Guillermo Martorell
Criminólogo. Familiar de preso enfermo

La venganza de Don Zoido

La hipótesis de partida es muy sencilla; cuando Zoido llegó al Ministerio del Interior tenía muy claro que su objetivo era superar el listón de Fernández Díaz. A priori el sevillano lo tenía extremadamente difícil; sin ángel de la guarda personal, sin una legión de vírgenes condecoradas, sin el aval del Opus, sin una mayoría absoluta en Moncloa, su tarea parecía imposible.

Tenía que esmerarse o echar imaginación al asunto, la tercera vía era tirar de recetario recurriendo a la cocina tradicional, la más fiable, la que nunca falla; así optó por un clásico eterno cuya receta se remonta a las orígenes de la genealogía del poder, ese tan gris descrito por Foucault, vigilar y castigar asado en un horno de crueldad. Juan Ignacio, a su vez, era plenamente consciente que sus guisos necesitarían de la colaboración de otro chef que estuviera a su altura, nada como los fogones franceses, pensaría, por lo cual estaba más que claro que el socio «natural» era Bruno Le Roux, su homólogo del Sena.

Todo restaurante necesita un presentación en sociedad y un plato estrella que transcienda de lo mediático, transformar un viejo sabor en algo totalmente novedoso. Eso requiere colaboración, complicidad, y compartir secretos. El nuevo producto también requiere de un nombre. Luhuso fue la apuesta que ambos hicieron para alcanzar la gloria, y lejos de ello se convirtió en su primer gran fracaso. La sociedad civil reaccionó como nunca antes lo había hecho, los masters chef se convirtieron en ridículo mundial, para salir del paso el ex alcalde sacó pecho y tiró de frase lapidaria: el mejor desarme de ETA es el que hace eficazmente la guardia civil, dijo ante los medios. Sin embargo su ego, a falta de prestigio, estaba tocado, tendiendo al hundimiento, necesitando desesperadamente resarcir el agravio al que había sido sometido por aquellos que querían la paz. Para la cruzada que iba a emprender necesitaba, sí o sí, a su fiel Bruno.

Cuando el poder se siente amenazado, activa su maquinaria de «uso legítimo de la fuerza» contra las estructuras más vulnerables e indefensas de lo que consideran como enemigo. Cuando la legislación y la comunidad internacional ejercen de testigos, activan los mecanismos invisibles de la represión, aquellos que sin dejar huella intentan hacer el máximo daño posible. La experiencia en esas tareas es más que acreditada, y que el colectivo de presas y presos pagarían los platos rotos de su desastre entraba en todas las quinielas. El ensañamiento que lleva implícita tal acción indicaba que el objetivo específico serían los que padecían enfermedades muy graves…y alguna cosa más, como diría Mariano.

El caso de Oier Gómez pasará a la historia como uno de los mayores suplicios de lo que Michel Foucault denominaba el cuerpo de los condenados: incrementar el sufrimiento y el dolor siendo plenamente conscientes de ello. No basta con la incidencia de la prisionización en la metástasis, esposarlo a la cama del hospital tampoco es suficiente, hay que dar una vuelta más al potro, y si es posible lentamente, mientras suena la marsellesa en la conciencia de un Le Roux que duda de la veracidad del diagnóstico de esclerosis múltiple de Ibon Fernández.

La coordinación con el otro lado de los Pirineos debe ser perfecta, para ello el ministro andaluz cuenta con un amplio abanico de métodos y técnicas, a criminógeno no le gana nadie, y mucho menos un gabacho.

Febrero fue el mes elegido. Ibon Iparragirre era agredido, una vez más, en Alcalá Meco, ¿alguien se cree que en el entorno de prisiones no supieran lo que le iba a suceder a un FIES? ¿Acaso no controlan todos los pasos de los presos políticos vascos? A estas alturas nada de lo que sucede en las cárceles es casualidad. La demostración de fuerza no había hecho más que empezar. El aislamiento es una de las armas predilectas del sistema, tener durante dieciséis días a Manu Azkarate en esa situación en la Unidad de Custodiados del hospital Gregorio Marañón, sin reloj, sin prensa, sin llamadas, sin radio, sin televisión, era un brindis a Moncloa. La imposición de una fianza de veinte mil euros a Arantza Zulueta se convierte en un aviso más: tras la extorsión emocional sufrida durante tres largos años, llega la económica.

Instituciones Penitenciarias es el juguete favorito del Ministerio de Interior español. Siempre guardan un as en la manga, cual tahúres tramposos, la penúltima consigna los define mucho; sacaremos a sus enfermos cuando huelan a cadáver, pensarían sus mentes.

Al final, y desde un principio, el colectivo de presos con enfermedades muy graves, es exhibido como un trofeo de caza por Madrid y París, convirtiéndolos en rehenes de su soberbia a la par que se pasean, juntos de la mano, por el jardín estercolado de un paradigma llamado venganza. Forma parte de su genética.

Recherche