Ramón Zallo
Catedrático emérito UPV-EHU

«Matar al presidente». ¿Documental o ficción?

En ocasión del 50 aniversario de la muerte en atentado de Luis Carrero Blanco –junto a su chofer y escolta– se ha emitido estos días en Movistar una miniserie documental de tres capítulos, titulada "Matar al presidente", de Eulogio Romero y sobre una vía de investigación-especulación de los periodistas Carlos Estévez, Ernesto Villán, Antonio Rubio, Paco Mármol... y la colaboración de Pilar Urbano, que han confluido para elaborar un documental conspiranoico basado en el trabajo al respecto de Estévez iniciado hace ya 25 años.

Si os interesa el rigor os recomiendo que no la veáis. Pero si queréis poner a prueba vuestros reflejos y neuronas, viendo y oyendo conjeturas, retorciendo las lagunas informativas, hasta tomar como certeza el guión del que se tira y quiere colarse como periodismo de investigación, será un buen ejercicio visionarla. Se trata de una expresión de la cultura de la posverdad llevada al campo de los documentales que, en lugar de reflejar una realidad interpretada, nos cuentan –sin pretenderlo– una obra de ficción. Hibridación de géneros diría un experto. El resultado, un género antiguo: el cuento chino.

Técnicamente se deja seguir bien, es eficaz y de estilo posmoderno y expresivo, aunque es de dudoso orden, con un exceso de flashbacks y con escenografía reiterativa. Hay abusos declarativos, repeticiones, cámara lenta constante, espectacularización excesiva, música de suspense, dramatización a espuertas... al servicio de un relato fake. Se debería haber ofrecido la serie completa desde el principio. Tiene un sesgo total en la selección de las intervenciones.

El documental da pábulo a la versión de la autoría de la CIA en el atentado contra Carrero Blanco. La sostuvo el PCE desde el principio –lo explicaba Petxo Idoiaga en su artículo en "Viento Sur"– seguramente para diluir, desde su estrategia de «reconciliación nacional», que había otra oposición, no controlada. Para el PCE entonces; para el dudoso informe atribuido a Amadeo Martínez Inglés –capitán del Estado Mayor– y que el propio documental señala que »no se ha podido verificar su autenticidad»; para la soviética agencia TASS en 1988, por razones obvias; y para el documental ahora, tuvo que ser la CIA la inspiradora del atentado, incluso coadyuvando a su ejecución. Todo el mundo sabe que la CIA es una institución benéfica que se va cargando dictadores amigos por todo el mundo para que avancen la democracia y los derechos humanos.

Con anterioridad a junio de 1973 –fecha en la que se le nombra a Carrero presidente de Gobierno– ETA había pensado en un secuestro y, ante la dificultad de lograr la compleja infraestructura para tal cometido, optó por la voladura del único que, como delfín, podía hacer posible un franquismo sin Franco. Su muerte no acabó con el franquismo ni dio lugar a una democracia. ¡Cierto! Pero de ahí a decir que no tuvo consecuencias relevantes en el devenir de la historia, hay un trecho. Debilitó profundamente el Régimen, agudizó sus contradicciones, asustó a las élites, empoderó a las izquierdas, dio alas a la izquierda abertzale de entonces y prestigió como efectivo el recurso a la violencia de respuesta a una Dictadura.

La tesis de la serie es que los chicos de ETA –en este caso Argala, Atxulo y Kixkur y quienes colaboraron con ellos– eran unos aldeanos sin conocimiento ni tecnología para hacer el «atentado perfecto». Alegan para ello que le siguieron atentados poco finos (Orlando, ensayo de atentado Juan Carlos..). Se olvida la lucha armada durante los 40 años siguientes, en los que, junto a chapuzas, les acompañan atentados muy técnicos. Además, eran poco responsables y no tomaban medidas de seguridad en el barrio en el que vivían durante el año que duró la «Operación Ogro». Con posterioridad, la elemental discreción de no de decir quien hizo qué, aunque ya no tenga consecuencias, se atribuye en el documental a que no se quiere que se descubran los contactos de ETA con la CIA. Y denuncia a ETA por tener la desfachatez de atribuirse la autoría en exclusiva de la voladura de Carrero a pesar de que nadie ha demostrado lo contrario en 50 años.

Nótese que ese bulo es el reverso del que hizo correr el Gobierno Aznar en el 11 M de 2004, atribuyéndoselo a ETA, al considerar incapaces de ejecutarlo a los islamistas. Pedrojota Ramírez lo sostuvo durante años hasta arruinar su crédito. Allí donde conviene se atribuye la autoría conveniente.

Según el documental, el comando estaba detectado y se le dejaba hacer por orden de la superioridad. El día anterior al bombazo fue visto Argala –dicen– y no se le detuvo. Igualmente, el comando cableó fachadas en la noche del 19 a la vista de la gente, y nadie les paró. Una hora antes del estallido, la patrulla de secretas que vigilaban una sede del espionaje ruso que estaba en los alrededores, recibió la orden de volver a la base. Con posterioridad no se quiso blindar Madrid: no hubo «operación jaula». Tampoco se detuvo en aquel momento y en Paris –a pesar de estar localizados– a Wilson y a Mugica Arregi, supuestamente jefes del Comando Txikia. Había «una connivencia escandalosa interior». Se trataba de una conspiración –según el documental –en toda regla y al alimón entre la «camarilla de El Pardo» (Arias Navarro, Carmen Polo) –tanto para apoyarlo o, no pararlo como, sobre todo, para impedir su investigación– y por otra la CIA, o sea USA.

Esa tesis también la alimenta la dolida familia Carrero que siempre ha considerado maltratada la imagen de Luis Carrero y que no entiende, con razón, que se premiara y nombrara primer ministro al mismo inútil –Arias Navarro–, que dirigiendo la seguridad del país (ministro de la Gobernación) fracasaba ostensiblemente en evitar el mayor atentado en la historia del franquismo, un magnicidio ¿Estaba Arias en la pomada? Eso se insinúa, sin pruebas. No se le reforzó la escolta a Carrero –tampoco quería y era el jefe– cuando se detectaron amenazas difusas. Desaparecieron los papeles de Carrero de su caja fuerte. Al parecer nadie, salvo Franco, quería a Carrero Blanco. Nosotros tampoco. Incluso Juan Carlos, a la sazón príncipe, pudo estar en el tema, como visionario de primera que fue para la política y los negocios. El Emérito, ya preparaba la Transición sin ruptura. ¡Clarividencia! Al fiscal general y luego ministro, Fernando Herrero Tejedor, lo «asesinaron» porque pretendía descubrir la verdad, cuando lo único que dijo es que hay que investigar más, por si hubo inducción o colaboración ajena a ETA, y murió en un accidente de tráfico, elevado a la categoría de «preparado» en la serie. El juez Luis de la Torre, que trabajó para Herrero Tejedor, también hurgaba en la tesis conspirativa. Cuando los militares reclamaron la jurisdicción para llevar el sumario –y que pararon con la amnistía del 77– la propia cúpula militar pasa a la categoría de sospechosa. Alguien también sustrajo la documentación relevante del sumario sobre la muerte de Carrero. ¿la cúpula judicial implicada? Un disparate tras otro a base de conjeturas y conspiraciones a gogó.
 
Sobre todo, no se quiere partir de la hipótesis más plausible: la mala calidad de los servicios y métodos policiales y del espionaje –el Seced– de un Régimen en descomposición. A lo único que se dedicaban era a reprimir, y ello también lo hacían mal, aunque nos escarnecían. Andaban a vueltas con el proceso 1001 contra sindicalistas y descuidaron otros frentes.

O sea, para el documental fue la CIA quien, además de apuntar el objetivo como factible, y facilitarles, en el Hotel Mindanao, los datos de los movimientos de Carrero a ETA, terminó por reforzar el atentado, con la connivencia de alguna(s) de las facciones del régimen. La coartada era que se le atribuiría el atentado a ETA y no habría ningún problema para los yankis. La noche anterior a la voladura –Pilar Urbano dixit, sin que se le mueva el tupé– dos miembros de la CIA entraron en el zulo bajo el asfalto, y recargaron la dinamita con explosivos C-4 de alta potencia y origen USA, sin que el comando se percatara de ello en la mañana del día 20 en el que lo activaron.

Mi hipótesis es que buena parte de esa teoría está basada en las declaraciones que hizo en comisaría Iñaki Pérez Beotegui (Wilson) en ocasión de su detención en 1975. Sin embargo, Wilson aclaró –ya en libertad tras la amnistía– que le había contado una trola a la policía para despistarla, inventándose los encuentros con un señor con traje, cuando –al parecer– la informante real era o podía ser Eva Forest, compañera de Alfonso Sastre y ambos –ya fallecidos– exmilitantes del PCE. Se lo contó Wilson a un amigo mío, mucho antes de que también falleciera en 2008.

El documental también calumnia alegremente a Iñaki Múgica Arregi (Ezkerra) al atribuirle un chivatazo a la policía para que detuvieran y mataran en abril de 1973 a Eustakio Mendizabal (Txikia) y hacerse con el liderazgo de ETA. Asimismo, tras su detención en 1975, recibe –dice el documental– un interrogatorio amigable en comisaría –¿cuándo se ha visto eso?– durante 10 días, y es que se presume que tontea con la CIA, según el documental. La propia policía tampoco quiere saber nada del atentado de Carrero. Otro cuerpo más en la conspiración del silencio. A Argala le mataron en 1978 –y no a Wilson ni a Ezkerra– porque era el único que podía testificar quién era el hombre que le dio la información en el Hotel Mindanao. Puesto el ventilador, todos estaban en la conspiración de inducción, ejecución u ocultación: políticos, familia Franco, militares, Juan Carlos, jueces, policías, Ezkerra, CIA. Yo que Ezkerra demandaba a los autores del documental.

El documental es contradictorio en muchos temas. Lo mismo dice que Carrero era un baluarte anticomunista para la Embajada USA, como que la CIA opta por cargárselo ya antes de que Kissinger visitara a Carrero Blanco el día 18 de diciembre (¿para qué conversar en esas fechas si lo vas a asesinar? Los argumentos eran: que se resistía a prorrogar la autorización para el uso USA de las Bases en España; que en ocasión de la ofensiva de Yom Kipur de octubre de ese mismo año no autorizó el paso de aviones USA por el espacio aéreo español; que no era partidario de descolonizar el Sahara Occidental; y que era un obstáculo para la democratización del estado español, en la que estaba empeñado nada menos que Nixon). O sea, que molestos por la falta de colaboración de Carrero en las conversaciones con Kissinger de ese mismo día, se ordena adelantar la marcha del Secretario de Estado de Madrid y «ayudar» directamente esa noche en el atentado que sabían que iba a producirse al día siguiente. ¡Eso es resolver debates de forma resolutiva e instantánea!

El documental lo mismo dice que las relaciones de la CIA con la Dirección de Seguridad eran óptimas mediante intercambio de información y favores –y, además, agentes españoles estaban en nómina de la CIA– como que le ponen a la CIA a conspirar nada menos que contra el primer ministro de un país amigo hasta las cachas y mediante aliado izquierdista. Lo nunca visto.

Otra contradicción. Si Herrero Tejedor quería hurgar ¿cómo es que le premia, haciéndolo ministro del Movimiento, el mismo presidente que puede estar en la conspiración? Otra conjetura: para hacerle callar. Y entonces ¿por qué le «asesinaron» después?
 
El documental no parece enterarse de lo que fue la Transición y la amnistía del 77; que lo fue para unos como para otros, incluidos todos los crímenes del franquismo, y para hechos juzgados y, sobre todo, los no juzgados: la totalidad de los crímenes franquistas. El documental reivindica un imposible: que se tenía que haber exceptuado de la amnistía total el Caso Carrero.

Por el documental pasan fuentes tan respetables como El Lobo –que es capaz de reinventar su propio personaje a base de historias e historietas de imposible comprobación, de plató en plató, y quiere pasar como esforzado héroe... de una dictadura–, historiadores de la revisión histórica, y periodistas, que hacen, de convertir la suposición en afirmación, su oficio.

Hay que reivindicar la derogación de la Ley de Secretos Oficiales, como hace el documental, pero de ahí a atribuir su vigencia a la existencia de este caso... hay un trecho. Cabe coincidir con que nos han robado la memoria, pero no porque se oculten conspiraciones inexistentes, sino porque se interpreta la historia con un guión afín al Poder. «Un país sin memoria no tiene historia», ¡cierto!, pero si se manipula la historia, la memoria pasa a ocuparla la mentira, lo que es peor.

Una oportunidad perdida para explicar la época del fin del delfín del tardofranquismo. Lo dicho. Un cuento chino.

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