Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Las cabras de Marrakech

La realidad no es hoy más que una inacabable fantasía. Es hora de regresar la vaporosa matemática actual a la aritmética simple, pues hay que tener en cuenta que el vivir presente consiste en subir y bajar escaleras sin dormir el sueño que va a Marte

Hace pocos días decidí superar la fatiga visual, auditiva y moral que me produce la política española y me recluí en mi habitación. Mi mujer suele explicar esta retracción con una frase cabal: «Lo siento, pero mi marido está descansando de sí mismo».

Hablaba, pues, de la fatiga que me produce la política española, hasta el punto de renunciar a mi calidad de «zoon politikon». Verá el lector porqué he llegado a escribir en griego clásico. Asistí desde mi butaca doméstica de anciano lisiado al juramento de lealtad que los diputados hicieron de la Constitución. Pues ni juramento ni leches. Aquello era un gallinero colosal. Creo que ustedes me absolverán de este lenguaje que nunca usé. Pero a veces me siento acosado por mi imposibilidad para huir de España e irme a Noruega, donde tengo un yerno típicamente noruego. Me importa un bledo que me acusen de huir de mi patria. Tampoco me preocupa no saber noruego, ya que ellos no hablan. Me atrae la madurez de esos pescadores de bacalao.

El caso es que no me importaría cambiar de nacionalidad y deshacerme de mis deberes patrióticos. Envidio al negro que no evitó su oración a la Virgen de Monserrat: «Madrecita, hazme blanco aunque sea catalán». La libertad ante todo. Había abandonado un atrayente programa que me mostraba a las famosas cabras de Marrakech subidas a los árboles para aterrizar en aquello. Hice mal. Creo que hay cosas que se deben contemplar largamente, como esas cabras que no sé por qué permanecen en las ramas. Supongo que también por huir de sus parlamentarios. ¡Que cabras! ¡Que parlamentarios!

Mas ciñéndonos a lo nuestro hay que reconocer que nuestra política ha dado ejemplares que podrían servir de modelos a Mum. Ellas y ellos. Lo nuestro está entre el circo y la tragedia. Recuerdo, durante el imperio franquista, la llamada telefónica de un joven aristócrata a su padre, un ilustre político en la anterior monarquía, para contarle lo que su hermano mayor acababa de aportar a la familia: «¡Te lo juro papá; Pepe, ministro!».

Yo siempre he creído que un político español debe ser averiguado más por sus rasgos que por su talento. En varias ocasiones he manifestado que a mí me deslumbra el baile del jefe del socialismo catalán cada vez que consigue una victoria sobre la coalición nacionalista de Catalunya. Soy un seguidor firme y fiel de los esfuerzos admirables que están haciendo los republicanos catalanes en pro de la libertad su país, lo que refuerza mi amor hacia Catalunya, que es grade y justificado. ¡Pero ese movimiento de caderas del Sr. Iceta…! El secretario general del PSC no tendrá ideas en la cabeza, pero baile en el cuerpo… Ya me gustaría que la alcaldesa de Barcelona, Sra. Colau, se dedicase plenamente al baile en vez hundir en la confusión a ciudadanos como yo, que han dejado de pensar en la España irrompible y abandonado sus deberes familiares para dedicarse a descifrar esta frase cabalística de la Sr. Colau: «No soy republicana porque en Catalunya no hay república». Yo he dedicado muchas horas a buscar en otras frases parecidas, pero más simples, un sentido que me sirva para desentrañar luego la frase de la alcaldesa. Es decir, he empleado la técnica del ciego y doble ciego que emplean los médicos para conocer la eficacia de un nuevo medicamento.

En fin, este periodo electoral me ha servido para recobrar viejos cocimientos para desbravar la realidad. Por ejemplo: saber que la renta nacional es lo que se quedan los bancos. A leer correctamente lo que ha de entenderse por empleo, que no es ese trabajo de tres horas durante dos meses, ya que si procedemos de tal forma podríamos hallar que en cada trabajador hay cinco o seis trabajadores, lo que aparejaría un consumo suicidamente inflacionario ¿Imaginan ustedes lo qué supondría la sanidad pública si cada tratamiento realizado por los médicos en fases separadas por meses fueran considerados tratamientos distintos? Nuestra sanidad pasaría a ponerse a la cabeza del mundo y los enfermos morirían entre cinco seis veces, lo que comportaría convertir al país en un inacabable campo santo.

La realidad no es hoy más que una inacabable fantasía. Es hora de regresar la vaporosa matemática actual a la aritmética simple, pues hay que tener en cuenta que el vivir presente consiste en subir y bajar escaleras sin dormir el sueño que va a Marte. Y no me digan que quiero retrogadar al país si propongo una política de hermandad «sine ira et studio». Lo que me parece lamentable es que vivamos entre el ¡Oé, oé»! de los bobos y el ¡Viva el rey! de los bucaneros.

Uno vive no solo con modestia sino con modestia pobre. Aunque como reza la canción «¡Con dinero o sin dinero/ hago siempre lo que quiero/ y mi palabra es la ley» Claro que si me envían la pareja investigadora entonaré aquella otra canción cubana que dice «Se acabó el carbón,/ que le emos de asé/ Yo tengo un tumbaíto/ pa lavá la ropa./ La lava y la tiende/ y se seca sola./ Se acabó el carbón...!

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