Aster Navas
Director de Burdinibarra BHI

La verdad y otras mentiras

Al equipo directivo de Burdinibarra nos han desgastado especialmente aquellos «relatos» que se desarrollaban en el ámbito doméstico y que se nos escapaban; alumnos que nos confiaban reiteradamente, bajo la condición de guardarles el secreto, una situación de maltrato.

Un día que no recordamos mentimos por primera vez. Dejemos aparte el porqué: lo importante es que, en ese momento, probablemente en la infancia, comprendemos, fascinados, que se puede crear una realidad paralela y las ventajas y riesgos que eso entraña. Lo describe perfectamente José María Martínez Selva en "La psicología de la mentira".

«Yo no he sido, ama; me he comido todo el puré; tengo siete años; él empezó primero...».

«No seas mentiroso», nos dijeron, seguramente, sin atender a esa historia que acabábamos de inventar (bastante más redonda, sin embargo, que la verdadera, muchísimo más atractiva que la auténtica, mucho más convincente, más verosímil –dónde va a parar– que lo ocurrido), sin apenas escuchar esa versión.

Luego, cada uno hemos utilizado ese recurso, esa herramienta maravillosa e imprescindible, para diferentes fines; todos, en mayor o menor medida, nos hemos servido de ella para sobrevivir. Alguno lo ha convertido en profesión; los más afortunados en arte: cine, música, literatura...

La verdad ha sucumbido frente al relato... Eso –y más cosas– es lo que pienso ante los alumnos mientras desempeño la tarea más desagradable de un director: vestirse de inquisidor para aclarar el último incidente que se ha producido en el patio del instituto, en el comedor o en el aula. No, mi fama de blando y de conciliador no me ayudan en absoluto en esos bretes.

«Él empezó. Yo no le llamé Donete... fue él el que me amenazó por Instagram».

«El extintor estaba en el suelo y fue al colgarlo cuando...; yo no he escrito esa frase en el baño, lleva en esa puerta dos años por lo menos... sólo estaba usando el móvil para ver la hora... Yo no le quité el bocata: él fue el que se lió y lo metió en mi mochila; te juro, Aster, que llevaba puesta la mascarilla; cuando llegué yo la silla del profe ya estaba manchada de tinta...».

Son conflictos de muy poca trayectoria pero profundamente educativos: entran en juego la responsabilidad personal, y a veces colectiva, frente a lo que ocurre a nuestro alrededor; si no andamos con pies de plomo podemos suscitar comportamientos turbios como la delación. Pueden encontrar en "Revista de Pedagogía" y en la red un excelente estudio al respecto de Marina Martins y Carolina Carvalho, "¿En qué mienten los adolescentes?".

Como todos los años nos han emocionado especialmente aquellos «relatos» rigurosamente falsos y, sin embargo, escrupulosamente documentados, defendidos, con los que el adolescente tan sólo intenta llamar –como dice la psicóloga clínica Belén Acevedo– nuestra atención, reclamar nuestro afecto. La alarma inicial de que el relator se crea los que está contando, la estrategia a seguir para comunicárselo a sus padres... Arenas movedizas.

Pero al equipo directivo de Burdinibarra nos han desgastado especialmente aquellos «relatos» que se desarrollaban en el ámbito doméstico y que se nos escapaban; alumnos que nos confiaban reiteradamente, bajo la condición de guardarles el secreto, una situación de maltrato o de violencia que la familia suavizaba o nos negaba categóricamente. Han sido estos «relatos» los que nos han colocado en una difícil encrucijada y hemos tenido que derivarlos a Bienestar Social e incluso a Fiscalía con la sensación, por un lado, de estar haciendo lo correcto; por otro, de estar traicionando una confidencia (muy recomendable para entender esa difícil tesitura "El iceberg de la violencia intrafamiliar" de la pediatra Gabriela Bastarrechea).

Carecemos de argumentos para trabajar en el aula la verdad, para ponerla en valor, porque fuera de ella manda su sucedáneo, la «posverdad», «la mentira emotiva»: preferimos confirmar nuestras ideas a contrastarlas con la realidad.

En muchos medios de comunicación y en las redes sociales los datos objetivos y su veracidad carecen de importancia; lo relevante son las opiniones y emociones que provocan.

Sí, seamos sinceros.

En fin.

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