Ekain Jiménez
Vocal de Cultura de la delegación en Álava del COAVN

La arquitectura de Fernández Alba, patrimonio de todos

Es en estas viviendas donde el arquitecto más acertadamente ha trasladado una forma de ver y pensar la arquitectura que hoy adquiere plena vigencia. Un conjunto de viviendas como pocos hay en Euskadi.

El día 5 de octubre pasado, como cada primer lunes del mes de octubre, se celebró el Día Internacional de la Arquitectura. Este año hemos tenido ocasión de hacerlo coincidir con la colocación de la placa Docomomo a uno de los edificios residenciales más extraordinarios del País Vasco, ubicado en Gasteiz: el conjunto de 54 viviendas del Paseo de Cervantes, proyectado por el arquitecto Antonio Fernández Alba (1927).

La placa, analogía arquitectónica de la estrella Michelín, es un distintivo que otorga la fundación Docomomo Ibérico, cuyo fin es la documentación y conservación de la arquitectura y el urbanismo del movimiento moderno. Es una catalogación no vinculante que se visibiliza con una placa informativa en el propio edificio y que pretende subrayar el interés indiscutible de la arquitectura moderna y contemporánea de calidad. Los arquitectos somos insistentes en solicitar que las instituciones, administración y ciudadanía hagan hueco, entre el patrimonio histórico consolidado, a la arquitectura más reciente.

El conjunto de 54 viviendas del Paseo de Cervantes, proyectado y construido entre los años 1970 y 1972 merece este homenaje por varias razones. Algunas de total actualidad, como por ejemplo el proceso participativo con el que se desarrolló esta cooperativa de viviendas de alto estándar que fue comisionado por un grupo de técnicos: el arquitecto elaboró un cuestionario extenso y detallado en donde se planteaban las características no solo de las viviendas, sino de las zonas exteriores y usos comunes.

Estas viviendas rompen, además, con la tradición de la vivienda unifamiliar para clases acomodadas a favor del agrupamiento de los propietarios en un conjunto residencial colectivo, aludiendo a operaciones sociales de la primera modernidad, tales como las «siedlungen» alemanas de los primeros años 30, en una clara apuesta por forzar la convivencia vecinal. Es, por lo tanto, una lucha contra corriente, rechazando el modelo disperso de chalecitos, con una clara voluntad de construir ciudad sin renunciar a la calidad. No hay más que mirar cómo el edificio plantea un frente urbano al paseo de Cervantes, en comparación con el frente opuesto de viviendas unifamiliares ajenas a la ciudad.

Otra de las características más distintivas, y que estos meses de pandemia reclaman su reflexión, es el tratamiento generoso y gradual de los espacios exteriores: el arquitecto proyectó toda una serie de espacios exteriores que desde la calle hasta el interior de las viviendas iban adquiriendo una progresiva privacidad. El proyecto es un compendio del tránsito entre la calle pública y la casa privada en la campa, a través de todo un catálogo de espacios cambiantes.

Estos factores (atención a las necesidades del usuario, tratamiento de los espacios de convivencia, una cierta densidad), se presentan ahora como requisitos fundamentales para cualquier edificio de viviendas, y pueden ser fácilmente trasladables a proyectos más económicos.

Por último, está la consistencia con la que el arquitecto trabaja los edificios, en una relación ambigua y sugerente entre la solidez del hormigón y la plasticidad humanizada de la forma buscada, que da como resultado un manierismo brutalista. Materialmente, el arquitecto comprende que el uso persistente del hormigón visto a lo largo de su obra no supone construir paisajes grises, dado que son los valores ambientales del verde y de sus habitantes las que dan color a ese fondo neutro.

Esta forma de construir, común a toda obra de Fernández Alba, supone de hecho que este homenaje lo debamos extender también al arquitecto, persona de una profundísima vocación por la profesión, hombre culto como pocos, casi universal y casi renacentista, que ha sabido trasladar a la arquitectura una forma coherente y arraigada de construir. Muchos de sus edificios se levantan como pequeños baluartes con un claro anhelo de permanencia, sugiriendo un gótico civil contemporáneo. Probablemente nos encontremos ante el arquitecto más cercano a Louis Kahn de entre toda la plana mayor de arquitectos españoles de su tiempo.

En Gasteiz contamos con cinco obras suyas: otro conjunto de viviendas adyacente al recién homenajeado y que opera de forma similar; el Hospital de Santiago y la casa de cultura Ignacio Aldecoa (en los que trabajó con el arquitecto vitoriano José Erbina) y una vivienda unifamiliar. Pero es en estas viviendas donde el arquitecto más acertadamente ha trasladado una forma de ver y pensar la arquitectura que hoy adquiere plena vigencia. Un conjunto de viviendas como pocos hay en Euskadi y que nos ayuda valorar la arquitectura moderna y de calidad como parte del patrimonio histórico reciente.

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