Asier Ventimiglia

La balada del neoliberalismo

La finalidad del neoliberalismo no es sino garantizar que las consecuencias de la situación, a la que la neolengua neoliberal ha denominado «crisis» cuando quizás deberíamos decodificarlo como «robo económico programado a gran escala», lo paguen los de siempre.

La mañana del 21 de mayo, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales anunciaba su suspensión del diálogo con el gobierno, como consecuencia directa de la publicación del pacto por la derogación de la reforma laboral entre el Gobierno español y EH Bildu. No es de extrañar que organizaciones empresariales se postulen contrarias a esta derogación, al igual que tampoco lo será si estos, desesperadamente, acudieran en la búsqueda de apoyos externos que colocasen al gobierno de coalición entre la espada y la pared, aunque ante ese temor el PSOE ya doblegó la cerviz la noche anterior una «rectificación» sobre el acuerdo, haciendo volar por los aires los puntos acordados en la hoja de ruta del pacto.

No obstante, la declaración de la CEOE y la rectificación del PSOE no deja indiferente a nadie; recordemos que en el año 2011, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, bajo el amparo de la Unión Europea, señalaron al gobierno el camino que debían de seguir, aupándoles a reescribir el artículo 135 de la Constitución, priorizando así el pago de deudas privadas frente a la inversión social y poniendo de manifiesto la capacidad de poder que tienen los poderes fácticos en la toma de decisiones. Tampoco olvidemos que la apertura del Estado español y el resto de países del sur de Europa al mercado internacional supuso privatizaciones por parte de los gobiernos en sectores de producción claves, así como el desarrollo del proceso urbanístico de gentrificación con finalidades turísticas, que hicieron depender a estos países del altar mayor de la jerarquía de los poderes fácticos del mercado internacional, cuyas consecuencias ya se vieron reflejadas durante la crisis de 2008 tras la denominación deliberada y peyorativa de los «PIGS» (Portugal, Italy, Greece and Spain), o «cerdos» por su traducción.

Los liberales y fanáticos del neoliberalismo dirán que las privatizaciones son parte de la lógica de competencia del mercado, pero la realidad ha resultado ser que la estrategia de esa lógica –que realmente supuso la creación de instituciones oligopolistas con capacidades de decisión en la bolsa de los valores– era suprimir al límite el papel del Estado a cambio de ofrecer recompensas a sus dirigentes políticos, para que evitar que se convirtieran en un problema. ¿Por qué si no hay partidos que son financiados por bancos y empresas y hay exministros y expresidentes en consejos de administración? ¿Había recibido el PSOE alguna llamada de según quién pidiendo la rectificación del pacto con EH Bildu y Unidas Podemos? Me llega un flashback con lo que sucedió en 2015 cuando según quiénes «sugirieron» a Pedro Sánchez no pactar un gobierno con Podemos.

La misma fórmula aplicada en 2011 puede repetirse de nuevo esta vez, con la avenida de la mal llamada crisis económica que anuncian será, como siempre, arrolladora para la clase obrera. Ahora, ante cualquier «parche social» del Ejecutivo que intente arropar a las personas más vulnerables, la CEOE ya ha dado el primer golpe sobre la mesa para contraponerse e intentar reagrupar a otros poderes fácticos para que, de nuevo, se intervenga en las decisiones de las administraciones públicas. Estas «crisis» constituyen la balada del neoliberalismo, que les permite reforzarse bajo una narrativa de victimismo que pretende, inclusive, romantizar la pobreza con apelación a la acumulación de riqueza y aludiendo a la necesidad de salvaguardar los fondos privados frente a los intereses de la gente, como sucedió con el rescate a la banca en 2008 y la reforma de la explotación laboral del Partido Popular.

La finalidad del neoliberalismo no es sino garantizar que las consecuencias de la situación, a la que la neolengua neoliberal ha denominado «crisis» cuando quizás deberíamos decodificarlo como «robo económico programado a gran escala», lo paguen los de siempre, cuya situación no se debe solo por la inexistencia de una distribución equitativa de la riqueza, sino también por la creencia naturalizada de la meritocracia que sustenta la aporofobia, donde dicta el individualismo, la competencia y el egoísmo, y se interioriza la idea de que todos partimos en igualdad de condiciones, de que la clase obrera ha muerto y que somos clase media, y que es la ineptitud y la vaguería lo que genera pobreza, ocultando razones estructurales con el objetivo de legitimar al sistema y que per se asientan las desigualdades de clase.

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