Xosé Estévez
Historiador

La compasión es revolucionaria

Me cuesta elegir las palabras para definir esta lacerante e inhumana situación que causa un daño irreparable no solo a Ibon sino también un sufrimiento indescriptible a su familia, padres, hermana, compañera, hijos e demás miembros.

He leído estupefacto la noticia de la negativa a excarcelar al preso político vasco Ibon Fernández Iradi. Encarcelado desde hace diecisiete años, sufre esclerosis múltiple, una enfermedad grave e incurable que resulta incapacitante en cualquier circunstancia, y evidentemente es totalmente incompatible con cualquier régimen carcelario. Es de sentido común que un tratamiento médico adecuado no puede ser proporcionado en prisión. Todos los grupos de las Juntas Generales de Gipuzkoa, salvo el PP, reclamaron hace un año su excarcelación. Sin embargo, contra toda lógica no solo legal sino también humanitaria, un tribunal galo ha vuelto a rechazar la petición de suspensión de la condena.

Me cuesta elegir las palabras para definir esta lacerante e inhumana situación que causa un daño irreparable no solo a Ibon sino también un sufrimiento indescriptible a su familia, padres, hermana, compañera, hijos e demás miembros. Solo acuden a mi boca dos: ensañamiento y venganza. Las dos reflejan actitudes muy alejadas de los valores que deben regir la justicia. Resucitan en este momento de los pliegues de la memoria un estudio que publiqué en el año 2006, donde enumeraba las virtudes que Cervantes atribuía en el Quijote a los buenos gobernantes, entre ellos a los impartidores de justicia.

Osaba Cervantes introducir consejos por boca de Don Quijote para el buen gobierno, aplicables directamente al gobernador de la Insula Barataria, su fiel escudero Sancho, pero ampliables al resto del funcionariado (II parte, cap. XLII). Entre otros citaba: «conocerse a si mismo», «blanda suavidad» y «prudencia» como acompañantes de la gravedad del cargo, no renunciar a los humildes orígenes, ser virtuoso, no guiarse por la «ley del encaje (soborno)», «compasión por las lágrimas del pobre pero no más justicia que las informaciones del rico», descubrir la verdad «por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre», ser equitativo «no cargando todo el rigor de la ley al delincuente, no doblar la vara de la justicia» con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia, apartar la mente de la injuria en caso de juzgar «algún pleito de algún enemigo», no cegarse «por la pasión», al castigar con obras «no tratar mal con palabras», mostrarse «piadoso y clemente hacia el que cayere bajo la jurisdicción», pues todo hombre está sujeto «a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra».


Con anterioridad Don Quijote ya le había proporcionado a Sancho varios consejos de carácter específicamente gubernativo (II parte, cap. LI): «ser bien criado con todos», no hacer muchas pragmáticas y, en caso de hacerlas, «que se guarden y cumplan», ser «padre de las virtudes y padrastro de los vicios», no ser ni blando ni riguroso, escogiendo «el medio entre los dos extremos», visitar las cárceles, carnicerías y plazas, vigilando los pesos de los carniceros y «placeras» y mostrar agradecimiento, pues «la ingratitud es hija de la soberbia».


Las denuncias cervantinas se dirigen a la corrupción (I parte, cap. XXII), la compra de oficios (I parte, cap. XIX), el cohecho, expresamente citado con ese término (II parte, caps. LV y XLII), la ecuación entre gobierno y negocio (II parte, cap. XLIX), la escasa capacidad intelectual de los regidores ( II parte, caps. XXV y XXXVII), la mudanza en las costumbres hacia la prepotencia y la vanidad de los encumbrados a los cargos (II parte, IV) y, en suma, su ejercicio se convierte en un «golfo de confusiones» II parte, cap. XLII).

Sopesando los consejos del magisterio cervantino en esta tesitura apelo a una virtud que ha estado muy alejada del vocabulario y de las acciones de los revolucionarios, a los que se exigía ser duros, despediados e insensibles en aras del logro de la revolución. Me refiero a la compasión. Si, la compasión es un sentimiento revolucionario. La palabra procede del latín y significa padecer con el otro/a. ¿Hay algo más solidario y revolucionario que sufrir con otro? Para la alegría, el solaz, es esparcimeinto y la juerga todos estamos disponibles a compartirlas, pero ¿y el sufrimiento?. Nada hay más fraternal, heroico, generoso y revolucionario que compatirlo en toda su plenitud.

La compasión no es solo un concepto religioso, va más allá. Ser compasivo no es apenarse de algo o de alguien, sino sentir una empatía total acompañada de la necesidad de aliviar el sufrimiento ajeno. La compasión ennoblece a la persona que la ejerce y a la que la comparte. Históricamente ha sido asociada a la práctica religiosa –la contemplan el cristianismo, el Islam y el budismo–, pero actualemente es y debe ser un valor laico, secular y cñivico. La compasión, además, redunda en justicia, es decir, ser compasivo con uno mismo y con los demás es el único camino para conseguir y crear sociedades más pacíficas y más justas e individuos más felices y confortables consigo mismos.

Señores magistrados galos, la compasión no mancha ni desdora la justicia. Al contrario, la refuerza, fija, pule, ennoblece y da esplendor. No ejerzan la justicia al estilo guillotinesco del rígido Robespierre sino al modo misericordioso del ingenioso hidalgo Don Quijote.

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