Jesús Valencia

La Amazonia está que arde

La finalidad es única: ahuyentarlos para explotar las tierras que antes fueron selva y en las que siempre han habitado.

El mismo día en que Bolsonaro tomó posesión de su cargo, un diputado de su bancada se mofaba de las etnias indígenas: «A quien le gusten los indios, que se vaya a Bolivia». Sus palabras hubieran sido una gracieta de mal gusto si no hubieran estado teñidas de sangre. Aquel mismo día, un grupo de matones se adentró en Dourados, una comunidad indígena del Mato Grosso y mató a tres de sus miembros; Leonardo Boff, teólogo de la liberación, lamentaba el crimen: «tenemos vergüenza de ser brasileños». No fue la única sangría bolsonariana contra las comunidades indígenas. A finales de julio, otro grupo de hombres armados invadió la aldea indígena en Pedra Branca en el Estado de Amapá; su miembro, Emyra Wãiapi, fue asesinado con refinada crueldad. Randolfe Rodríguez, senador de la oposición denunció sin paliativos: «La sangre derramada es culpa del Gobierno Federal; quien vive del crimen se siente protegido de poder invadir territorio indígena».

Los pueblos originarios y la tierra en la que viven forman un todo; es el entorno en el que –a pesar de incontables agresiones anteriores– todavía intentan poner en práctica la sabiduría del «buen vivir»; si se les priva de ese medio, su capacidad de supervivencia desaparece. Desde la llegada de Bolsonaro, el acoso a los pueblos amazónicos es brutal; el excéntrico presidente solo entiende de dividendos y nada de comunidades originarias. La explotación de la Amazonia ofrece ingentes ganancias a las empresas mineras, sojeras, ganaderas, hidroeléctricas, madereras. ¿Qué pintan sobre ese filón de oro las 305 etnias indígenas que no avanzan ni dejan avanzar? Ya les advirtió Bolsonaro nada más ocupar la Presidencia; son como animales de zoológico que sobran y estorban. Las agresiones oficiales a los habitantes de la Amazonia son variadas, masivas y diarias. La finalidad es única: ahuyentarlos para explotar las tierras que antes fueron selva y en las que siempre han habitado.

La Amazonia brasileña corre un altísimo riego. En su defensa se han levantado voces variadas a los largo del mundo pero muchas de ellas suenan a hueco; quienes practicamos un consumismo compulsivo somos responsables directos de la depredación planetaria. Tiene más fuerza el grito atronador de las propias poblaciones amazónicas. Antes de que se desataran los masivos incendios, una delegación indígena viajo a Ginebra para trasladar su denuncia a la ONU: «La mitad de nuestros pueblos vive fuera del territorio. Se trata de un desplazamiento forzado pues no podemos disfrutar de nuestro buen vivir».

A comienzos de agosto, las mujeres indígenas se movilizaron en numerosas regiones de Brasil denunciando el atropello que sufren por parte de su Gobierno. Hay quien supone que los masivos incendios posteriores son una represalia de Bolsonaro contra el clamor de estas mujeres. Un macho alfa no puede consentir que las mujeres le griten. Y menos, si son indias.

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