Laurent Richard

«Je suis Zaldibar»

Exasperado veo la quietud de aquellos apoderados quienes aprovechan ser los propios jueces benevolentes de su (ir)responsabilidad e inacción.

Un monte metamorfoseado en monstruo; un entorno natural insalubre para el propio ser humano; la otra cara de la prosperidad económica y de la mejora del bienestar acumulada en forma de basura invasora y nociva, de enfermedad y de muerte; el sosiego de una sociedad de consumo impersonal e irresponsable...

Y la montaña hecha volcán entra en erupción, regurgitando lo meticulosamente tapado por intereses políticos y monetarios, poniendo al descubierto lo instintivamente rechazado por ojos ciudadanos inconsecuentes con su modo de vivir.

Enfrentarse a sus contradicciones es un retorcido ejercicio donde uno busca naturalmente y encuentra bien rápidamente atajos que le eximen de participación y responsabilidad en actos cuyas consecuencias irritan sus sentimientos. Un claro caso de disonancia cognitiva, donde nuestras utópicas creencias chocan contra la realidad de nuestros comportamientos.

«Se ha convertido en una necesidad vivir juzgando, procurando no ser juzgado y culpado, pues en la medida que hay un culpable, uno ya no será culpado» escribió Ferran Salmurri en su libro “Emoción y razón”.

«Je suis Zaldibar»: evidentemente me solidarizo con los afectados de esta tragedia humana y de esta desastrosa catástrofe natural; exasperado veo la quietud de aquellos apoderados quienes aprovechan ser los propios jueces benevolentes de su (ir)responsabilidad e inacción.

Pero «Je suis Zaldibar» también porque me figuro en este montón de inmundicia nefasta y funesta la acumulación de mi aportación cotidiana en basuras variadas, desmesuradas e incluso a veces innecesarias. Considero que yo mismo soy parte de este sistema de consumo continuo de bienes perecederos o programados a tal efecto, de productos solo imprescindibles para mi confort superfluo. Percibo que en Zaldibar no solo han rebosado residuos inútiles de grandes industrias aparentemente ajenas a mi vida, sino que se hizo visible lo sobrante de un modo de vida destructor y un modo de consumo y producción excesivo e insensato.

Probablemente trabajo o he trabajado para aquellas empresas que enviaron sus desperdicios a Zaldibar. Sin duda consumo directamente o indirectamente productos manufacturados por ellas. Y desde luego no quiero quedarme con mi basura en las manos, o en mi alrededor.

Así que pido responsabilidades. Ajenas a las mías, porque bastante desagradable ha sido sentenciarme desfavorablemente tras este instante de reflexión.

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