Raúl Zibechi
Periodista

La guerra interminable de Occidente contra el Sur Global

Los nombres con los cuales los países dominantes del Norte Global, acostumbran bautizar sus guerras suelen encubrir la realidad para despistar sobre sus propósitos reales. La «guerra contra la pobreza» y la «guerra contra las drogas», pero también la «guerra contra el terrorismo», tuvieron y tienen objetivos bien diferentes a los que enuncian. Las tres tienen en común que nacieron en los Estados Unidos: en 1964 la primera; en 1971 la segunda y en 2001 la tercera, que aún continúa. Pero lo más significativo es que todas ellas se dirigen contra los pueblos del Sur Global, incluyendo la «guerra contra la pobreza», ideada por el presidente Lyndon Johnson, que atacaba el tercer mundo existente en Estados Unidos para acotar los levantamientos de los guetos negros de las grandes ciudades.

Siempre fue así en la historia. Las Guerras del Opio de Gran Bretaña contra China entre los años 1839 y 1842 y de y 1856 a 1860, fueron desencadenadas por el colonialismo británico (y apoyadas por el francés) para obligar a Beijing a importar el opio cultivado en la India y comercializado por la Compañía Británica de las Indias Orientales.

El opio era durante ese período una importante fuente de ingresos para los británicos, que les permitió equilibrar el comercio con China, muy deficitario hasta entonces por las enormes cantidades de té que importaba Gran Bretaña. Como el Gobierno chino rechazaba el opio y llegó a prohibirlo, la corona envió barcos de guerra que derrotaron a China y la obligaron a firmar el Tratado de Nanking, abriendo cinco puertos para el comercio de la droga y la cesión de Hong Kong durante 150 años.

La Universidad Brown de Estados Unidos mantiene el programa Costs of War (Costos de la Guerra) que analiza la realidad de la guerra contra el terrorismo declarada luego de los atentados a las Torres Gemelas el 11 de setiembre de 2001. Las principales conclusiones develan contra quiénes se aplica esa guerra.

Casi un millón de personas (940.000) murieron como consecuencia directa de la guerra, incluyendo contratistas, civiles, periodistas y trabajadores humanitarios.

El total de muertes, directas e indirectas desde el 11 de setiembre, se eleva al menos a 4,5 a 4,7 millones y continúa creciendo. Unos 38 millones de personas fueron desplazadas por las guerras posteriores a 2001 solo en Afganistán, Pakistán, Irak, Siria, Libia, Yemen, Somalia y Filipinas, lo que equivale a casi el 10% de su población.

El mismo informe señala que Estados Unidos lleva a cabo actividades antiterroristas en 78 países, todos pertenecientes al Sur Global, llevando la guerra contra el terrorismo a todos los rincones del planeta. La inmensa mayoría de esas intervenciones son en África y en Asia occidental, las regiones donde se está poniendo en jaque la dominación unilateral del imperio estadounidense. En ese Sur Global debe incluirse a Macedonia, Serbia y Kosovo, países europeos que son tratados del mismo modo que los sureños.

Costs of War concluye que las guerras contra el terrorismo «han contribuido significativamente al cambio climático», ya que el Pentágono es uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero del mundo. Agrega que las intervenciones erosionan las libertades y los derechos humanos (https://watson.brown.edu/costsofwar/).

Así las cosas, las dos grandes guerras en curso (Ucrania y Gaza) forman parte del mismo dispositivo de Occidente que se viene aplicando desde hace ya cinco siglos para conquistar y dominar el planeta. Incluso la guerra en Ucrania, como señala Rafael Poch, se hace para subordinar a Rusia a Occidente y tratarla del mismo modo que a todo el Sur Global. «Los recursos naturales de Rusia deben ser abiertos a la rapiña del capital global y los capitalistas políticos rusos deben convertirse en una mera clase compradora, subalterna e intermediaria» (https://goo.su/pTMs).

La ofensiva militar contra Gaza debe insertarse en la larga e ininterrumpida serie de guerras que buscan subordinar el mundo al capital y las grandes corporaciones. La Unión Europea forma parte del mismo proyecto: si no consigue independizarse de la tutela estadounidense su futuro será el de mera colonia del imperio.

En otras ocasiones hemos insistido en que el capital no puede ya volver atrás, al período en el que la acumulación por reproducción ampliada era hegemónico; cuando la norma era la explotación de trabajadores en la industria para extraerles plusvalor. Pero la era industrial quedó atrás porque aparecieron actividades más rentables. Fue trasladada masivamente a Asia y a enclaves en países con bajos salarios como México. Ahora domina el capital financiero, que coloca en el centro de acumulación por despojo o robo.

El sistema derribó los estados del bienestar y entronizó la especulación con la vida (la tierra, el agua y las personas) como su principal modo de reproducción. La guerra es inevitable en este nuevo modo de acumulación, porque para despojar es necesario amenazar y, llegado el caso, asesinar. La militarización y las guerras son, por tanto, cuestiones estructurales que no dependen de quién esté en el gobierno del Estado, porque quienes en realidad gobiernan son el 1% más rico y poderoso.

Es importante tener en cuenta que este viraje no es coyuntural ni puntual; llegó para quedarse hasta que los pueblos tengan la capacidad de frenarlo y derrotarlo, como ya hicieron con la explotación fabril en la década de 1960. Por último, quisiera señalar que los sectores populares del mundo (trabajadores, mujeres y jóvenes de abajo, las más diversas disidencias y el campesinado), los pobres del mundo, no tenemos aún los saberes necesarios para frenar este modelo.

Creo que mientras resistimos este sistema de muerte, deberíamos mirar algo más lejos para intentar recuperar el terreno perdido. Como ha señalado recientemente el movimiento zapatista, el inmediatismo se ha convertido en un obstáculo para superar las limitaciones actuales del campo popular.

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