Francisco Letamendia
Profesor emérito de la UPV/EHU

La Semana Trágica y el eterno retorno

Existe, pues, un hilo conductor que muestra cómo en el último largo siglo, los poderes del Estado español han recurrido al eterno retorno de la represión frente al deseo de libertad, democracia y autogobierno del pueblo catalán.

Este resumen de las dos entregas de Wikipedia «La guerra de Melilla» y «La Semana Trágica de Barcelona» muestra los distintos factores que motivaron la insurrección catalana de 1909, así como la represión estatal que se desató a continuación. Su antecedente fue la introducción de España a principios del siglo XX por la puerta de atrás en la política imperialista del reparto del mundo por las potencias europeas, en este caso del norte de África. Esta ridícula aventura colonialista dio lugar en 1909 a la llamada «Guerra de Melilla»; la movilización de los reservistas, mayormente catalanes, a este patético embrollo económico-militar puso al descubierto el descontento de Cataluña, sobre todo de sus capas populares, contra la política vigente española; la hostilidad popular contra un clero alineado entonces con las posturas más retrógradas del sistema se manifestó asimismo en la Semana Trágica de Barcelona. La represión brutal del presidente Maura, en fin, cuya víctima más conocida fue el prestigioso educador catalán anarquista Francisco Ferrer, desembocó en muy pocos meses en su caída.

Su antecedente se encuentra en el acuerdo de 1904 de la «Entente Cordiale» franco-británica de dar vía libre a la penetración imperialista europea, en particular la francesa, en Marruecos; el gobierno conservador de Maura, deseoso de encontrar un sustituto a la pérdida de Cuba y de todas las demás colonias en 1898, entró en este contubernio como patético monaguillo de los franceses. En el Rif, región del norte del país de lengua y cultura amazig (berebere) con su centro urbano en Melilla, la autoridad del sultán de Marruecos no había sido nunca efectiva; por lo que los rifeños no se sentían concernidos por los acuerdos que éste pudiera haber concluido con las potencias europeas. Cuando se descubrieron aquí riquezas minerales, se concedió la explotación de sus minas de hierro a la Compañía Española de Minas del Rif, propiedad del conde de Romanones y de la familia catalana Güell.

Pero la concesión, que disponía de los territorios rifeños como si sus habitantes no existieran, fue rechazada por éstos, cuyas cabilas iniciaron en 1908 un alzamiento que hostigaba a los peninsulares que trabajaban en las minas. Las compañías concesionarias no tuvieron problemas para convencer a Maura de desplazar tropas al Rif a fin de reanudar la actividad minera. En julio de este año, una docena de trabajadores fueron tiroteados cuando construían un puente a cuatro kilómetros de Melilla; la intervención policial de Maura desembocó en la llamada Guerra de Melilla, interviniendo en ella más de tres divisiones españolas. La orden de movilización incluyó la de los reservistas de los cupos de 1902 a 1907, muchos de ellos con esposa e hijos, lo que provocó incidentes en los embarques de las tropas, sobre todo en Barcelona. La llamada «Semana Trágica» que tuvo lugar entre el 26 de julio y el 1 de agosto de 1909 fue su consecuencia.

Los rifeños, que a fines de julio habían hecho ya trescientas bajas entre los soldados peninsulares enviados a la península provocadas provocadas por las erróneas órdenes recibidas de unos mandos ineptos, tras iniciar una acción ofensiva, derrotaron a otra expedición que al extraviarse por culpa de los mandos fue a internarse en el Barranco del Lobo, donde fueron masacrados por aquellos. Pero el desastre del «Barranco» no se debió sólo a la impericia de los mandos, sino también a las desastrosas condiciones físicas y morales de las tropas.

Mientras que en la España de estos años conservadores y liberales se repartían el poder, en Cataluña se había formado en 1906, con el nombre de Solidaritat Catalana, una alianza electoral integrada por la Lliga regionalista (catalanista), el carlismo, y algunas agrupaciones republicanas, la cual logró en las elecciones de 1907 40 de los 44 diputados posibles; ésta se oponía frontalmente a las grotescas hazañas bélicas del Rif, horrorizada por las bajas. A partir de la publicación del decreto de movilización del 10 de julio se sucedieron las protestas políticas y populares en contra de la guerra.

Los embarques comenzaron en Barcelona, el 10 de julio. Fue en el embarque del 18 de julio del Batallón de Cazadores de Reus, integrado en la brigada mixta de Cataluña, cuando los soldados arrojaron al mar los escapularios que les habían entregado las piadosas damas de la aristocracia barcelonesa, para reconfortar su alma si debían entregar sus cuerpos; mientras que hombres y mujeres gritaban desde los muelles: «¡Abajo la guerra, que vayan los ricos, todos o ninguno!». Tras practicar la policía algunas detenciones, las protestas aumentaron cuando se conoció el gran número de bajas entre los soldados enviados al Rif, muchas de ellas catalanas.

El 22 de julio, Solidaritat, haciéndose eco del sentimiento popular, exigió la reunión inmediata de las Cortes para debatir sobre «las condiciones del reclutamiento de las tropas estacionarias». El gobernador civil de Barcelona prohibió la reunión de Solidaritat que se iba a celebrar el 24 de julio a fin de proponer la huelga general. El dirigente socialista Pablo Iglesias fue detenido en Madrid; en Barcelona, socialistas y anarquistas fijaron un paro para el 26 de julio, el cual desembocó en la Semana Trágica. La huelga se inició en los barrios periféricos, de donde los obreros se trasladaron al centro, deteniendo los tranvías y cerrando comercios y cafés. El capitán General de Cataluña declaró el estado de guerra; lo que no hizo sino atizar el fuego. Barcelona quedó paralizada, sin gas, luz ni periódicos, e incomunicada del exterior por ferrocarril, telégrafo y teléfono. La huelga se extendió a muchas localidades, sobre todo en las provincias de Barcelona y Gerona.

El clero, acérrimo defensor entonces en casi todo el Estado (no así en el País Vasco) del sistema oligárquico vigente, fue uno de los blancos del odio popular. Ese mismo día ardió el primer edificio religioso en Pueblo Nuevo; los incendios se extendieron a otros edificios eclesiásticos, en Badalona, San Feliu de Guixols... La llegada de las noticias sobre el desastre del Barranco del Lobo, donde habían perecido más de 150 reservistas, en su mayor parte del contingente enviado desde Barcelona el 18 de julio, agravó la insurrección. El miércoles 28 de julio llegaron los primeros refuerzos militares españoles, a los que se les hizo creer que iban a reprimir una algarada separatista. Del 21 de julio al 1 de agosto, unos 10 mil soldados fueron ocupando la cuidad de Barcelona a partir de las Ramblas y el puerto; pero la insurrección decaía ante una fuerza bruta muy superior a la suya, y organizada.

El balance de la Semana supuso un total de 78 muertos (ellos, tres militares), medio millar de heridos, y 112 edificios incendiados, de ellos 80 religiosos. El gobierno conservador de Maura inició de inmediato, el 31 de julio, una represión cruel y arbitraria. Se detuvo a millares de personas, de las que 2.000 fueron procesadas, con 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas, y cinco condenas a muerte; se clausuraron los sindicatos, y se cerraron las escuelas laicas. Los cinco condenados a muerte fueron un nacionalista republicano, un republicano, un joven discapacitado mental que había bailado por las calles con el cadáver de una monja, un ex-guardia civil y guardia de seguridad; el más conocido fue Francisco Ferrer, pedagogo anarquista respetado por todos cofundador de la Escuela Moderna.

Ello dio lugar a una campaña internacional de protesta contra la condena y posterior ejecución de Ferrer. En París, Roma, Lisboa, Buenos Aires, se gritaba en las manifestaciones «contra España y los curas». En Génova, los trabajadores portuarios se negaron a descargar barcos españoles. Historiadores contemporáneos manifestaron que «las pruebas contra Ferrer eran escasas e insuficientes, en especial el considerarlo jefe de los anarquistas españoles».

La protesta internacional fue aprovechada por el Partido Liberal para promover, junto a los republicanos, una campaña presidida por el grito de «Maura, no», a la que se adhirió el bloque del PSOE. Cuando el 27 de octubre Maura presentó su dimisión de forma protocolaria a Alfonso XIII, este se la aceptó, dejando estupefacto al presidente del Gobierno. Antes, el rey había manifestado al diario francés "Le Journal" que «de dar oídos a ciertos franceses, parecíamos un país de salvajes»; pero añadió a la defensiva que «ni siquiera tengo la iniciativa del indulto».

Existe, pues, un hilo conductor que muestra cómo en el último largo siglo, con motivo de la Semana Trágica de 1909, del procés de 2017 con el procesamiento del president Puigdemont, y de la inhabilitación del president Torra de 2020, los poderes del Estado español han procedido al eterno retorno de la represión frente al deseo de libertad, democracia y autogobierno de un pueblo laborioso y culto como es el catalán.

Recherche