Josu Iraeta
Escritor

La violencia de los otros

Cuando se recurre al pasado de los judíos con la intención de analizar y valorar las características por las que a través de los siglos se les conoce, siempre se hace mención a su tenacidad.

Ya en la Edad Media la mayor parte de Estados le negaban el derecho a la propiedad de la tierra. También les negaban el acceso a trabajos artesanos y mercantiles. Incluso la Iglesia prohibía a los cristianos, no sólo trabajar para los judíos, también vivir entre ellos.

Si nos acercamos a la Europa del siglo XIX y estudiamos con atención el inmisericorde antijudaísmo francés de la época, nos haremos eco de lo ocurrido con un militar alsaciano de religión judía llamado Alfred Dreyfus. Este militar judío, que fue acusado de espionaje para los alemanes, fue más tarde condenado a cadena perpetua y desterrado a la Guayana Francesa.

Años más tarde y demostrada su inocencia, fue un periodista húngaro, Theodor Herzl, judío que residía en Austria, el que, habiendo estudiado los hechos en profundidad, llegó a la conclusión de que, con la expansión de los nacionalismos en Europa, los judíos solo estarían a salvo en un Estado propio, y decidió dedicar su vida a lograrlo.

Fue este periodista y escritor Theodor Herzl, quien fundó oficialmente el «movimiento sionista», adoptando su nombre de una colina de Jerusalén, en un congreso celebrado en Basilea en 1897.

Un año más tarde llegó a Palestina el primer movimiento migratorio masivo (aliá en hebreo) de pioneros judíos sionistas. Desgraciadamente para ellos, sus ilusiones se dieron de frente con una realidad que supuso la muerte por hambre y malaria de muchos de ellos.

Algunos años más tarde, concretamente a partir de 1904, llegó la segunda y más importante (aliá) de sionistas del centro de Europa.

Esta segunda oleada de sionistas contaba con el apoyo financiero de los banqueros Rostschild, lo que les permitió comprar tierras en las proximidades de la costa, en las que construyeron granjas colectivas (kibbutzs), escuelas, hospitales y pequeñas aldeas.

Uno de los logros importantes de los judíos fue recuperar su antigua lengua hebrea, que había quedado reducida a usos litúrgicos. Esto hizo que muchos abandonaran sus nombres y adoptaran nombres y apellidos de raíz bíblica.

Es destacable –por su importancia posterior– que con la segunda (aliá) llegara un joven llamado David Gryn, que mostró mucho interés, no sólo en estudiar, si no, en vivir el sionismo. Tanto fue así, que pronto cambió su nombre por el de David Ben Gurión (el hijo del león en hebreo).

Este Ben Gurión fue quien pocas décadas más tarde proclamó la independencia de su país. Es considerado como el padre del Israel moderno.

Los árabes palestinos que durante siglos soportaron diferentes invasiones de extranjeros, ante esta, que era «pacífica», por tanto, diferente, estaban muy alarmados, pues los sionistas reclamaban su derecho a establecer un Estado judío independiente.

La cuestión era dónde, porque no era fácil establecer un Estado en un territorio que legítimamente pertenecía a otro pueblo habitado por más medio millón de personas.

Entonces –como ahora– el sionismo asumía la mentalidad colonialista que hoy está imponiendo con miles de muertos Benjamín Netanyahu y consideraba a Palestina como si estuviera desierta. Es decir, proclamaban: «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra».

Gracias al apoyo financiero y político de las comunidades judías de la diáspora, los judíos de Palestina, consiguieron la «tolerancia» de los turcos y así consiguieron comprar terrenos a sus propietarios árabes.

En 1917, los británicos y sus aliados pusieron fin a cinco siglos de dominio otomano en Palestina. Al finalizar ese mismo año, Lord Balfour, ministro de Exteriores de Gran Bretaña hizo saber textualmente a la familia de banqueros Rothschild, que: El Gobierno de Su Majestad «ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío, entendiendo que no se hará nada que atente contra los derechos civiles y religiosos de las colectividades no judías que existen en Palestina».

Una idea más precisa de la «jugada» británica al Pueblo palestino nos la ofrece el censo del momento. El primer censo de Palestina bajo mandato británico, en 1922, mostraba una población total de 649.048 residentes, de los cuales solo 83.790 (13%) eran judíos. El resto lo componían 486.177 (75%) musulmanes, 71.464 (11%) cristianos y el resto de otras confesiones. Es decir, Gran Bretaña se propuso ceder el territorio a una minoría que no superaba el 13% de la población.

En mi opinión, este no es un conflicto racial ni religioso como algunos pretenden. Debe tenerse en cuenta que ambos pueblos descienden del mismo tronco semita y sus religiones han convivido durante siglos.

El conflicto árabe-israelí es tan viejo como la Humanidad. Es un conflicto por la posesión de la tierra, que ambos necesitan para vivir con seguridad y de la que –en circunstancias diferentes– ambos han sido desposeídos.

No olvidemos que los hoy «demócratas» fueron imperios y tenían la capacidad de crear o repartirse países a voluntad. Un «laureado demócrata» como Winston Churchill, se vanagloriaba de haber dividido Palestina para «crear» el emirato de Transjordania de un simple plumazo, un día cualquiera en El Cairo. Así pues, seamos serios.

Hoy, el Estado de Israel posee conocidas universidades, tecnología de prestigio y buenos hospitales. Si los que pueden y deben se volcaran en extender una paz justa, llegaría el progreso a todos los habitantes de la antigua Palestina. Y la barbarie actual se transformaría en progreso y bienestar.

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