Raúl Zibechi
Periodista y escritor

Movimientos ante un periodo de turbulencias

La agudización de la tensión y la rivalidad entre los Estados Unidos y las potencias emergentes, las ofensivas del capital financiero contra las economías de varios países y las confrontaciones globales que se derivan de esta situación, están sometiendo a fuertes presiones a los movimientos sociales. América Latina es uno de los escenarios donde esta situación reviste mayor intensidad, ya que los movimientos alcanzaron en las dos últimas décadas un elevado protagonismo y jugaron un papel determinante en la configuración del mapa político regional.

Recapitulemos brevemente. Desde el Caracazo de 1989, cuando la población salió a las calles masivamente y sin convocatoria previa para enfrentar el aumento de los combustibles como parte del paquete de ajuste neoliberal del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, con un saldo de cientos de muertos por la intervención militar, se sucedieron más de una docena de levantamientos populares. Le siguió el levantamiento del Inti Raymi (en el invierno de 1990) que instaló en la agenda la cuestión india en el Ecuador. En 1994 se produjo el alzamiento zapatista en México. Un nuevo levantamiento ecuatoriano derribó al gobierno de Aldalá Bucaram, en 1997, abriendo un apretado ciclo de protagonismos populares que forzaron la renuncia de media docena de presidentes neoliberales en toda la región.


En 1999 el Marzo Paraguayo forzó la renuncia del presidente Raúl Cubas, en medio de fuertes protestas campesinas y urbanas que se saldaron con siete asesinatos de manifestantes. En enero de 2000 un nuevo levantamiento ecuatoriano derrocó al gobierno de Jamil Mahuad y en abril de ese mismo año la Guerra del Agua en Cochabamba dio inicio a un ciclo de protestas en Bolivia que tuvo su punto álgido en la Guerra del Gas de 2003, que provocó la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada, en medio de la masacre contra la población de El Alto con decenas de muertos. Dos años después un nuevo levantamiento forzó la convocatoria de elecciones que llevaron a Evo Morales a la presidencia.


En 2000 la población peruana ganó las calles obligando a Alberto Fujimori a marchar al exilio. En 2001 el Argentinazo hizo caer a Fernando de la Rúa, generó una situación de ingobernabilidad que deslegitimó el modelo neoliberal y abrió las puertas a la década progresista de la mano de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. En 2002 se produjo una fuerte movilización campesina y popular que impidió las privatizaciones en Paraguay y en 2005 la rebelión de los «forajidos» puso fin al gobierno de Lucio Gutiérrez en Ecuador, creando las condiciones para el acceso de Rafael Correa al gobierno.


En 2006 se estableció la Comuna de Oaxaca en México, que durante seis meses fue un gobierno popular de hecho de la ciudad. En 2009 los indígenas amazónicos del norte del Perú se levantaron contra la explotación petrolera de la Amazonia con un saldo de decenas de muertos. En Brasil, donde no se produjeron levantamientos, la movilización popular forzó la renuncia del corrupto y neoliberal presidente Fernando Collor de Melo en 1992 y el activismo del Movimiento Sin Tierra colocó la reforma agraria en el centro de la agenda política. A ellos deben sumarse las potentes acciones indígenas en Chile protagonizadas por el pueblo mapuche y en el Cauca colombiano, así como la movilización del pueblo venezolano que en 2002 revirtió el golpe de Estado contra Hugo Chávez.


Las potentes movilizaciones registradas desde 1989, que no se agotan con las mencionadas, fueron protagonizadas por tres grandes movimientos: indígenas, campesinos y sectores populares urbanos (incluyendo trabajadores informales y formales, vecinos de barrios periféricos y diversos agrupamientos sociales). Entre los más conocidos y organizados, están los sin tierra y los zapatistas, la Confederación de Nacionalidad Indígenas del Ecuador (CONAIE), las organizaciones bolivianas y las campesinas paraguayas, y el amplio y diverso movimiento piquetero argentino. En muchos casos, las movilizaciones no fueron convocadas por organizaciones, o éstas se conformaron durante las protestas.


Lo cierto es que este conjunto de movimientos modificaron el mapa político regional. Pero los cambios políticos afectaron también a los movimientos. Una parte desaparecieron sin dejar mayor rastro, ya sea por debilidades propias, por la represión, por divisiones internas o por la combinación de varios de estos factores. Otros optaron por integrarse en los gobiernos, ya sea porque comparten sus lineamientos, porque sus dirigentes fueron cooptados o porque fueron presionados de diversos modos para que tomaran ese camino. Una pequeña parte consiguieron mantenerse autónomos tanto de los estados como de los partidos, siendo el caso zapatista el más destacado, sin olvidar a la CONAIE y a los sin tierra.


En todo caso, desde mediados de la década pasada los movimientos ya no están marcando la agenda política, han perdido protagonismo y capacidad de movilización. Sin embargo, en los últimos años han nacido o ganado protagonismo una nueva camada de movimientos, a los que podemos llamar «nuevos-nuevos movimientos», para diferenciarlos de los de la década de 1990. Entre ellos están el Movimiento Passe Livre (MPL) de Brasil, los estudiantes secundarios de Chile, las asambleas ciudadanas contra el extractivismo en Argentina, los Guardianes de las Lagunas en Perú que están resistiendo la minería a cielo abierto, los Yasunidos en Ecuador que rechazan la explotación petrolera en el Parque Nacional Yasuní.


El más nuevo es el movimiento mexicano a raíz del asesinato de 43 estudiantes en Ayotzinapa, que está mostrando notable capacidad de movilización y radicalidad. Aún es pronto para saber si el movimiento perdurará en el tiempo, pero si nos atenemos a otras experiencias de familiares de asesinados o desaparecidos en la región, es muy probable que consiga arraigarse, superar los intentos de manipulación y afirmar un camino propio.


Algunos de estos movimientos, como el MPL de Brasil, encarnan una cultura política de autonomía, horizontalidad, federalismo, consenso y apartidismo (pero no antipartidismo), no han creado estructuras ni aparatos, no han entronizado dirigentes permanentes por encima de los colectivos y están influenciados por los modos de los movimientos feminista e indígena. Es probable que estos movimientos jueguen, en el futuro inmediato, un doble papel: reactivar las luchas sociales y potenciar una nueva cultura política, más autónoma de las instituciones.


En un período como el actual, signado por la crisis sistémica global y el estancamiento de los gobiernos progresistas (con señales de regresión en algunos casos, ante las ofensivas imperiales), estos nuevos-nuevos movimientos pueden ser los protagonistas de un nuevo ciclo de luchas, imprescindible tanto para salir del estancamiento como para profundizar los cambios.
Si los movimientos que emergieron después de 1989 fueron capaces de derrotar el modelo neoliberal y crear una nueva relación de fuerzas en la región, puede pensarse que los más nuevos estarán en condiciones de enfrentar la nueva coyuntura, si son capaces de aliarse con la camada anterior. No será sencillo. La confusión que domina los análisis políticos actuales, debe ser superada. Es necesario comprender la realidad geopolítica actual, sin rendirse a las lógicas de las grandes potencias. Habrá que aprender a navegar en el filo de la navaja, intentando no caer en el abismo.

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