Josu Iraeta
Escritor

Modelo de Estado

No están acostumbrados a negociar «entre iguales» y sin esa premisa, lógica y democrática, no es posible avanzar. Es
la consecuencia de sentirse cómodos, la de permanecer quietos

Hace ya algunas semanas, concretamente en el último mes del pasado año, tuve la oportunidad de leer unas declaraciones del señor Urkullu en un diario donostiarra, en el que, entre otras cuestiones, exponía su opinión respecto a la Monarquía española. Concretamente el señor Urkullu manifestaba lo siguiente: «El debate que se libra no es tanto el clásico entre la Monarquía y la República, que se ha convertido en un dilema incómodo para el nacionalismo vasco. La discusión de fondo es la republicanización de la monarquía, con una exigencia de mayor transparencia, de control, y con la posibilidad incluso, de referendos sobre la figura del monarca».

Comenzar con este interesante párrafo no es casualidad, pues es precisamente el rey de los españoles, una de las piezas que además de interpretar, representa el inmovilismo en todo aquello que concierne al modelo de Estado.

Con su figura relajada y displicente pudiera parecer que simplemente es utilizado por quien gobierna, pero de hecho concita voluntades y expresiones políticas que no son en absoluto ajenas a la confrontación actual sobre el modelo de Estado.

Es pues uno más de los agentes involucrados en el debate actual, y aunque carece de capacidad de decisión, su influencia es notable, con la ventaja añadida de aparecer como una figura sino aséptica, sí por encima de los intereses concretos que pujan en el debate.

Y eso es escrupulosamente falso.

Volviendo al primer párrafo, es de agradecer que el señor Urkullu haga pública su apuesta por «modernizar» la Monarquía española, lo que indica claramente su inclinación por el monarca. De todas formas, y sin olvidar que el Sr. Urkullu también fue presidente de su partido, no implica que el PNV, como institución, se manifieste a favor de la Monarquía.

Respecto al actual sistema, creo poder afirmar, que, nadie está en condiciones de negar que, en la práctica de los años, se ha traducido en una considerable y persistente arbitrariedad política. Esto hace que las transferencias –las que terminan siendo transferidas– sean utilizadas como concesiones «a cambio de», exigiendo además fidelidad y lealtad al sistema.

Es cierto que venimos de lejos, también nosotros tenemos una larga historia. Y si miramos atrás, es evidente que nadie está capacitado para medir el inmenso coste sufrido. De todas formas y a pesar de la contumaz e invariable práctica de dictadores, mercenarios, golpistas y reyes varios, lo cierto es que los vascos nos hemos situado en una coyuntura que tiene por objetivo trazar un futuro que implica poseer, no sólo proyectos definidos, también fortaleza para defenderlos.

Han pasado décadas, lejos quedan los tiempos en que los proyectos eran condenados a la adolescencia. Hoy y aquí se trata de convicciones en los proyectos, de saber qué queremos y cómo lo queremos, porque no se trata de estar juntos, sino de hacer algo juntos. Aquí, en este terreno, no hay espacio para la ambigüedad.

Este último párrafo debe leerse con detenimiento, y lo digo expresamente, para quienes llevan décadas gobernando con «subordinados» sentados en la larga mesa. No están acostumbrados a negociar «entre iguales» y sin esa premisa, lógica y democrática, no es posible avanzar. Es la consecuencia de sentirse cómodos, la de permanecer quietos. Todos los días se aprende algo.

A pesar de lo que en alguna ocasión haya podido manifestar jocosamente el señor Ortuzar, lo cierto es que la inteligencia y el conocimiento no son ajenos en la izquierda abertzale. Tampoco una larga experiencia en el ámbito político institucional. De todas formas, somos conscientes de que debemos evitar errores del pasado, porque hoy no sirven las fotos al instalar la «primera piedra», es necesario trabajar y asegurar la calidad de la construcción en la totalidad del proceso. Desde las catas iniciales, hasta ver el «ramo en el tejado».

La metáfora que siempre es un recurso que ayuda en la comunicación, no debiera utilizarse para manipular la realidad. No debiera hacernos olvidar que vivimos una situación de crisis, de riesgo. Tiempos desconocidos para las actuales generaciones. Tiempos donde muchos han perdido la vida, y, muchos más, el trabajo que les permitía vivir con dignidad.

Cierto que la covid-19 ha cambiado muchas cosas, pero los hay que no, que permanecen inamovibles. En este sentido, a destacar el comportamiento de quienes, crecidos en su mayoría, equiparan la aquiescencia, el consentimiento, la aprobación, con el diálogo equidistante y la negociación.

Quiero recordar una hermosa frase que, en los momentos difíciles, me repitió una y otra vez, un amigo que murió lejos de casa, allá en tierras de Alá. «Siempre parece imposible hasta que está hecho».

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