La pancarta
He apreciado en los últimos meses un retorno del PNV al tan manido argumento de la pancarta. Argumento que también ha hecho suyo el PSE, como lo demuestran las palabras de Eneko Andueza en el pleno de política industrial impulsado por EH Bildu a principios de junio.
En sí mismo el argumento se me antoja propio de quien no tiene nada que decir. Pretendía decir el señor Andueza, o el PNV, que ellos trabajaban mientras otros se quejan. Curioso argumento, por otro lado, ante un pleno solicitado por la oposición dónde EH Bildu presentó una batería de medidas. Cualquier observador mínimamente imparcial detectará fácilmente quien llega sistemáticamente tarde en este país, que no es otro que el PNV aunque con su discurso pretenda esconder su incapacidad, y con el PNV el PSE: tarde a la transición energética, tarde a detectar el problema de la vivienda y actuar, tarde ante la necesidad de una suficiencia financiera y un sector público eficaz, tarde a la regulación turística, tarde a la detección y regulación de la problemática de los pisos turísticos, tarde, y muchas veces tímidamente, de manera incompleta y mal.
Pero mi deseo era hablar de la pancarta. El primer fin de semana de junio, el flamante nuevo presidente del BBB del PNV se pasó por Uribe Kosta a decir que «ELA y LAB van delante de la pancarta mientras EH Bildu mira para otro lado». Otra vez la pancarta como sinónimo de algo molesto. Para PNV y PSE la pancarta es sinónimo de inacción, les molesta, les incomoda. La pancarta resalta sus contradicciones, sus errores, sus acciones y en ocasiones sus verdaderas intenciones, por eso les molesta.
Hoy día este sistema (sí sistema capitalista y cada día más salvaje) del que el PNV es obediente gestor, tiende a regularlo todo y sobre todo el espacio público. La calle ya no es pública, es un espacio regulado en el que la ciudadanía tiene que pedir «permiso» a la institución de turno, para poder expresarse. Bajo la excusa del respeto a todas las personas se pretenden calles mudas, calles y plazas que nos dicen deben ser apolíticas o ideológicamente neutras, y nada más político o ideológico que una calle silenciosa o un muro amordazado. Ejemplo de este control extremo es la multa que el Ayuntamiento de Getxo ha impuesto a EH Bildu por pintar unas escaleras con la bandera palestina en solidaridad con un pueblo que está exterminado. En el sistema (capitalista y amordazante) que algunos quieren gestionar pesa más la pintura que la sangre.
Y yo quiero reivindicar la pancarta. Siempre debe haber una pancarta. Gobierne quien gobierne debe haber una pancarta o mejor muchas. La pancarta es esencial para una democracia sana, dinámica y que pueda crecer. La pancarta incomoda al poder, la pancarta empodera a quien la lleva, la pinta y la muestra orgulloso. La pancarta hace gente activista, preocupada por un bien común. La pancarta es el recordatorio permanente al poder de que la gente está ahí, que tiene cosas que decir, que quiera gestionar su futuro. La pancarta es el acicate para que quien gobierna lo haga mejor y de otra manera.
Sí, estamos detrás de la pancarta, y cuando no lo estemos, esperamos que estén otras personas, y desde las pancartas, antes o después, delante o detrás, trabajamos, creamos y proponemos. La pancarta nos ha dado los derechos que tanto nos ha costado conquistar y algunos nos quieren cercenar. La pancarta son las escaleras de palestina, los sindicatos, las asociaciones de vecinos y vecinas, los colectivos ecologistas, las feministas, los grupos culturales, la flotilla de la libertad, los grupos antirracistas, los grupos antifascistas. La pancarta es la esperanza de que siempre se puede cambiar algo.
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