1924), re-dibujó las fronteras de ‘Turkestán’, creando, allá por 1937, lo que son ahora las cinco repúblicas centroasiáticas de la antigua URSS. Las fronteras que Stalin dibujó eran, en gran medida, artificiales —cada república, aunque llevara en su nombre la de una nación específica, tenía grandes minorías de otras las otras naciones dentro de su territorio, y eso fue a propósito, un plan explícito de Stalin, para mantener a esas repúblicas divididas no solo entre ellas, pero dentro de cada una de ellas también y, así, debilitarlas y prevenir cualquier aspiración independentista por parte de cualquiera de ellas.

Empezando desde finales de la década de los 1970, fueron los Estados Unidos y la antigua URSS que se involucraron en el mismo ‘gran juego’: el imperio británico ya casi no existía, bueno Hong Kong todavía seguía siendo colonia británica; Zimbabwe tampoco se había independizado de los británicos todavía (se independizó en 1980), y todavía existían otras colonias como Gibraltar, las Malvinas, etc. Sin embargo, ya no era, ni mucho menos, el mismo imperio británico que existía hasta 1947. Mientras tanto, los EE.UU. habían empezado a interesarse en ayudar a las fuerzas islamistas en Afganistán para combatir contra la antigua URSS.

El propósito no era que Afganistán fuera un país ‘libre’ o ‘democrático’: se puede decir, incluso, que muchas veces, en la política internacional, conceptos como ‘libertad’ o ‘democracia’ importan poco, o absolutamente nada. Más bien, el propósito era usar el ‘factor islámico’ para, primero, expulsar a los soviéticos de Afganistán pero, después, para desestabilizar a la misma Unión Soviética, que en aquellos tiempos tenía alrededor de cincuenta millones de ciudadanos musulmanes. Nadie podía predecir que la URSS iba a destruirse del modo que se destruyó—allá por los años 1970, los dirigentes estadounidenses pensaban que su mejor carta para derrotar a la URSS, era la ‘carta islámica’. Bueno, ahora sabemos que los islamistas pensaron que habían sido ellos, y lo los estadounidenses, que habían triunfado en Afganistán y, al final, se volvieron contra los EE.UU. también.

Fue ese anti-americanismo que llevó a los islamistas a cometer los atentados de 11 de septiembre de 2001. Claro que la mayoría de los que cometieron aquellos atentados, eran de Arabia Saudí; pero también está claro que su ‘inspiración”’era Osama bin Laden que, al final, se hizo amigos con los líderes talibán de Afganistán, quienes le protegieron durante gran parte de los últimos años de su vida.

Irán tenía malas relaciones con el régimen de Afganistán y, después de los atentados de 11-s, el gobierno iraní incluso intentó un acercamiento al gobierno estadounidense, ofreciéndole ayuda en la lucha contra los responsables de esos atentados. Sin embargo, cuando Bush hijo, incluyó Irán en su ‘eje del mal’, eso fue como ¡responder al ofrecimiento de ayuda por parte de Irán, insultando a los iraníes de la peor forma posible! Y las relaciones entre los dos países nunca han mejorado desde entonces. Irán incluso ha mejorado sus relaciones con Afganistán (aun apoyando a líderes talibán dándoles cobijo en territorio iraní y facilitando los movimientos de los islamistas radicales entre Afganistán y el resto del mundo), aunque algunas problemas todavía existen entre los dos países. Cuando las fuerzas estadounidenses dejen Afganistán, el único país que va a ‘ganar’ el en nuevo escenario, va a ser Irán, porque va a gozar de mucha más influencia, tanto política como económica, en Afganistán.

En los países centroasiáticos que se independizaron con el derrumbamiento de la antigua URSS, Irán también ha ganado influencia, aunque no tanto como quisiera, ya que hay un número de países compitiendo entre sí por extender sus respectivas influencias allí. De un lado, aunque la URSS ya no existe, Rusia considera esos países como parte de su ‘patio trasero’ y no quiere perder su status como poder dominante allí. De otro lado, los EE.UU. también quieren extender su influencia en aquellos países, porque tienen grandes reservas de petróleo y gas natural, y porque son una de las vías a través de las cuales los EE.UU. pueden transportar sus tropas entre Afganistán y el resto del mundo. Turquía también ha entrado en el ‘juego de influencias’, bajo el argumento de que la mayoría de los países en cuestión –con la excepción de Tayikistán, están cultural– y lingüísticamente afines a Turquía, además del hecho de que a Turquía también le gustaría abrirse mercados allí para sus empresas y sus productos. Irán ha ganado algo de influencia cultural (en Tayikistán) y económica, pero no mucha. Incluso Tayikistán, culturalmente afín a Irán por la herencia persa de los dos países, depende más de Rusia que de Irán. Pero, en fin, todo se resume a un ‘nuevo gran juego’, solo que los jugadores son diferentes que los del siglo XIX.

Recientemente, también ha habido movimientos diplomáticos entre Turquía y los EE.UU., que han dado algunos resultados. Por ejemplo, es indudable para este autor que ha sido por la presión estadounidense que Turquía ha mejorado sus relaciones con Israel recientemente, relaciones que, en los dos últimos años, se habían empeorado bastante. Ahora, Turquía e Israel han reanudado su cooperación tanto económica como militar. ¡¿Por qué?! No es solo porque esta mejora beneficie a ambos países: es –y esto es muy significativo– también porque los dos países comparten un adversario importante (que los EE.UU. también comparte con ellos): Irán. En caso de Israel, ya sabemos de la enemistad que existe entre el régimen actual iraní e Israel. Sin embargo, en el caso de Turquía, es diferente. Turquía es un país musulmán como Irán, aunque pertenecen a distintas ramas del Islam, y también comercian entre sí, un comercio que ha aumentado con la presión económica de la Unión Europea y los EE.UU. contra Irán. Pero, al mismo tiempo, Turquía e Irán también son rivales en el escenario internacional, y su rivalidad tiene dos escenas importantes: 1) los países centroasiáticos que se independizaron con el derrumbamiento de la antigua URSS (que ya hemos mencionado); y 2) Iraq, donde, con la retirada de las fuerzas estadounidenses, Irán se está quedando como el único ganador por todo lo que ha sucedido empezando con la derrota del régimen de Sadam Hussein.

Ahora, Irán es el principal socio económico de Iraq; las fuerzas de inteligencia iraníes tienen operaciones bastante extendidas por todo Iraq; el gobierno iraquí considera Irán como su principal amigo; y, también muy significante, Irán usa el espacio aéreo iraquí para enviar ayuda a Siria, cuyo régimen está en una guerra civil desde que comenzara la llamada ‘primavera árabe’. Aunque los EE.UU. presionan a Iraq para que actúe en contra de ese uso de su espacio aéreo para enviar ayuda desde Irán a Siria, el régimen iraquí es, militarmente, tan débil que incluso si quisiera, no puede hacer casi nada al respecto. Y este autor tampoco cree que el gobierno iraquí quiera hacer nada al respecto. Esto también causa enemistad entre Iraq y Turquía, que apoya a la oposición siria y da alojamiento a cientos de miles de sirios que han tenido que huir de su país por esa guerra civil. Sin embargo, el gobierno iraquí no hace nada al respecto.

Mientras tanto, dentro de Siria la situación se está complicando cada día más, porque la oposición al régimen de al-Asad está cayendo bajo el control de los islamistas radicales (lo que ha causado la dimisión, en los días recientes, de uno de los líderes más importantes de la resistencia moderada). Esto no importa a Arabia Saudí, cuyo propio régimen es radical islamista, y va a seguir apoyando a la oposición siria; pero, otros países van a pensar dos veces antes dar ningún tipo de ayuda a unos grupos que, en un futuro, pueden convertirse en nuevas versiones de los talibán. Esto beneficia a dos actores de la escena política: el régimen sirio, y el régimen iraní, que tiene en Siria a su único aliado fiel entre los países árabes, y cuya ayuda necesita para enviar armas a Hizbolah (“Partido de Dios”) en Líbano y Hamás (el movimiento de resistencia palestina contra Israel) en Gaza.

Los países árabes del Golfo pérsico también miran a Irán con preocupación—especialmente Bahréin, que tiene una mayoría chi’í pero cuyo régimen es suní, y que hasta 1970, era controlado por Irán: el régimen bahreiní teme que Irán, cuyo régimen es teocrático chi’í, puede incitar a los bahreiníes a rebelarse a favor de Irán y en contra de su propio régimen: es por eso que, cuando la ‘primavera árabe’ contagió a Bahréin, el régimen de aquel país aceptó ayuda militar de Arabia Saudí para reprimir a sus propios ciudadanos. Y en la propia Arabia Saudí, otro país con régimen suní, su minoría chi’i se concentra justo en la región donde está la mayor parte de las reservas petrolíferas sauditas. Así que, una rebelión chi’í incitada por Irán será desastrosa para Arabia Saudí.

Claro que Irán no es una superpotencia, ni mucho menos. Sin embargo, también está claro que las dos guerras que empezó en expresidente estadounidense George Bush hijo—las guerras de Iraq y Afganistán, que han costado incontables números de vida además de ingente daño material, dos guerras capitalistas a las que nos hemos opuesto los que nos identificamos con la Izquierda, han resultado solo beneficiosos para un régimen teocrático y dictatorial iraní, que se está convirtiendo en un actor político cada día más importante en el escenario internacional--¡gracias al mismo presidente que inventó el término ‘eje del mal’!

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