Guzmán Ruiz Garro
Exconsejero de la BBK

Kutxabank fue un grave error

El pasado mes de abril, el presidente de la Fundación BBK, con el propósito de anotarse un tanto que no le corresponde a él, aseveraba que «el tiempo nos ha dado la razón sobre la decisión de no salir a bolsa». Obviamente, se refería a la puesta en el parqué bursátil de Kutxabank. Posteriormente a esta declaración, en esta misma sección de Gara, se han publicado dos artículos de opinión: "¿Por qué no ha salido a bolsa Kutxabank?", del gabinete de prensa de ELA y "Los olvidos de ELA sobre Kutxabank", rubricado por una de las personas determinantes en la firma del acuerdo de Bildu con las direcciones de las tres cajas.

En calidad de consejero de la BBK, durante unos años, di mi parecer sobre la trayectoria de las cajas, el papel de estas, su expansión por todo el territorio del estado, la ruinosa compra de Cajasur por la BBK y lo que supuso el nacimiento de Kutxabank. A modo de aportación, sobre los contenidos de los escritos referenciados, quisiera hacer varias puntualizaciones que considero importantes. La principal: dar el plácet a la constitución de Kutxabank Sociedad Anónima fue un grave error.

Veamos: mientras que en el estado español quedan dos cajas de ahorros de las 47 que había antes de la crisis de 2008, en Alemania hay todavía unos 390 «Sparkassen» operativos. El proceso de concentración y reestructuración del sector comenzó en 2010, y desde 2015 solamente se mantienen Caixa Ontinyent y Caixa Pollença; el resto, fueron vendidas a entidades financieras o se transformaron en bancos.

La primera gran desemejanza entre cajas de ahorros, cooperativas de crédito y bancos reside en quiénes son sus dueños. Mientras que un banco es propiedad de sus accionistas, las cajas de ahorros pertenecen a sus impositores y las cooperativas de crédito a sus socios cooperativistas.
Los bancos son sociedades anónimas y las cajas de ahorros entidades sin ánimo de lucro con una finalidad social, por lo cual están obligadas a destinar parte de sus dividendos a fines sociales. Supuestamente, ambas formas parecen ser iguales por ofrecer el mismo tipo de servicios bancarios, pero presentan aspectos muy disímiles desde tres planos distintos: el plano legal, el organizativo o estructural y los objetivos.

Establecidas las diferencias, queda constatado que la renuncia a la fusión de las cajas vascongadas con la consiguiente pérdida de su figura jurídica en favor de una Sociedad Anónima, fue de una ligereza lamentable. El supuesto blindaje para impedir la privatización, aceptada la bancarización, ya se mostraba, en el texto rubricado, débil y sujeto a la legislación e interpretaciones supranacionales (BCE y ABE).

A la vista de la alta volatilidad que se registra en los mercados de capitales internacionales derivada de la situación de elevada tensión geopolítica mundial, la vulnerabilidad de bancos similares a Kutxabank, ante cualquier perspectiva de debut en el parqué, es más que evidente. Recuerdo también que el señor Sagredo, en calidad de presidente de la fundación mayoritaria en el Banco, aseguraba hace bien poco que «nosotros no estamos cerrados a fusiones y se estudiarán cuando sea una operación buena para el banco, un proyecto que aporte sinergias de diversificación y de sostenibilidad para el negocio, que sea buena para los accionistas y para todos los agentes del grupo. Si se cumplen estas premisas, se estudiará una operación de fusión». Lo mismo que dijo en su día Mario Fernández. Se postergaron las decisiones, pero las intenciones prevalecen.

El proceso de salida a bolsa de Ibercaja debería resultar aleccionador para Kutxabank, dados los hándicaps que se atribuyen desde la perspectiva del precio de la colocación: «es un banco mediano, con negocio únicamente en España y que sale a bolsa por obligación (la fundación Ibercaja está obligada a reducir su participación por debajo del 50 por ciento)». Según el informe presentado por Deusto Business School, a finales de 2016, la factura de una salida a Bolsa habría arañado en casi 2.000 millones los recursos de la fundación bancaria vizcaína. Este deterioro trasladado de forma proporcional a las otras dos fundaciones bancarias de Kutxa y Vital, en función de su participación en Kutxabank, habría supuesto 870,7 y 299,3 millones de euros. El principal impacto negativo hubiese venido derivado de la minusvalía en el precio de venta y del deterioro inducido en el valor contable de las acciones mantenidas en propiedad.

El sueño húmedo de las élites económicas para continuar su avance hacia un oligopolio bancario al estilo de «las eléctricas» que tan buenos resultados siguen dando a los bolsillos de estos grandes empresarios no productivos, parece imparable. El único refugio a este desatino se quedó en las Islas Baleares y Valencia, en las dos únicas cajas que resisten.

En el pacto entre las cajas y Bildu firmado en su día, se sugería que el ámbito de negociación colectiva en Kutxabank sería el vasco, pero esto también resultó ser una filfa dada la vaguedad del texto. Supongo que la inexperiencia y las ansias por homologarse recién estrenados en importantes responsabilidades institucionales pesó mucho a la hora del acuerdo de fusión.

En resumen, la unión de BBK. Kutxa y Vital no dio origen a un banco popular vasco a pesar del empeño que pusieron algunos de los firmantes por presentarlo así. Tampoco se aplacó con el pacto la apuesta privatizadora. Sí es cierto que, vista la deriva de Kutxabank, se cambió el rumbo del discurso inicial que ponderaba «el carácter de banco público con obra social». Actualmente, la obra social es testimonial y la plantilla dependiente de la fundación BBK (la única que mantiene personal propio) acelera su fase de declive.

Revertir el camino recorrido por Kutxabank, transitar desde una sociedad anónima hacia una entidad de carácter público y social retrotrayéndonos en el tiempo, es una quimera. El sendero de otro modelo financiero alternativo habrá que buscarlo por otros derroteros. Considerando la apuesta del presidente novelista de Kutxabank por una «nueva estrategia» consistente en crecer en Madrid –supongo que para que el banco vasco-andaluz sea además madrileño–, haríamos bien en sumar bríos para que no se repita el dislate expansionista que ya ocasionó en el pasado graves perjuicios a la entidad.

Finalmente, me quedaré con la frase: «Cita siempre los errores propios antes de referirte a los ajenos. Así nunca parecerá que presumes».

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