Garazi Aizpurua
Profesora de Filosofía

La soledad sin relato

Hay una soledad que no encuentra lugar en los relatos. No porque no exista, sino porque molesta. Porque incomoda. Porque su presencia desordena la idea de una vida que, aparentemente, siempre va acompañada.

No me refiero a la soledad elegida, la de quien se aísla para pensar. Tampoco la del duelo, ni la de la vejez. Es otra. Más áspera. Más vergonzante. Es la soledad de quien no tiene a nadie. Así, sin matices. Nadie que pregunte, nadie que escuche, nadie que espere. La soledad sin relato es la que no se dice porque no se puede contar sin provocar un silencio raro en el otro. Porque, seamos honestos, nos cuesta mucho imaginar, y más aún entender sin juzgar, que alguien joven esté solo en la vida. Que no tenga amigos. Y si existe ese alguien, lo culpabilizamos en nuestros pensamientos: «¿qué habrá hecho para que no tenga a nadie?», o «algo raro/malo debe tener esta persona para que no tenga amigos».

La sociedad está construida sobre la idea de que todos tenemos a alguien. Pero ¿y si no? A veces se es joven y se está solo; se es adulto y no se pertenece a ningún lugar. No hay mensajes por las mañanas, no hay invitaciones... Y no, no es culpa de uno. No siempre. No necesariamente. A veces la vida no teje vínculos. A veces uno intenta y no encaja. A veces se rompe algo que no se vuelve a armar. A veces simplemente no ocurre. Y eso también pasa, aunque no se diga.

Porque en este tipo de soledad no se trata de sentirse solo. Es más radical. Es saber que no hay a quién llamar. Es abrir el WhatsApp y no ver ni una conversación viva. Es que pase algo –algo bueno, algo doloroso, algo insignificante y cotidiano– y no tener una amiga o amigo a quien decírselo. Es salir de trabajar y no saber con quién tomar algo. Es tener una tarde libre y que esa libertad duela, porque no hay con quién llenarla.

Y eso también es realidad, también existe. Pero no se cuenta. No se dice. Se arrastra por vergüenza, por el enjuiciamiento e incomprensión de los demás. Y muchas veces, en silencio. Y de este modo uno sigue existiendo, sí, pero como fuera del encuadre; como si se habitara un mundo que no tiene sitio para los vínculos rotos, o para quienes nunca los llegaron a tener. Se sigue existiendo sin pertenecer, sin ser parte de nada y con la sensación de que, si desaparecieras, nadie lo notaría.

Nombrar este tipo de soledad no la disuelve, pero creo que la saca del subsuelo donde habitan las cosas que avergüenzan. Y al decirla, aunque sea susurrando, quizá algo tiemble en los demás. No para salvar, ni para consolar, sino para recordar que también existe la intemperie emocional, la espera sin destinatario, el vivir sin ser referencia para nadie, y que podemos abrazar y acompañar.

Quizá no haya palabras para llenar ese vacío. Pero a veces, con solo reconocerlo, ya no se siente tan impune. Porque personalmente creo que toda sombra, cuando se pronuncia, al menos deja de ser solo oscuridad.

Recherche