Nines Maestro
Red Roja

Julio Anguita, buscando agua potable

Julio Anguita intentó con coraje y arriesgando su salud salirse del guión establecido desde la Transición para la izquierda institucional. Él supo de lo implacable del poder que enfrentó y de hasta qué punto es gobernado con mano de hierro por el PSOE y sus aparatos. Y lo más duro, sin duda, fue comprobar cómo desde dentro mismo de su organización se contribuía decisivamente a cerrar el cerco.

Siento la necesidad de escribir sobre la historia política de Julio Anguita, de los años –desde 1988 al 2000– en los ambos que vivimos de forma muy intensa y cercana los hechos que le convirtieron en una figura importante de la historia del movimiento obrero español, precisamente porque es muy probable que se oculten o tergiversen. Y quiero hablar sobre aquello por lo que creo que debe ser recordado.

Su enfrentamiento directo con el pilar básico de la Transición y garante de la continuidad de los aparatos de Estado de la Dictadura –el PSOE– estuvo, además, directamente relacionado con los sucesivos infartos que dejaron maltrecho su corazón, que hoy ha dejado de latir.

Julio Anguita llegó a la secretaría general del PCE y posteriormente a la dirección de IU como enterrador del carrillismo, del Pacto de la Transición y del "Juntos podemos" del PCE con el PSOE. Su enfrentamiento con Santiago Carrillo cuando era alcalde de Córdoba llegó a tal punto que estuvo durante 24 horas expulsado del partido.

El aparato político e institucional que hoy se ha definido como Régimen del 78 fue caracterizado entonces por la IU de Julio Anguita mediante el símil de «las dos orillas». Y en la de enfrente estaban el PP y el PSOE. Los argumentos para identificar al PSOE como representante político de los intereses del capital eran casi inagotables, y Julio Anguita los denunció todos: la destrucción de tejido productivo disfrazada de reconversión industrial, las privatizaciones de empresas públicas, la cultura del «pelotazo», las corrupciones masivas de la Expo, Filesa, el AVE, Ibercorp, el caso Guerra, el caso Roldán y tantos otros, las sucesivas contrarreformas laborales, la entrada en la OTAN y la vulneración de todas las condiciones del «Sí», cuyo broche fue la Secretaría General de la Alianza para Javier Solana, etc. Y lo más duro, la denuncia implacable de lo que demostraba palpablemente la pervivencia del franquismo en los aparatos del Estado, sobre todo en la policía y en la Guardia Civil: el terrorismo de Estado del GAL organizado y alimentado por el gobierno de Felipe González.

El enfrentamiento fue atroz porque obligatoriamente apuntaba no sólo al PSOE sino a sus aparatos de poder: el Grupo Prisa, con el diario "El País" a la cabeza, y la dirección de CCOO.

Para que no faltara nada, de la mano tanto del PSOE como de CCOO se organizó un satélite dentro de la propia Izquierda Unida. El grupo se llamó Nueva Izquierda e Iniciativa per Catalunya (IC). Su actividad fue de oposición frontal a las políticas encabezadas por Anguita y sostenidas por la mayoría de la organización. Sus dirigentes acabaron todas y todos ocupando puestos en los gobiernos o en los parlamentos en representación del PSOE.

Las tensiones en el interior de IU eran brutales y no sólo por la lucha abierta con Nueva Izquierda e IC. Dentro de la supuesta mayoría se ejercía una permanente labor de zapa, apoyada por la dirección del PCE, abogando por arrastrar a IU al único lugar posible según ellos: como satélite del PSOE en gobiernos y parlamentos.

Significativamente, Julio Anguita tuvo su primer infarto en Barcelona, uno de los focos fundamentales de la oposición interna encabezada por Rafael Ribó, uno de los liquidadores del PSUC y hoy Sindic de Greuges (Defensor del Pueblo) de Cataluña.

Se había producido en el Congreso de los Diputados la trascendental votación sobre la convalidación parlamentaria del Tratado de Maastricht, en la que los tres diputados de Nueva Izquierda –Nicolás Sartorius, Pablo Castellanos y Cristina Almeida– rompieron el acuerdo de IU y votaron «Sí». Tras ello se les consideró autoexcluidos de la organización.

Puedo asegurar que las enormes tensiones desencadenadas por estos poderosos grupos de presión que tenían a Julio Anguita como objetivo central fueron causa directa de su primera y grave crisis cardiaca.

Él se recuperó, pero la guerra continuaba al calor de la lucha de clases. Como respuesta al Pacto Social permanente de las direcciones de los dos sindicatos mayoritarios, precisamente cuando desde el Gobierno se estaban produciendo los ataques más salvajes a la clase obrera, en CCOO se organiza el Sector Crítico. Encabezado por Marcelino Camacho y Agustín Moreno, en el año 1996 se constituye este importante grupo en confrontación abierta con la dirección del sindicato, apostando por un sindicalismo combativo y próximo a las posiciones de IU, sobre todo en su oposición a la UE.

El cerco a las posiciones de la IU encabezada por Julio Anguita arreciaba. Las direcciones de las organizaciones territoriales de IU aparentaban sostener las políticas aprobadas y paseaban al Coordinador de IU por campañas electorales, encantados de recibir los votos que él atraía, cuando en la práctica, el acercamiento de estas federaciones a la tríada, dirección de CCOO, el PSOE y "El País", era cada vez mayor. Para ilustrar esta situación esquizofrénica valga el ejemplo de la Federación de Madrid –encabezada por Ángel Pérez– supuestamente encuadrada en la «mayoría» de IU, mientras gobernaba con el PSOE en importantes ciudades de la región, vinculada a la especulación inmobiliaria y con destacados miembros que más tarde aparecerían implicados en el caso de las tarjetas Black de CajaMadrid.

En el año 1998 desde la dirección de IU, encabezada por Julio Anguita, se impulsa la creación de la Plataforma por las 35 horas por Ley sin rebaja salarial, eliminación de las horas extraordinarias, reducción de la edad de jubilación, etc., junto al sector crítico de CCOO, CGT, el Movimiento contra la Europa de Maastricht y otras organizaciones sociales y sindicales. Esta Plataforma se organizó con la vocación de servir de acicate estratégico a la reconstrucción de la independencia de clase de un movimiento obrero combativo. Se elaboró un importante aparato argumental que demostró que los incrementos habidos en la productividad desde 1976 habían ido a engordar los beneficios empresariales y, que de haber sido aplicados a la reducción del tiempo de trabajo, hubieran permitido jornadas laborales de 25 horas semanales.

La recogida de firmas para la presentación de una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para promulgar las 35 horas por ley en las condiciones descritas no era el objetivo fundamental. El trabajo de explicación en tajos, fábricas y lugares de trabajo y las firmas debían servir de herramienta para constituir consejos obreros unitarios y cambiar la correlación de fuerzas hacia posiciones de independencia de clase y de combate. Y en esa tarea, la militancia de IU dentro de las empresas tenía que jugar un papel fundamental.

El boicot en el interior de IU a la ejecución práctica de los acuerdos adoptados funcionó desde el primer momento. Julio Anguita y quiénes apoyábamos el proyecto pudimos comprobar cómo en los territorios fundamentales (Madrid, Andalucía, Asturias o Cataluña) la movilización de la militancia era directamente saboteada.

Se recogieron muchas más firmas de las necesarias en el tiempo establecido, pero el proyecto estaba herido de muerte. La gran manifestación en Madrid el día de la votación parlamentaria, con presencia de gentes de todo el Estado, que debía iniciar una nueva fase de reorganización y de lucha, resultó un gran fracaso. La ILP votada en noviembre de 1999 fue derrotada, como estaba previsto pero, en lugar de abrir un camino de reconstrucción del movimiento obrero y popular, supuso el triste final de un proceso voluntariamente abortado.

Y era el último intento. En la reunión inmediatamente posterior del Consejo Político Federal, el cerco se cerró. El tiempo de las caretas de los principales dirigentes del PCE y de las federaciones, quienes aseguraban el apoyo al Coordinador con la boca pequeña para luego actuar exactamente al revés, terminó. Ya sólo faltaba bajar el telón de un periodo en el que una fuerza política institucional se resistía a hincar la rodilla ante los aparatos de poder.

En esa reunión de principios de diciembre de 1999, Julio Anguita, demacrado y derrotado, aceptó una enmienda de Paco Frutos, secretario general del PCE, que proponía llevar a cabo lo que toda la política de IU había negado hasta entonces: pactos preelectorales con el PSOE en las próximas elecciones generales del año siguiente.

Pocos días después, el 16 de diciembre de 1999, Julio Anguita ingresaba con una nueva y grave crisis cardiaca y era operado de urgencia. Pero la celada no terminaba ahí. Cuatro altos dirigentes de la organización tuvieron la desvergüenza de ir a la UVI, donde se recuperaba de la intervención, a pedirle su dimisión como coordinador general de IU. Las elecciones del año 2000 estaban a la vuelta de la esquina. Había que ejecutar el pacto con el PSOE, en este caso con Almunia, y Paco Frutos fue nombrado coordinador general. El lema electoral era todo un guiño a la participación en el futuro gobierno: «Somos necesarios». El PP logró una inesperada mayoría absoluta, resultado del descalabro del PSOE y del hundimiento de IU, que perdió la mitad de su electorado y 13 diputados.

En las elecciones de 2004, con Gaspar Llamazares como coordinador general, IU continúa su caída libre perdiendo otra vez la mitad de los votos que le quedaban. Un editorial de "ABC", al analizar la debacle electoral de IU, se lamentaba de su derrota argumentando –en un brillante ejercicio de coherencia de clase– el papel ejercido por el PCE desde la Transición y después por IU como dique de contención para evitar el surgimiento de una izquierda «antisistema».

Julio Anguita intentó con coraje y arriesgando su salud salirse del guión establecido desde la Transición para la izquierda institucional. Él supo de lo implacable del poder que enfrentó y de hasta qué punto es gobernado con mano de hierro por el PSOE y sus aparatos. Y lo más duro, sin duda, fue comprobar cómo desde dentro mismo de su organización se contribuía decisivamente a cerrar el cerco.

Es más que probable que de esas mismas manos salgan crónicas alabando su figura. Lo que es seguro es que Julio Anguita, con sus errores como los de cualquier ser humano, entre los que querría no haber visto su aval a la operación Podemos que es en todo semejante a la que él se negó a llevar a cabo, pasará a la historia como un dirigente digno e íntegro.

Hoy me vienen insistentemente a la memoria unas palabras de Silvio Rodríguez que le escribí en aquellos años como dedicatoria de un libro, y que bien podrían quedar escritas en su tumba: «Fue de planeta en planeta, buscando agua potable, buscando la vida o buscando la muerte, eso nunca se sabe. Lo más terrible se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta la vida».

Recherche