La Humanidad es una infección cósmica, según los griegos, proveniente de la «panespermia», (todo semilla, todo lo viviente), y de origen desconocido. Por lo cual podemos tener parientes hasta en el otro lado del Universo. Eso explicaría la nostalgia y ansia que siente la Humanidad de otros mundos mejores que éste, que no es precisamente un campo de rosas florido.

En los años sesenta el «Free Cinema» inglés, al igual que la «Nouvelle Vague», retrató a menudo la juventud de su época, centrándose especialmente en sus elementos más conflictivos, su relación con una sociedad que detestaban, los métodos educativos, represivos y obsoletos, con los que ésta intentaba reeducarlos.

En esa línea tenemos el film de 1962 "La soledad del corredor de fondo" (The loneliness of the long distance runner), que nos muestra cómo sufre el ser humano los avatares de su existencia, y la manera de superar todos los retos que se le presentan, amen de lavarse todas las heridas en los que no puede superar.

Victorias y derrotas son las cicatrices de la existencia. El tema ha sido tratado por la filosofía, literatura y religiones, que presentan en común dos extremos: el tormento y el éxtasis, aunque lo más frecuente y abundante es lo anodino, los días sin huella que no quedan registrados en la memoria.

Tres años más tarde del film "Los 400 golpes", del francés Truffaut, pero seis antes de "If…”, de su compatriota Anderson, Richardson dirigía esta excelente obra, en la que un joven internado en un reformatorio desahoga su frustración y rabia corriendo. La magnífica interpretación de Courtenay, el inteligente intercalado de flash-backs para contar la vida anterior del protagonista, y la contundente dirección de Richardson se quedan en la retina. El final, sencillamente impecable.

Ya desde la caverna de Platón, el filósofo anda solo, buscando la salida de la misma, es el mejor ejemplo de la soledad del corredor de fondo, nadie le acompaña, e incluso el resto de personas se convierten en una amenaza para él. Y cuando les dice lo que ha visto y averiguado nadie le cree, lo toman por loco peligroso y quieren matarlo. La historia de los filósofos así lo atestigua, la mayoría fueron asesinados (Sócrates), vendidos como esclavos (Platón), muertos en el exilio (Aristóteles), siempre con la sensación que peligraba su vida.

La religión y la literatura son una búsqueda de algo valioso que la Humanidad perdió en su camino: Adán y Eva, en la Biblia, John Milton "The Lost Paradise". A la vez, alimentan la esperanza en sus múltiples formas y narraciones, porque el ser humano es especialmente sensible a los relatos, y no hay historia por absurda que sea que no tenga adeptos, como las ideologías actuales, que son el obstáculo más importante al progreso de la persona que tenemos ahora.

Impulsadas de forma brutal por las nuevas tecnologías, que pueden ser el instrumento de una novedosa esclavitud humana. Estas reflexiones son como subir a un monte, y desde la altura contemplar el panorama, pero no todo el mundo es capaz de subir y verlo, esa ascensión tiene sus peligros y muchos son los que no consiguen llegar indemnes a la meta.

Por eso, el grueso de la Humanidad, más bien, la práctica totalidad prefiere permanecer en la caverna, en ceguera colectiva y viviendo entre las sombras como última referencia, según Platón es el «cosmos aiscetós», el mundo sensible, sin pensar que existe algo más, el «cosmos noetós» el mundo de las ideas.

El filósofo va delante a mucha distancia del resto, es el que va solo y más sufre la amarga soledad del corredor de fondo. Los otros son comunistas, metodistas, capitalistas, etc., no están solos, aunque son víctimas propiciatorias de luces fatuas cual son las ideologías, caminos de perdición, auténticas distopías.