Jesus Valencia
Educador social

La comprensible violencia estatal

El estado no exhibe en sus comportamientos ni un tantico de humanidad. Retorció entresijos leguleyos para encarcelar de por vida a quienes llevan casi toda su vida encarcelados. Habilitó banquillo para juzgar sin pruebas a trece sufragistas. En el asunto de Bateragune, ha ratificado condenas por un delito que nadie sabe en qué consiste. Las sombrías conjeturas que una espera excesiva preludiaba se han cumplido.

Muchos adjetivos ha merecido esta resolución del Supremo. Pero hay uno que considero fuera de lugar: el de «incomprensible». Incomprensible sería que un régimen muñido en el lodazal de la dictadura -y nunca depurado- brillara por su democracia; que unos tribunales alistados al servicio del combalache actuasen al dictado de la justicia; que unos políticos habituados al ejercicio de la violencia recurriesen a la moderación. Estas son algunas de las lacras que el Estado español arrastra. Como tantas veces en la vida, los vicios que no se corrigen se acrecientan. Los excesos del estado contaron durante demasiado tiempo con una condescendencia permisiva que, inevitablemente, los estimulaba. Cuando ETA practicaba la lucha armada fueron numerosas las voces que se lo reprocharon. Críticas legítimas pero, en demasiados casos, parciales. Muchas recriminaciones contra la organi- zación armada terminaban allá donde comenzaban las violencias del estado. Estas, en el mejor de los casos, merecían unos cuestionamientos tan melindrosos y genéricos que parecían no tener destinatario. ¿Solo estaba vigente el imperativo ético en uno de los frentes? El poder, entendiendo que gozaba de amplia impunidad, afiló crueldades. Quienes las sufrían en carne propia alzaron la voz. Tras aquel grito escaso y inapelable, el silencio; un silencio crudo que incitaba al poder a seguir cometiendo bellaquerías.

En estos tiempos de violencia unidireccional, los encubridores del estado siguen haciendo su tarea con un discursico apañado al momento: «celebremos que las seis décadas de violencia han acabado». ¿Pretenden convencer a quienes siguen sufriendo desmanes estatales que la violencia empezó con ETA y acabó el día en que esta replegó sus fierros?

Una parte de este pueblo jamás se arrugó; lleva muchos años denunciando la violencia estatal. Bien pudiera decirse que esta sana costumbre se reafirma con la incorporación de voces nuevas y plurales. Herrira, Eleak, el Acuerdo de Gernika... tienen entre sus tareas la de movilizarse para denunciar los referidos atropellos . Las gentes de Iruñea (¡corteses donde los haya!) han acordado visitar a la virreina sin cita previa y de forma urgente cada vez que se produce algún desafuero. El asunto promete. Pero no podemos consentir que la pertinaz violencia estatal marque nuestra agenda. La mejor manera de enfrentarla es desbordarla. Necesitamos dotarnos de un marco de relaciones laborales (reivindicación que los sindicatos vascos consideran vital) y de un marco nuevo de relaciones políticas.

Conseguiremos un día restaurar nuestro estado que será propio y socialista. Solo entonces podremos festejar de verdad el final de la violencia.

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